No todos ponen
Durante su mandato, Carlos Salinas de Gortari, impulsó la descentralización de las diferentes secretarías de Estado para que cada una de las entidades del país y el D.F. recibieran los recursos que, antes totalmente centralizados por el Gobierno federal, fluyeran para la realización de obras y servicios y que con la copiosa participación de los recursos estatales y municipales detonaran programas en favor de todos los ciudadanos. A este acto se le conoció como la “descentralización administrativa”. Luego cada estado del país debería, aparte de adecuar sus leyes para el ejercicio de los recursos, deberían proceder a hacer una desconcentración de la capital de cada estado a las regiones y municipios.
Como todo, al principio las cosas parecieron ir bien, pero no faltó que entre los gobernadores de la época existiesen algunos muy vivos que amacizaron los proyectos en el papel para recibir los recursos federales desentendiéndose de aportar sus recursos estatales como estaba previsto, quedando las obras inconclusas y ya de plano algunas ni siquiera iniciadas.
En consecuencia los municipios no recibían tampoco nada de la dichosa descentralización.
Más allá de la gravedad del desvío de esos fondos o su aplicación incorrecta o a destiempo, está la lentitud, vicios y negligencia en la que se cayeron algunas de las instituciones estatales que por la falta de recursos no operaron al cien por ciento los programas.
Lo que pareciera una solución para acercar por parte de la Presidencia las respuestas y apoyos a la gente, se convirtió en la “caja chica” de muchos y como la Federación pues estaba demasiado ocupada, allá daban por hecho que entregado el dinero las cosas marchaban viento en popa en los gobiernos estatales.
Las instituciones más golpeadas por esta conducta gubernamental fueron salud, educación y seguridad pública.
Hoy son estas tres áreas las que mayores quejas alcanzan y las que soportan la más grande corrupción entre sus filas.
Pero el esquema no cambia y las cosas van a seguir igual si la nueva Presidencia de la república no pone orden.
Hace meses se hablaba del mando único de seguridad pública, es decir, que un solo jefe ordenara en todo el país lo que se tendría qué hacer para abatir la ola de delincuencia desatada en el país por un personaje de cuyo nombre no quiero acodarme. Ese mismo personaje reconoció que siendo el primer mandatario no tenía las facultades para correr a un policía de cualquier estado pues sus jefes lo eran los gobiernos estatales o municipales, acotando tanto su poder que acotados fueron sus resultados.
Tal vez volver a los mandos únicos, dado que algunos gobiernos estatales fueron una partida de rufianes, sería una buena solución de tal suerte que en salud, educación y seguridad pública, las órdenes, las compras y contratos, se hicieran desde el Gobierno federal y la administración de sus recursos también.
Salinas de Gortari eligió ese esquema pues su débil triunfo, si es que lo fue, pues aún quedan muchas dudas desde la “caída del sistema” de Bartlett, necesitaba una operación incluyente que lo sacara del foso del reproche y repudio cardenistas de aquel tiempo.
A la distancia esto no ha funcionado correctamente y el círculo vicioso se amplía para bien de unos cuantos que reciben la lana sin dar cuenta y para perjuicio de otros que ni cuenta se dan en qué se las están gastando.
Son varios los Estados que “flotan de a muertito” rindiendo informes de obras pagadas por la Federación sin que aporten un centavo, pero a la hora de las fotos munícipes y gobernadores están en ellas.
Si se hiciera un arqueo aleatorio vería la Federación que con esta medida le está saliendo más caro el “caldo que las albóndigas” y como el peculado y el fraude no son delitos mayores pues a seguir remando que al cabo el océano de las oportunidades y las filas de los oportunistas son muy grandes.
Miguel Gerardo Rivera,
Gómez Palacio, Durango.
