Mi Ángel estuvo ahí…
Domingo: Un día en el que las familias aprovechan para su reunión semanal, ir de paseo para visitar lugares nuevos, o para practicar algún deporte o simplemente presenciar uno profesional.
Yo tuve un domingo especial, un tanto trágico, y al mismo tiempo milagroso que reforzó mi fe en Dios.
El domingo 23 de junio pasado, nos reunimos un grupo de amigos amantes de paseos en motocicleta; ya estando completo el grupo, nos dirigimos al destino ya planeado con anterioridad. Enfilamos la carretera felices de sentir ese aire de libertad, que proporciona el ir montado en un caballo de acero, notando que al rebasar los automóviles, los conductores voltean a ver, al oír el rugido de las máquinas y la velocidad que llevan.
Paramos en un pueblo a tomar un refrigerio, continuando nuestro camino llegando a un tramo sinuoso, con curvas pronunciadas que hacían peligrosa la ruta. En determinado momento, quedé al final del grupo, cuando en una curva, coincidí de frente con una camioneta que invadió un poco mi carril. En un instante, perdí el control de mi moto al tratar de esquivarla, golpeando un fantasma y cayendo a un barranco estrepitosamente, sin poder dominar esa mole de acero.
En los momentos de mi caída de la carretera al barranco, hubo un bloqueo en mi persona, porque no recuerdo cómo caí. Cuando pude reaccionar, la motocicleta estaba caída en su lado izquierdo y yo junto a ella. Quise incorporarme y mi cuerpo no obedecía. Mi cerebro no daba crédito a lo que había sucedido. Pasados unos minutos, me dije “No puedo quedarme en este sitio, porque mis compañeros al notar que no voy atrás de ellos, se van a regresar a ver qué había pasado y no me van a ver desde la carretera”. Sacando fuerzas de mi interior, logré llegar, como pude, a la carretera. Para mi fortuna, un matrimonio iba pasado en su coche por el lugar y al verme se detuvo y me tendió una mano para auxiliarme. Ya estando con ellos en su coche, encontramos a mis compañeros que ya iban en mi búsqueda. Después de agradecer infinitamente su ayuda a ese matrimonio, nos dirigimos a buscar el lugar del accidente, sintiendo yo dolores agudos en distintas partes del cuerpo.
Cuando logramos ubicar el sitio, y con ayuda de un vehículo que habían conseguido mis compañeros, de otra persona dispuesta a ayudar, lograron sacar a mi “Nena” (nombre cariñoso que le doy a mi moto), llevándola a un lugar seguro para recogerla posteriormente.
En cuanto al que escribe estas líneas, fui trasladado por el líder del grupo y gran amigo mío, en su moto y custodiados por otro gran amigo motociclista, hasta nuestro lugar de origen, a una distancia de 250 kilómetros.
En ese trayecto, ya los dolores de mi cuerpo eran insoportables. Después de 3 horas de camino, por fin llegamos a un sanatorio en donde me estabilizaron de la presión en forma rápida y eficiente y atendieron de varios golpes y heridas en el cuerpo y algunas costillas rotas. Ahí contactaron con mi esposa qué llego inmediatamente, así como varios miembros de mi familia y amigos motociclistas. Sus muestras de cariño me reconfortaron totalmente.
Para mí esta fue una experiencia traumática; sin embargo, les comento que antes de sufrir el percance, percibí un aroma muy agradable, en diversos momentos, como a perfume, o a flores que difícilmente se encuentra en carretera, donde predominan olores a gasolina, a aceite, a polvo, lo que me hace pensar que en esos momentos de peligro, yo no iba solo. Alguien supremo iba junto a mí, protegiéndome y evitando que yo quedara en ese lugar, dándome fuerza para salir adelante, a pesar de que mi cuerpo no podía sostenerse.
Han pasado más de 5 meses del accidente y estoy completamente restablecido. Y sigo convencido de que ese Ser Supremo evitó que falleciera en la caída, envió al matrimonio que me auxilió y al que estoy eternamente agradecido.
Cada domingo llega a mi mente lo ocurrido y doy gracias a Dios de poder contarlo.
Quiero manifestar mi agradecimiento infinito a todas las personas que me ayudaron y a mi esposa que me apoyó en todo momento.
Gustavo de León Alanís.
