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Si se vence el acero...

México en definitiva es un país kafkiano en el que permea y se fomenta la cultura del impago. En algunas instituciones financieras y gubernamentales es tradicional y práctica común premiar la morosidad, y entre más morosidad, mejores condiciones para los deudores.

Paradójicamente se castiga con altos intereses a las personas que cumplen con sus compromisos y obligaciones contraídas en tiempo y forma, es decir, los responsables subsidian a los irresponsables. En cambio, a los incumplidos, entre más morosidad en la que incurren, más los benefician con renegociaciones, plazos y facilidades del todo favorables, sorprendiendo también con increíbles, desproporcionadas y asombrosas quitas de capital e intereses.

Ante este tipo de distorsiones, no es de extrañar una máxima norteña que reza así: “si se vence el acero... que no se venzan los documentos”.

Francisco Benaviedes Beyer,

Cuernavaca, Morelos.

***

Memoria

En estos últimos días han venido a mi memoria eventos muy importantes de mi vida y entre los de mayor relevancia está Usted. Tengo un repertorio muy amplio de añejos recuerdos, la mayoría de ellos muy buenos y el resto no tanto, que mejor he preferido olvidar.

Sé que mi papá fue un factor mucho muy importante para que mis hermanos y yo fuéramos personas de bien, él nos forjó con una disciplina muy rígida y estricta: chapado a la antigua; sin embargo, yo no puedo olvidar que Usted ha sido una parte fundamental en mi formación, la que me ha servido para compartir con mis hijos, los mejores conceptos del amor a la familia.

Debo estar agradecido con Dios, que depositó en Usted el amor, la voluntad y la concordia para recibirme en su casa, como parte muy importante entre sus seres más queridos. Debo vivir agradecido eternamente con Usted por el tiempo, la atención y la tolerancia que recibí en la etapa más difícil de mi existencia; me refiero a mi adolescencia. Debo reconocer que Usted, sin esperar nada a cambio compartió conmigo los mismos valores que tradicionalmente se comparten solamente con los hijos y que sin ser mi madre asumió con mucha entereza la parte que a Usted no le correspondía: me alimentó, me cuidó, me educó, estuvo al pendiente de mí para curar mis heridas, y además, debo agradecer que de Usted aprendí el verdadero amor a Dios a través de sus palabras, su ejemplo y su sacrificio.

Ahora es tiempo de pedirle perdón por estar tan alejado de Usted, por la poca frecuencia de mis visitas y quizás por lo ingrato de mi comportamiento, pero quiero al mismo tiempo hacerle saber que Usted ha vivido, vive y vivirá siempre en mi corazón y en mis mejores recuerdos y que con mucho orgullo y satisfacción recibiré siempre sus bendiciones.

Juan Antonio Aguilar Tello,

Torreón, Coahuila.

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