Dentro de la literatura se encuentran diversas formas de plantear las ideas que se encuentran en función de diversos objetivos. Algunos con la intención de dar mayor énfasis a los personajes, otros a las situaciones y que de este modo estructurar en forma clara un tipo de comportamiento deseado o indeseado en una sociedad establecida.
En efecto, en la actualidad los libros de texto de las escuelas fungen como guías, no dirigidos únicamente a inculcar cierto tipo de comportamientos sino a trasmitir conceptos de carácter académico. Por ello no es de sorprender que en la Antigua Grecia en las escuelas se utilizaban los escritos de Esopo para educar a los jóvenes, del mismo modo que en la India el Panchatantra ilustraba principalmente sobre amistad, sin embargo en Mesopotamia se encontraron en tablas de arcilla con historias cortas donde a pesar de no exponer una moral explícita tienen afinidad con proverbios ya conocidos y socialmente aceptados.
La fábula como concepto es una narración ficticia en la cual interactúan elementos de la naturaleza, en su mayoría animales, que comparten características propiamente humanas. En la cual el objetivo es presentar al oyente una situación que genere un aprendizaje de tipo moral.
Pero ¿en que se encuentra la efectividad de este tipo de narraciones? Para esto puede haber dos razones que influyan ampliamente: la primera, al ser los niños el principal público al que van dirigidas encuentran que las historias que se presentan pueden ser bien adaptadas por ellos al tratarse de situaciones nuevas dentro de la trama de la fábula y es más sencillo para ellos integrarlas en procesos de pensamiento, que después pueden traducirse en acciones. La segunda es en realidad un mecanismo de las personas que consiste en ver situaciones fuera de ellos mismos, que les pertenecen, es decir, proyectan en los personajes de la fábula su persona y esto ayuda a que la persona se sienta identificado con el personaje, por tanto experimenta los hechos del cuento a la par del personaje. En conjunto estos dos elementos propician una sencilla forma de asimilar los conceptos que contenga la narración, y al momento de ser incorporados en los esquemas del niño las posibilidades de que los reproduzca se incrementan.
Para el siglo diecisiete Jean De La Fontaine, un fabulista francés que retoma elementos anteriores y crea una serie de escritos, los cuales tienen gran aceptación por el público hasta nuestros días, entre las más conocidas se encuentran "El lobo y el cordero" y "El león y el ratón" títulos sencillos que atraen a las personas a un mundo de aprendizajes prácticos de situaciones comunes pero que tiene un carácter amigables al lector. Otro punto relevante en el disfrute de las fábulas es que vienen acompañadas de ilustraciones que además apreciarlas facilitan el entendimiento del texto, varios artistas hicieron lo suyo con los dibujos de cada edición de los cuales podemos mencionar a Jean-Baptiste Oudry quien plasmó bellos grabados, Grandville y Gustav Dore ilustraron la edición en el Siglo XIX y Bejamin Rabier a principios del Siglo XX. La lectura de las fábulas invita estimular la imaginación, si esto no ocurriera no habrían existido las diferentes ilustraciones que han pasado con el tiempo, por lo cual no hace a las fábulas exclusivas de niños.
El éxito de este tipo de texto, en especial el citado por La Fontaine radica en gran parte del fundamento de la obra surge de situaciones cotidianas que ponen en un dilema a las personas que lo enfrentan, haciendo partícipe al lector para que de manera empática analice lo ocurrido, sin mencionar que en pocas palabras acercan a quien las lee a formas diferentes de pensar y actuar utilizando de manera activa la imaginación.