Hay ocasiones en las que conviene más callar lo que se siente para no hacerle daño a los demás. Moverse mejor por atrás de los telones para conseguir un objetivo, como Frank Underwood, el ficticio legislador maquiavélico de la serie House of Card, en lugar de evidenciar un plan de acción, dando la receta secreta de un menú que se va a degustar. Algo así parece que está pasando en torno a la tibieza con la que el gobierno mexicano ha reaccionado al debate migratorio en Estados Unidos y ante la amenaza de que se construyan más de mil kilómetros adicionales de muro en la frontera.
En efecto, el gobierno de Peña Nieto no quiere hablar del tema de la reforma migratoria que se debate en Estados Unidos. En contraste con el tema de la seguridad y el combate al narco, donde también hay un silencio porque no parecen saber qué hacer aún, en el tema migratorio el silencio y la tibieza parecen ser una buena estrategia.
Ya vimos cómo el activismo por la reforma migratoria del ex canciller Jorge Castañeda, durante la presidencia de Vicente Fox, acabó siendo contraproducente. Castañeda fue un actor que se movía frente a las cámaras, un protagonista bravucón y bien argumentado que buscaba la enchilada completa que ni al horno llegó. El mérito de Castañeda fue pensar a México como un par de Estados Unidos en el tema migratorio. Su error: no haber comprendido que los estadounidenses no nos ven como un par, sino como un problema y como un subordinado en torno al tema migratorio (y a muchos otros temas más).
Con Felipe Calderón y su canciller Patricia Espinosa, México regresó al trabajo hormiga. En lugar de convertirse en un gobierno activista a favor de la reforma migratoria, la diplomacia mexicana regresó a la labor detrás de cámaras. En lugar de acompañar a los migrantes en las marchas masivas en varias ciudades de Estados Unidos, la embajada mexicana en Washington trabajó con organizaciones de la sociedad civil estadounidense, aliadas en el tema de la defensa de los derechos humanos y de los derechos de los migrantes en una serie de demandas ante cortes estatales por leyes aprobadas en las legislaturas de algunos estados que aprovecharon la inacción del gobierno federal estadounidense en el tema migratorio, como la SB1070 de Arizona.
Hoy el gobierno de Peña Nieto, ante la reciente aprobación en el Senado estadounidense de una ley de reforma migratoria ha mantenido un perfil bajo. Culpar a la diplomacia mexicana de que "no está haciendo nada" para detener la tormenta es fácil, pero es desconocer que de entrada todo parece indicar que la reforma migratoria no será aprobada y mucho menos con una vía para la legalización que sea generosa, sencilla, rápida y no onerosa, como la que se pretende actualmente, ya que bajo la propuesta del Senado la ruta para la ciudadanía podría tomar hasta 10 años y multas y pagos de casi 2 mil dólares.
El debate en el Senado fue relativamente sencillo, pero en la Cámara de Representantes la reforma migratoria podría morir, como ya pasó en años anteriores. Por ello, realmente no tendría mucho sentido el que hoy la diplomacia mexicana sea más pública en su condena al muro, para el que no hay fondos que alcancen, cuando ni siquiera se ha aprobado una ley en la Cámara.
Lo que sí podría hacer el gobierno de Peña Nieto más públicamente es resucitar un esfuerzo que ya se hizo en el 2007 de convocar a organizaciones ambientalistas de ambos lados de la frontera para que hagan estudios del impacto ambiental que podría tener el muro fronterizo en caso de alargarse.
El activismo ambiental es de los más consistentes en Estados Unidos, de aquellos que más dinero recaudan y de los que elección tras elección tocan las puertas de los electores y los informan sobre los temas ambientales más importantes que están en juego en una elección.
Por ejemplo, un estudio de dos académicas de la Universidad de Texas revela el impacto ambiental de más kilómetros de muro tan sólo en la frontera mexicana con Texas. Lindsay Eriksson y Melinda Taylor concluyen en su estudio que la construcción del muro propuesto en su estado "degradará y fragmentará unas 500 hectáreas de tierra, de las cuales 400 sirven como hábitat a varias especies animales en una zona que ya ha perdido caso el 95% de su vegetación originaria".
El estudio de Eriksson y Taylor alerta sobre problemas en específico para el lobo gris mexicano, el mamífero que más peligro de extinción tiene en América del Norte, el ocelote y el jaguarondi, pero también para cinco especies más como el halcón aplomado y otras aves que se verían afectadas por la luz que tendría el muro en algunos segmentos.
México ha defendido en los últimos años una agenda verde en varios foros multilaterales. Por ello, volver a hacer un esfuerzo con organizaciones ambientalistas sería un buen refuerzo a la labor hormiga que se hace ya con organizaciones de derechos humanos y civiles, con el activismo judicial y con todos los esfuerzos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior y los de los consulados, labor que explica bien Alexandra Delano en su blog en Letras Libres. Guardar silencio ante el muro es una buena estrategia ante el debate migratorio, pero jugar las reglas de la democracia estadounidense e incidir con organizaciones ambientales no es mala idea.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano