El derecho a la vida y la libertad de expresión
Los gobiernos no dan derechos ni libertades, pues éstas ya son inherentes al ser humano, vienen de algo o alguien muy, pero muy superior al Estado. A los gobiernos sólo les toca reconocerlas, no crearlas. A lo largo de la historia ha habido gobiernos que las han reconocido y otros que no.
Generalmente, aquellos Estados que se ufanan de dar o crear derechos y libertades, siempre terminan cancelando las que se les antojan, si no es que todas. Si nos tocara vivir bajo uno de estos regímenes, tú y yo seríamos considerados (como diría Pink Floyd) “un ladrillo más en la pared” del sistema. Es decir, seríamos vistos como algo utilizable, y eliminable cuando así le conviniera al Estado.
La historia nos dice que cuando la libertad de expresión es desprotegida, la pérdida de otras libertades progresa hasta llegar a resultados devastadores.
Adolfo Hitler (Nazismo) y Joseph Stalin (Comunismo) empezaron metiendo división y cizaña entre el pueblo con el fin de que los ciudadanos comenzaran a verse los unos a los otros como enemigos.
Luego de tomar partido por el lado que de antemano sabían les convenía, marginaron la libertad de expresión de quienes disentían, y así establecieron “lo políticamente correcto”.
Enseguida, fueron adormeciendo progresivamente la conciencia de la gente a base de legalizar cosas como el aborto y la eugenesia (¿suena familiar?), esta última incluía la “muerte compasiva” de quienes hoy llamamos personas con capacidades diferentes. Juntos, ambos tiranos asesinaron a 41 millones de personas en base a la idea esquizofrénica de que exterminar al pueblo es “por el bien del pueblo”.
Y todo comenzó con mordazas a la libertad de expresión. Hasta el mismo Juan Pablo II vivió gran parte de su vida bajo la opresión de ambos regímenes, pero él los enfrentó, y lo demás es historia.
Entre sus anécdotas están los catecismos que tenía que impartir de forma clandestina, pues si los nazis se enteraban, era hombre muerto.
Y en la Polonia comunista, la cosa no fue distinta. Al final, Hitler y Stalin perdieron, y Juan Pablo ganó. Moraleja: defendamos la libertad de expresión y el derecho a la vida.
No tengan miedo de expresar lo que piensan, no tengan miedo a enfrentar “lo políticamente correcto”, háganlo con amor y respeto, como diría Abraham Lincoln: “con malicia para nadie”.
No importa lo controvertido que parezca el tema, por ejemplo, si ustedes (como yo) piensan que el matrimonio es entre una mujer y un hombre, o si piensan que a la mujer no la puede reemplazar un hombre, no tengan miedo a expresarlo pues al final ganarán. Y otra cosa de la que estoy cien por ciento seguro: cuando me llegue mi hora, no le voy a dar cuentas a un panel de políticos.
Antonio Arias Galán,
Torreón, Coahuila.