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‘El mensaje’

No pude evitar conmoverme ante la impotencia que ha de haber sentido el pequeño de ocho años que se suicidó el pasado fin de semana en Gómez Palacio, por motivos familiares, según la nota.

A tan corta edad ¿qué cosas no habría ya pasado para tomar una decisión tan lamentable que nos dejara a todos, propios y extraños, el mensaje de que estaba harto de vivir?

De que sus pequeñas manos al momento de iniciar el ritual de su fin se movían acordes a lo que su infantil mente le ordenaba hacer.

¿Qué estamos construyendo para, en y en torno a ellos? ¿Qué mundo les estamos dejando ver y qué infiernos tienen ahora que soportar en donde solitos enfrenten a sus propios demonios?

Ignoro su forma de vida, pero no ignoro la que muchos otros llevan y que lamentablemente en la opulencia de las oportunidades o en la pobreza más extrema están siendo, inconscientemente preparados para tomar esa ruta de desesperación.

Aquí no hablamos de genética como el cáncer o la diabetes, aquí hablamos de actitudes.

Pero las primeras actitudes están las que como padres, familia y sociedad debemos de mostrar, los ejemplos vivos son más fuertes que los libros de texto o la doctrina. Los ejemplos a la vista son el mayor recurso personal que un hijo puede tener para salir adelante o echarse para atrás dejando que otros pasen.

El mensaje que como padres tenemos la obligación de dejar es el de la conciencia de que el mundo puede ser mejor si contamos con los recursos, no propiamente económicos, sino los que la propia naturaleza nos provee: habilidades y conocimientos.

Pero para llegar a ello tenemos la obligación de hacer que éstos se desarrollen y crezcan junto al amor, la compasión y la fidelidad familiar.

Cada miembro de una familia es un eslabón de aprendizajes, mas si esta cadena está llena de eslabones oxidados, rotos o débilmente forjados, el mensaje tal cual llegará con sus consabidas fallas de origen en la construcción del nuevo ser.

No se puede culpar a los padres de las acciones que los menores toman, esto es una cadena que viene desde muy atrás y todos, sociedad total, somos responsables.

Se dice que no hay un librito para ser padres, pero sí hay una inmensa biblioteca de experiencias en las familias de todo el mundo que nos pueden servir para llevar los cuidados a nuestros hijos; sólo nos falta saber leer los mensajes de esa biblioteca.

El niño malcriado o el abusivo no nació así, así se hizo y alguien o algo está influyendo en su conducta, habrá que revisar nuestro accionar.

Muchos padres dicen amar inmensamente a sus hijos, pero los ejemplos que les dan distan mucho de esta declaración.

La pérdida así de un ser tan pequeño no debe ser sólo parte de las estadísticas, de este deceso debemos aprender y estar alerta pues las cosas no se dan por la casualidad, sí por la causalidad de los ejemplos y la falta de comunicación entre nosotros, como familia.

Que no perdamos como ya lo hicimos la capacidad de asombro en casos como éste, es una señal, un mensaje de que así como la drogadicción, el tabaquismo y el alcoholismo ya trascendieron a las fronteras de la infancia, que no lo haga el suicidio.

Como padres no dejemos que nuestros hijos experimenten a corta edad con cosas que nosotros no tuvimos de pequeños, que no les ciñamos la obligatoriedad de ser lo que nosotros no pudimos, que no se conviertan en los instrumentos de nuestro divorcio; que no sean los ejemplos vivos de nuestros peores ejemplos.

El lenguaje agresivo y la soberbia no son sinónimos de fuerza sino de una gran debilidad; habrá qué buscar en la mente por qué ponemos tales escudos y no hallamos otra forma de comunicarnos con los demás.

Miguel Gerardo Rivera,

Gómez Palacio, Durango.

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