Como me había prometido no escribir de temas tristes, no lo haré. Voy a hablar en positivo, no obstante el dolor que me causa la partida de mi amigo Antonio Irazoqui.
Aunque sabíamos que el día podía estar próximo, la partida no deja de ser dolorosa, porque significa un desprendimiento.
Sé que hay lectores que no desean leer sobre temas como éste e incluso, alguno que me ha dejado mensajes que mejor escriba mi epitafio. A ellos les respondo que no puedo evitarlo, porque es una forma de catarsis, así como que mi epitafio ya lo escribí y se publicará en su oportunidad.
Toño fue un hombre excepcional, buen esposo, padre de familia y amigo.
Como persona y periodista, estuvo siempre comprometido con las mejores causas ciudadanas, aun a riesgo de enfrentarse con intereses peligrosos, porque esa fue la escuela que aprendió de su tío Antonio.
Como esposo, se preocupó siempre por su esposa Enriqueta y decía de ella, que "había nacido para ser mamá", porque cuidaba de sus hijos en forma magistral. Y vaya que fueron muchos, pero "nunca se cansa de prodigarse en ellos", decía.
Junto a Queta estaba siempre pendiente de los suyos y, como dice la Biblia: "Por sus frutos los conoceréis", nos heredó personas amables, verticales y cálidas, como mí amiga Mónica, que hace para mí, un poco menos dolorosa la partida de su padre.
Como amigo, no tenemos quienes lo somos, nada que reprochar. Disfrutamos como pocos de su compañía y su solidaridad, que mucho nos alentó en los momentos difíciles.
Su sentido del humor, alegró muchos días de nuestra existencia. Bien se dice que "la ironía fina, es el relámpago de la inteligencia", y Toño era así, de un humor fino que nos arrancaba carcajadas a quienes lo escuchábamos.
Durante años, disfrutamos juntos, en familia, con Bernardo, Gilberto y Fernando, entre otros, de largos paseos por el desierto, acampando en cualquier sitio y gozando de la magia de la noche en las que se tiene por techo las estrellas.
Largas pláticas de espantos y aparecidos, en aquellas noches, rodeados de una fogata y disfrutando de un buen café. Durango, su tierra natal, es prolija en esas historias y él las contaba con toda la emoción que se requiere para que causen impacto.
Lo he dicho otras veces, Toño fue un bohemio de corazón y precisamente el día de su partida, Paty recordaba aquellas noches y a él cantando "Adiós muchachos"; y me decía: "Parece que lo estoy oyendo". Seguramente lo estaba oyendo en su memoria prodigiosa, porque su voz perdurará siempre en la mente de todos los que lo conocimos.
Amaba las máquinas y no se diga la prensa en que se edita el periódico. Aún recuerdo el gusto con el que me mostró la última que adquirió el periódico. Era como un niño con juguete nuevo, moviéndose de un lado a otro de la máquina y diciéndome cómo funcionaba.
Siempre repetía que el periódico era un taller y como tal debía oler a tinta. Una editorial que no huela a tinta no es una casa editorial.
Cuántas cosas aprendí en nuestras pláticas, cuando acudía al periódico a entregar mi colaboración y él me invitaba un café en su despacho. Además de la experiencia, era un hombre que había vivido a plenitud y sabía de los recovecos de la vida y cómo esquivarlos.
Me duele su partida, pero al mismo tiempo me alegro de haber tenido el privilegio de conocerlo, porque mi vida se vio enriquecida con su amistad.
Claudia y yo estamos agradecidos con Dios y con la vida, por habernos dado el regalo de conocer a Toño y a su esposa Queta, con quienes compartimos instantes mágicos y eternos que quedarán grabados para siempre en nuestro corazón.
Acompañamos a su familia en la celebración eucarística donde el padre Jorge ofreció una homilía inspiradora, en la que nos invitó a saberte siempre presente en la vida de tu familia y también en el corazón de tus amigos.
Por todo este tiempo que compartimos juntos, mi buen amigo: Gracias Toño.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".