A unos cuantos momentos de entrado a su pontificado, el Papa Francisco marca toda su actuación futura en una declaración que contradice y para siempre supera a la de Mao Tze Tung que en su momento estableció la máxima de que el "poder nace en el fusil". En 1938 el comunismo se abría paso arrastrando las masas chinas para derrocar a la sociedad burguesa y colonial. Los años que sucedieron al triunfo de los sistemas marxistas demostraron que a la postre las metas que se propusieron, el mejoramiento integral de la convivencia social no pudieron alcanzarse.
Hoy, la declaración del Papa argentino es por lo demás simple: "el poder está en el servir" y con este sencillo principio emprende reinado. La aclamación es general. Los tiempos ya no son de conquistar el poder por la violencia sino la receta es merecer el poder por las vías de la solidaridad y entrega a las metas que harán digna la existencia de cada ciudadano.
La advertencia del Papa parecería dirigirse a gobernantes y políticos. Hoy día, la adopción de sistemas liberales de mercado se han extendido dejando rienda suelta a la acumulación de re riquezas personales a través de corrupción y correlativamente la aceptación de principios de globalización se traduce en el imperio del consumismo sin límites. Los que ejercen mayor poder económico son los que determinan las formas de vida de miles e millones de seres humanos. Las fortunas que se reúnen bajo el mando de un corto número de personalidaes superan con mucho los presupuestos de naciones enteras e incluso de los programas internacionales destinados a aliviar los problemas de pobreza, ignorancia y de salud. Las brechas entre ricos y pobres se abren hasta en los países económicamente más avanzados.
El Papa Francisco condena en su homilía del pasado Domingo de Ramos "la sed de poder y la corrupción" y añade que "el odio la envidia y la soberbia ensucian la vida", alusión directa a la ceguera que desvía a los más poderosos de su misión de mitigar las carencias y sufrimientos de los millones de pobres que los rodean.
No es cosa nueva que un Papa condene la injusticia económica y social que prevalece. Las posiciones de Juan Pablo II son bien conocidas.
Un papa latinoamericano aporta experiencias bien distintas a las europeas donde la dureza de actitudes es compañada de un progresivo debilitamiento de la influencia de la Iglesia Católica. Los países del viejo mundo son ya tierra de misión para un número creciente de sacerdotes y monjas procedentes de América Latina que tambien se dirigen cada vez más a países asiáticos donde los católicos sufren frecuentes persecuciones como sucede en África.
América Latina, continente predominantemente católico y de homogénea cultura ibérica, pasa todavía por etapas de experimentación económica y política para resolver problemas sociales. El Papa Bergoglio, argentino, sabe de esto como a su vez lo sabía el Papa Woytiwa que vivió regímenes dictatoriales a los que, ya en el Vaticano, supo responder.
El reto de la Iglesia y del nuevo Papa no es, pues, sólo atacar con decisión la indispensable reestructuración de muchos aspectos de la actividad del Estado Vaticano cuya imagen se ha deteriorado significativamente en los últimos años. Los escándalos de muchos tipos, ocultados en un principio, y después ávidamente divulgados mundialmente por los medios requieren aclaración y castigos. La Iglesia ha prevalecido en otras crisis.
Al Papa Francisco no le será fácil postergar su atención a asuntos de doctrina planteadas por una feligresía más cuestionante. Nuevas reglas sobre la amplitud de la autoridad papal, antes tan centrada en su inspiración personal, harán que las difíciles definiciones en puerta sean compartidas de manera más colegiada.
El pontificado del Papa Francisco se anuncia muy trascendente para la vida del catolicismo universal. El propio pontífice se ha encargado de emitir todas las señales necesarias para que el mundo esté pendiente de los rumbos que habrá de indicarle.
Jesuita, proviene de una tradición que jamás se arredró para iniciar nuevos pasos. "No debemos creerle jamás al maligno que nos dice que no podemos hacer nada contra la violencia o la corrupción, la injusticia o contra nuestros pecados. Jamás hemos de acostumbrarnos al mal." Buen pensamiento para esta significativa Semana Santa.
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