La decisión de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos (EU) de no iniciar en septiembre la disminución del relajamiento cuantitativo cayó, en principio, de maravilla sobre los mercados financieros, ya que el mensaje de las autoridades monetarias estadounidenses fue que continuarían proporcionando las libaciones que necesitan los inversionistas para continuar la fiesta.
Los efectos de esa decisión se sintieron no sólo en la economía de EU sino de manera más importante en los mercados emergentes, con un alza en sus indicadores bursátiles y la apreciación de sus monedas.
Aun así, el gusto duró poco, por lo menos en EU y nuestro país, donde la apreciación del peso y los avances en el precio de las acciones no pudieron consolidarse. De hecho, en estos días se ubican por debajo de los niveles previos a la decisión de la Fed.
Lo cierto es que la política monetaria de EU sigue adentrándose en terrenos desconocidos, en parte quizá porque las autoridades de la Fed tienen confianza en que ese experimento funcione, pero también porque el Congreso y el Ejecutivo no logran salir de su pesadilla fiscal y llegar a un acuerdo respecto a la forma en que se reencauzará la evolución del déficit y la deuda pública en los próximos años.
Sin embargo, mientras esto último no suceda, la carga de la recuperación seguirá sobre los hombros de la Fed que, queramos o no, enfrenta un límite a lo que las herramientas monetarias pueden lograr, y si se abusa de ellas, lo que cada día es más probable, puede llevar a resultados nada gratos.
Por ejemplo, uno de los efectos negativos de la política de relajamiento cuantitativo es que al reducir las tasas y estimular los precios de las acciones tiene un impacto redistributivo no deseado, pero no por ello menos real.
Esa estrategia perjudica a los ahorradores y, en particular, a las personas de menores recursos, así como a los pensionados. Favorece, en cambio, a los estratos de mayores ingresos, que son los que se benefician del alza de los indicadores bursátiles.
La Fed ha comprado casi tres billones (millones de millones) de dólares (bd) de bonos, y es posible que su balance alcance en total los 4 bd. Este nivel de activos no tiene precedente, así como tampoco lo tiene la manera en que podrían reducirlo sin causar trastornos en los mercados financieros.
Las autoridades monetarias estadounidenses tendrán algún día que reducir sus compras de bonos y, quizá en 2015 o comienzos de 2016, comenzar a vender sus posiciones extraordinarias. Esto, en sí, representará un gran reto, aun cuando Bernanke (quien para entonces no será el encargado de llevar a cabo esa tarea) y varios de sus colegas han insistido que tienen un plan ordenado de salida.
Aquí es donde los miembros de la Fed aplican con empeño su política de boca abierta, tratando de inspirar confianza y darnos la impresión de que verdaderamente se puede salir del embrollo de su balance sin víctimas financieras y sin dolor económico.
No dudo de que exista un posible calendario y una estrategia para vender esos bonos, pero no hay manera de saber, de antemano, cuáles serán sus efectos colaterales, puesto que es algo que nunca se ha hecho en la historia de los bancos centrales.
Por ejemplo, sería extremadamente raro que la respuesta de las tasas de interés de largo plazo no fuese simétrica a los cambios en el balance de la Fed. Así como la compra de bonos tuvo el objetivo de reducirlas, la venta de los mismos es muy probable que tenga repercusiones en sentido contrario.
Podemos esperar, por tanto, una presión al alza en las tasas de interés durante el proceso de saneamiento del balance de la Fed, lo que perjudicará a las familias y empresas deudoras.
La alternativa, que sería conservar dichos bonos para mantener bajas las tasas, coquetearía con futuras presiones inflacionarias, así como reduciría la credibilidad de las autoridades monetarias y limitaría el margen de maniobra de la política monetaria en el futuro.
No cabe duda, entonces, que el ambiente festivo de los mercados cada vez que la Fed pospone la disminución de los estímulos monetarios se finca sobre bases muy endebles e insostenibles, por lo que se avecinan retos difíciles para la política monetaria estadounidense, con repercusiones significativas en el resto del mundo.