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Día de los muertos

El concepto clásico que se tiene de la muerte es que es algo que se opone a la vida, algo ajeno a ella, que le viene de fuera, que simplemente acontece sin desearse. Se da por sentado que entre vida y muerte no hay más relación que la de ser polos opuestos. Pero no es así. La muerte forma parte de la vida. Es tan inseparable de ella como el nacimiento. Es parte integral del devenir histórico de cada uno.

Una gran parte de la humanidad ha creído y cree, que la muerte como fin de todo, como regreso a la nada, como involución a la materia, y no como evolución a la plenitud de una vida consciente de su existencia, es un absurdo.

Es esta la razón por la que siempre la ha agobiado una pregunta: ¿Qué sucede con esta vida consciente de su propia existencia, cuando la muerte llega? Como no sea por la respuesta que nos da la fe, nada sabemos.

Pero ¿qué es la fe?, Pablo de Tarso, en su carta a los hebreos, nos da una definición precisa: Es “la certeza de lo que se espera y la seguridad de la existencia de las realidades que no se ven”.

Algo así como lo que el científico recién galardonado con el Premio Nobel de Física tenía de que existía una partícula más pequeña que los fotones, protones y electrones, (bautizada como bosón de Higgs, o “partícula de Dios”) que da masa a toda la materia existente en el universo, aunque nadie hubiera visto y menos aislado nunca esa huidiza estructura.

La fe no es, pues, simplemente creer ciegamente en dogmas, sino una especie de sentido interior (que todos tenemos, pero que pocos desarrollan) que permite “captar” verdades a las que no se puede llegar por la razón; no es una mera “intuición”, sino una certeza inexplicable lo que de ella emana.

Este tipo de fe es el que pone en contacto nuestra conciencia, que nos da razón de lo que somos, con el Espíritu, que es la esencia de lo que somos, y nos permite confiar que cuando nuestro cuerpo muera, nuestra vida continuará; y que liberada ya de los límites que le impone la materia, accederá a una nueva dimensión que trasciende nuestras más ambiciosas expectativas.

El tránsito de la muerte a esa nueva vida sin límites en el tiempo y en el espacio es indemostrable racionalmente, esto es cierto: pero la razón, que nos permite aceptar un principio creador de la vida, nos permite aceptar también que ese mismo principio puede recrearla de la aparentemente nada de la muerte ¿O acaso quien nos creó de la nada, no podrá recrearnos nuevamente de la nada?

La resurrección de Jesús es la evidencia visible para el mundo de que esto es una realidad aunque no la comprendamos. Creer en esto, nos da la posibilidad de caminar hacia la inevitable muerte en forma serena, seguros de que entraremos a ese universo invisible que nuestro espíritu, que no acepta verse limitado por la muerte, anhela.

Rodolfo Campuzano S.,

Gómez Palacio, Durango.

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