En septiembre de 2010 el Secretario de Hacienda brasileño, Guido Mantega, utilizó la frase "guerra cambiaria" para referirse a las repercusiones de la depreciación del dólar, un resultado colateral de la política extraordinariamente acomodaticia aplicada por la Reserva Federal (Fed).
Esa política, instrumentada para combatir la Gran Recesión de 2008 y 2009, redujo desde mediados de diciembre de 2008 la tasa de interés objetivo a cerca del cero por ciento, junto con la aplicación de, hasta ahora, tres rondas del llamado relajamiento cuantitativo. Éste es, en esencia, la inyección de liquidez comprando valores con emisión primaria de dinero y modificando el balance del banco central.
La abundante oferta adicional de dólares se reflejó en una depreciación de esa moneda y en la consecuente apreciación de las monedas de otros países que, como Brasil, no lograron contener o neutralizar la avalancha de dólares en sus sistemas financieros.
Las autoridades de EU saben que sus decisiones de política monetaria hacen particularmente vulnerables al resto de las economías, pero ésa no es su preocupación.
Así lo dijo hace algo más de 40 años el entonces secretario del Tesoro de Richard Nixon, John Connolly, quien ante los problemas que causaba el dólar al sistema de Bretton Woods, dijo "La moneda es nuestra, el problema es de ustedes".
Algo similar comentó Ben Bernanke el 5 de noviembre de 2010 a unos estudiantes en Jacksonville, Florida, al señalar, quizá en alusión a las preocupaciones de entonces sobre la "guerra cambiaria", que el diseño de la estrategia de política monetaria de la Fed debe centrarse en EU, en vez de otras economías.
Desde entonces, la recuperación económica en EU, así como la de Japón e Inglaterra, no han logrado agarrar tracción, por lo que en estos meses se ha intensificado el sesgo acomodaticio de la política monetaria de sus bancos centrales.
Esto acentuó la depreciación del dólar y también ahora la del yen, volviendo a traer a colación el argumento de una guerra cambiaria no declarada. A las preocupaciones del secretario Mantega se unieron en 2013 las del presidente de Francia, François Hollande, y otros dirigentes mundiales.
La reunión ministerial del G-20 celebrada en Moscú a mediados del febrero de este año, abordó la fluctuación del valor de las monedas en el mundo y, en forma diplomática, varios funcionarios descartaron una guerra.
Por ejemplo, la Directora-Gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, declaró al final de la reunión: "Pensamos que es exagerado hablar de guerras de monedas. Hablamos más bien de preocupaciones por las monedas. La buena noticia es que el G-20 ha respondido hoy con cooperación más que con conflictos".
No obstante, es un hecho que la política monetaria extremadamente laxa de la Fed está provocando la depreciación del dólar y no se visualiza que en un futuro inmediato la enorme liquidez inyectada actualmente a razón de 85 mil millones de dólares mensuales sea absorbida sin trastornos en el sistema financiero global.
Por ejemplo, los datos muestran que desde principios de 2007, el año previo a la Gran Recesión, hasta el primero de marzo de 2013 el real se apreció con respecto al dólar un 7.1 por ciento, el peso chileno en 11.4 por ciento, mientras que la moneda china, el yuan, se apreció 20.3 por ciento.
El euro, con todo y la crisis fiscal y financiera de la Eurozona, presenta una depreciación de sólo 2.3 por ciento, una fortaleza relativa que valida la preocupación del presidente francés.
Nuestra moneda, en contraste, tuvo una depreciación de 17.2 por ciento en ese lapso, pero aun así también incomoda a nuestras autoridades su fortalecimiento reciente.
En parte por ello la Junta de Gobierno del Banco de México (Banxico) decidió el viernes pasado reducir en medio punto porcentual su tasa de interés de referencia, lo que, paradójicamente, actuó como un catalizador para fortalecer nuestra moneda.
Las herramientas con las que cuenta Banxico para aminorar o detener este proceso, como sería otra reducción de la tasa de interés y aumentar la compra de divisas, serán a todas luces insuficientes para enfrentar el tsunami de liquidez que seguirá inyectando la Fed.
En consecuencia, la fiesta en los mercados financieros globales, que en mucho se debe a las decisiones de política monetaria estadounidense para reparar su economía, terminará algún día, y cuando suceda, las economías emergentes, incluyendo la nuestra, tendrán que hacer múltiples malabares de políticas públicas para contener los daños que ello pudiera ocasionar en sus mercados financieros y de divisas.