La política sí importa
Es un hecho innegable que en nuestro país existe una pobre cultura de participación ciudadana, por lo que seguramente sólo un pequeño porcentaje de mis compatriotas, por el título, contenido y extensión, leerán completa esta reflexión que hoy comparto. No obstante, como dijo Chesterton, una idea que no se convierte en palabra, no es una buena idea. Por ello quiero verter las palabras siguientes en un esfuerzo de crear conciencia entre aquellos que aún son insensibles a participar en la lucha por el Bien Común, en el contexto político electoral en el que se encuentra inmersa actualmente nuestra querida Comarca Lagunera, bajo la coyuntura de credibilidad crisis Estado-Ciudadano que prevalece y arrecia en nuestra dinámica social, acrecentada por el enorme desprestigio de los principales Partidos Políticos que habrán de contender en las próximas elecciones, frente al elector verdaderamente reflexivo y crítico.
La libertad se fundamenta y adquiere pleno sentido en las instituciones sociales y la sociedad política se legitima en la medida que hace posible el ejercicio pleno de la libertad, tanto individual como social.
En México, el régimen construido por el PRI se edificó sobre dos pilares: El Presidencialismo, entendido éste como la atribución y ejercicio de poderes por parte del Presidente en turno, por encima de la Constitución; y el Corporativismo, entendido como la existencia de un Partido de Estado que se constituye como único mediador de las demandas sociales y controlador de los grupos de poder. La relación entre este régimen y la sociedad mexicana generó una ¨cultura política¨ caracterizada por un ejercicio autoritario y despótico del poder, y por una relación de trueque comercial entre dos clientes: el Gobierno y la Sociedad, mediada siempre por el Partido de Estado. Ello engendró paradigmas aberrantes, pero plenamente aceptados por la mayoría de los mexicanos, como los que se enumeran a continuación:
1.-El poder político es propio y originario de la clase gobernante, y no es delegado a ésta por la sociedad. (El poder se ejerce, no se comparte)
2.- Los recursos económicos y sociales de México son patrimonio de los mediadores políticos, no son bienes públicos destinados a el beneficio colectivo. (El político pobre es un pobre político)
3.- La relación de la Sociedad con el Estado es una relación de dependencia, no de diálogo, mucho menos de participación. (El Ogro Filantrópico del que habló Octavio Paz)
4.- Los habitantes del país no se conciben a sí mismos, ni por parte del Estado, como ciudadanos, como individuos libres e iguales ante la ley, sino como miembros de una corporación estratificada artificialmente. (Las bases, las estructuras, los sectores, las “fuerzas vivas”) Tales paradigmas originan y sustentan las siguientes actitudes: lealtad incondicional al Partido, o más bien a quienes lo controlan; sumisión ante las decisiones de los gobernantes, por tontas y nocivas que resulten; cinismo ante la corrupción (que roben, pero que den algo, el que no tranza no avanza, etc.), fatalismo ante los acontecimientos políticos, incredulidad ante la ley. En pocas palabras, en la sociedad mexicana en realidad son mucho más trascendentes y predominan la informalidad sobre la formalidad, las reglas no escritas sobre las escritas, las costumbres sobre las leyes, la mentira sobre la verdad, la imposición sobre la convicción.
Eso es lo que construyó el régimen priista que impregnó incluso a sus adversarios políticos, dado que al comenzar la alternancia partidista en el ejercicio del poder, no existió alternancia de régimen, sino que tanto panistas, perredistas y otros, asumieron en menor o mayor grado las prácticas priistas al ejercer el gobierno (como recién se mostró en el proceso interno del PAN en Torreón); y hoy el monstruo que nunca se fue parece atacar con nuevos bríos, echando con ello un balde de agua fría a la incipiente llama de la participación ciudadana, de la población esperanzada en un verdadero cambio de situación.
Y ello hace que en la gran mayoría se fije la impronta de que la política no importa. Pero la política sí importa, porque ahí se toman muchas de las decisiones que afectan y condicionan nuestra vida cotidiana. ¿Qué hacer entonces para despertar a la mayoría? ¿Cómo defendernos de esa “clase política” a la que no le importamos los ciudadanos? Se aceptan sugerencias.
Roberto Carlos Robles Medrano.