Guggenheim: sublimidad entre muros
En el ocaso de su larga y fecunda carrera, el genio de Frank Lloyd Wright quedó plasmado en el insigne edificio del Museo Guggenheim de Nueva York. Hoy es uno de los inmuebles más emblemáticos del mundo y una de las más notables expresiones de la arquitectura moderna.
Auspiciada por el magnate Solomon Guggenheim para albergar su colección de arte, la institución abrió sus puertas en 1959 tras un azaroso proceso de diseño y edificación que se extendió por 16 años. Tanto el mecenas como el autor de la obra habían fallecido ya. Desde entonces, el Museo Guggenheim ha recibido exposiciones de las grandes figuras de la plástica del siglo XX, a la par de un proyecto cultural que trasciende fronteras.
Enclavado en corazón de Manhattan, se erige en marcado contraste con las construcciones que le rodean. Los volúmenes circulares y las curvadas franjas de su galería desafían el paisaje urbano de la Quinta Avenida. Son magníficas las vistas filtradas por el follaje desde el adyacente Central Park. La modesta escala del edificio no es obstáculo para una poderosa presencia. Al interior, se alza en una espiral con franjas ensanchándose en ascenso.
En su perímetro se aloja una rampa elevada aboliendo el prototipo del museo tradicional. La combinación del cilindro y la pirámide invertida moldean el lugar estableciendo una nueva manera de organizar el espacio. Bruno Zevi dice en la arquitectura Wright es tan relevante como Shakespeare para el idioma inglés, Schönberg para la música y Einstein para la Física. Con sus obras, el movimiento de la arquitectura moderna recibió un impulso definitivo.
La poco convencional estructura del recinto responde a un problema de uso convencional: la exhibición de piezas pictóricas. En su permanente ascenso las rampas van en búsqueda de la luz y en lo alto, una enorme claraboya ilumina el área central. El mismo Wright estableció el objetivo: la destrucción de la edificación en forma de caja. Encaminó, como en algunas de sus obras anteriores, el vocabulario de la arquitectura hacia múltiples y nuevas direcciones.
Su paso por Japón en los albores del siglo XX mientras construía el Hotel Imperial de Tokio, puso a Wright en contacto con el pensamiento oriental. Sus reflexiones le llevaron a valorar la importancia del espacio en relación a la forma: “El jarrón está determinado por el vacío que su interior contiene”, afirmó alguna vez. Casi 50 años después, llevaría a la práctica ese concepto en el atrio que recorre toda la altura del Guggenheim.
La luz cenital se derrama desde lo alto convirtiendo los parapetos en una serpentina helicoidal. En los balcones circulares hay la sensación de estar en un desplazamiento continuo que se prolonga al infinito en un recorrido interminable: el espacio que fluye. Los muros laterales son iluminados por rendijas horizontales que hacia el exterior le dan su mayor característica. El sueño de convertir el Guggenheim en un ente se hace realidad: la materia inerte deviene en un organismo en movimiento.
El optimismo del periodo de la posguerra abrió la posibilidad para un nuevo orden en distintos ámbitos. La infatigable mente de Wright volcó sobre el proyecto la experiencia acumulada y sus indagaciones formales. Hasta hoy es difícil resumir en un solo rasgo las características de este lugar. Igualmente complejo es discernir la diferencia entre el inmueble y una pieza de arte urbano. El Guggenheim se vuelca a su propio interior, conformándose como un museo de sí mismo.