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Hambre en las urbes

MUCHAS FAMILIAS MEXICANAS VIVEN SIN SERVICIOS BÁSICOS, BAJOS SALARIOS, HACINAMIENTO Y DESEMPLEO

Hambre. El máximo premio para los alumnos de la primaria 'Pedro Zaragoza', de Ciudad Juárez, es que el profesor les compre algo de comer si se portan bien durante la clase.

Hambre. El máximo premio para los alumnos de la primaria 'Pedro Zaragoza', de Ciudad Juárez, es que el profesor les compre algo de comer si se portan bien durante la clase.

EL UNIVERSAL

Hambre, falta de acceso a los servicios básicos, hacinamiento, bajos salarios, desempleo y pocas oportunidades de progreso, entre otras carencias, forman parte de la tragedia que viven a diario familias mexicanas de gran tamaño en ciudades del país.

El 21 de enero, el presidente Enrique Peña Nieto puso en marcha la Cruzada Nacional contra el Hambre, estrategia que pretende revertir que 7.4 millones de ciudadanos enfrenten pobreza extrema y carencia alimentaria en 400 municipios del país.

Durante la instalación de la Comisión Intersecretarial para la Instrumentación del plan, el viernes pasado, el mandatario recordó que tan sólo en 2011 murieron 11 mil personas en México por desnutrición.

Se tuvo acceso a siete historias de personas que sufren marginación en urbes de gran dinamismo económico y social como Iztapalapa (Distrito Federal) Ecatepec (Estado México) y Ciudad Juárez (Chihuahua).

A escuelas como la Pedro Zaragoza, en Lomas de Poleo, en Juárez, asisten niños que se pelean por el lunch.

O lo que ocurre en El Gallito, en Ecatepec, donde Alicia sobrevive con su esposo y sus tres hijos; los dos mayores se turnan para comer.

En la frontera de Iztapalapa y Tláhuac, una zona donde hay de todo: comida, tiendas y hasta un hospital, la familia Vargas, paradójicamente, no tiene lo indispensable para vivir.

 LOS ALUMNOS SE PELEAN POR 'LUNCH' Hambre, sueldos bajos, pobreza extrema, carencia de agua, falta de alternativas, desempleo, abandono de los jefes de familia, una descendencia numerosa y la falta de información sobre métodos de control natal, son algunas de las constantes que conviven en la colonia Lomas de Poleo, al oeste de Ciudad Juárez, a 20 minutos del centro de la metrópoli mexicana con más maquiladoras de América Latina.

Los que aquí habitan no cuentan con luz eléctrica en sus casas, ni con servicio de transporte constante. Las calles no están pavimentadas. No hay teléfonos. El camión de la basura no entra. Nadie cría animales ni siembra árboles, tampoco hortalizas. Todo aquí es polvo seco.

La miseria se impone para más de 50 familias, como la de Martha, madre de seis hijos que no sabe si hoy tendrá o no para alimentarlos a todos. Lo seguro es que para los siete no alcanzará.

"Cuando un hijo desayuna, el otro no. Si uno cena frijoles, pues a uno o a dos de ellos ya no les toca cenar". Para todos no da.

Los niños acuden a la primaria Pedro Zaragoza, donde, a decir del profesor René Martínez, de sus 35 alumnos de cuarto año, 30 viven en pobreza extrema, hambre y desnutrición.

"Para mí como profesor es sumamente difícil mantener a un alumno atento en el salón de clases, cuando la constante es el hambre que manifiestan tener a cada rato. A veces tengo que decirles: 'Si se portan bien, yo les compro algo de comer al final de la clase'. Y sólo así se tranquilizan. Y el profesor aclara: "A esta escuela solían llegar apoyos para que los alumnos desayunaran un vaso de leche con cereal antes de iniciar las clases, pero éstos terminaron, no sabemos por qué".

 GASTAN EN 'COMIDA CHATARRA' "La gran mayoría de nuestros alumnos acuden al aula sin desayunar, y si traen un peso, lo gastan en comprar comida chatarra que vende un señor con su carrito afuera de la escuela. No comen fruta, tampoco verduras. La dieta de nuestros alumnos se basa -si acaso tienen para comer- en frijoles y tortilla. Y frecuentemente se pelean entre ellos por el lunch o la comida", añade Analí Sánchez, profesora de sexto año de primaria en Lomas de Poleo.

 SE TURNAN PARA COMER Alicia Barreda tiene 28 años y tres hijos, su esposo echa fuego en los semáforos. Su hija mayor tiene 12 años; José Miguel, cuatro, y Ángel, el menor de ellos, cuatro meses. En ningún momento ella y su pareja han optado por el control natal. Alicia no conoce métodos anticonceptivos.

Tampoco conoce la Cruzada Nacional contra el Hambre, para reducir los índices de pobreza alimentaria, puesta en marcha por el presidente Enrique Peña Nieto y dirigida a una población estimada en 7.5 millones que padecen pobreza extrema y carencia alimentaria severa en el país.

Alicia no sabe leer ni escribir. Lo que sí conoce y bien es el hambre, y de "estirar" lo más posible el alimento, cuando lo hay, para que alcance varios días para sus tres hijos. No cuenta con un refrigerador para guardar la comida, tampoco con gas para bañarse con agua caliente o para preparar la comida. Usa leña.

Al hambre la describe como "esa sensación de mi estómago vacío, hueco y la queja de mis hijos que a veces no pueden dormir porque tienen hambre".

Alejandra, la mayor de las hijas, dice que el "hambre se quita si mascas chicle". En casa de Alicia se turnan para comer. Cuando uno come, el otro no. Si uno de sus hijos desayuna, ya no cena. Si le toca cenar, ya no desayuna, pues para los tres no alcanza.

Sólo al menor de los hijos no se le escatiman los alimentos. "Pero sólo toma leche en polvo, y nada más", cuenta Alicia, quien tiene entre sus planes irse "para el otro lado, pues me han dicho que ahí pagan bien y se vive bien. No como nosotros en la pobreza aquí en México".

Vive a 200 metros de la autopista México-Pachuca, y a unas cuantas cuadras del supermercado Wall-Mart, al que "por supuesto nunca entraré para comprar nada", dice. En el asentamiento donde habita pasan ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) y torres de alta tensión.

Los hijos de Alicia son muy delgados, viven en pobreza alimentaria, pues no tienen los ingresos suficientes para obtener la canasta básica de alimentos. Son también pobres de patrimonio, pues no cuentan con un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades de salud, educación, alimentación, vivienda, vestido y de transporte público.

Alicia, su pareja y sus hijos viven en un asentamiento conocido como El Gallito, cerca de la zona de Cerro Gordo, que es una de las entradas a la Sierra de Guadalupe, una de las áreas con mayor marginación de Ecatepec, el municipio más poblado del país.

Alejandra, su hija menor, no ha podido acudir a la escuela durante los últimos 15 días, porque no tiene el uniforme completo. Sin él no puede ingresar, le dijeron los directivos del plantel público. Mientras tanto, la pequeña trabaja en el tianguis cercano a su casa, ayudando a recoger los puestos de los vendedores. Le pagan 15 pesos diarios por este trabajo. En el menú de la familia no está incluido el pollo u otro tipo de carne.

 SU COLONIA ES COMO UNA FAVELA Cerca, muy cerca de los centros del poder, vive una familia que ha comido ejotes en salsa verde por la mañana, por la tarde y la noche del lunes. Y si todavía alcanza, y algo sobró en la olla, comerán ejotes en salsa verde por la mañana del martes.

El mismo alimento para los 10 integrantes de la familia, por más de 24 horas. Si mañana alcanza para alimentarse, lo harán. Si no se puede, pues no. Lo mismo pasa con el agua: se bañan cada tercer día. No tienen luz. Se cuelgan de ella.

Esta familia de la colonia El Degollado, ubicada en la frontera de las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac,(al oriente de la ciudad de México) carece de lo indispensable para vivir, en un lugar donde "hay todo": locales de comida, tiendas de abarrotes y un hospital que les queda a 30 minutos caminando. Si acaso hay dinero, se usará para la comida, no para transporte.

Uno de los hijos más pequeños quiere ser "cuidacarros" cuando sea grande.

En esta casa duermen todos en una misma cama, salvo los abuelos. Es decir, seis personas en un mismo colchón. En hacinamiento. Gallos y gallinas andan sueltos por el piso de tierra. El gallo canta a cada rato. No conoce de horarios. Ellos comen tortillas mojadas.

La mitad de la casa es de tabique; el techo y las paredes de cartón. El agua viene de una toma clandestina desde una manguera. Va a dar a un tambo, de ahí la toman. No hay drenaje, tampoco gas. Carne no consumen.

La abuela reclama que no han recibido ningún apoyo y que en el gobierno no cree. Reclama: "Tenemos que ver por nosotros mismos, porque del Presidente y de esa Cruzada contra el Hambre no esperamos nada. Al contrario, las cosas suben cada mes. Sube el gas, la tortilla, el huevo, el frijol... lo básico lo suben. A veces comemos con 5 pesos de tortillas con sal a diario. No da para más".

El niño de seis años asiste a primero de primaria; la niña de cuatro al kínder, y las dos menores se quedan en casa. No usan zapatos. Hace frío y ninguno lleva abrigo.

Cuando llueve, se filtra el agua en la casa; y en un recorrido se pudo notar que los cobertores que ocupa esta familia guardan una suciedad que parece de años. Las gallinas de pronto se suben a la cama, los dos perros también.

Aquí, el hambre dicta el destino. No hay planeación a futuro, se impone el día a día.

La abuela de los niños persiste en su queja: "Cuando hay, pues se les compra [algo a los niños], y cuando no hay, pues aunque uno quiera comprarles no se puede", responde la habitante de El Degollado, una comunidad del Distrito Federal que pudiera ser lo más cercano a una favela brasileña.

 NO HAY PARA COMER, MENOS PARA ESTUDIAR "Han habido días en que así como nos levantamos nos acostamos. Es decir, sin comer", comenta Joselin, quien estudió hasta tercero de primaria.

"No tenemos para comer, no tenemos para estudiar. A veces yo y mi abuelita nos vamos a limpiar casas o patios para que nos den algo para comer. Cuando tengo dinero se lo doy a mi mamá para que compre jitomate y nos haga una sopa. Pero luego no hay gas, no puede hacer la sopa, y luego sólo comemos tortillas", dice quien, además de hacer mandados para algunos vecinos, cuida a una niña que tiene discapacidad, casi tan pequeña como ella, en una casa cercana.

"Lo que hace falta es el trabajo. Aquí, en Ciudad Juárez, no hay trabajo para mi mamá. Ella no tiene estudios. Tampoco mi abuela. En las maquilas no la reciben, y muchas ya han cerrado. El único que trabaja es mi abuelo, pero gana muy poco como albañil y no alcanza. Cuando el abuelo no trabaja, no hay comida para nosotros".

El máximo lujo de una niña como Joselin, que vive en la colonia Felipe Ángeles, una de las colonias más marginadas de Ciudad Juárez, es comprarse un cuaderno e iluminar.

Guarda, como el mayor de sus bienes, la fotografía de su graduación de tercero de primaria y un par de zapatos negros que consiguió en 10 pesos en "las segundas", donde se vende ropa que se desecha del otro lado de la frontera.

"Le digo a mi mamá que yo trabajo todo cuanto tenga que trabajar para que todos podamos comer, aunque sea un día, las tres comidas completas, pero que mi papá no venga. A ese no lo quiero ver", concluye quien duerme en la misma cama que sus abuelos, madre y hermanos. En la casa de la familia Enríquez sólo hay un colchón para los 11. En otro ponen lo que no quieren que esté en el suelo. Muebles no hay.

 ESTÓMAGO VACíO, NOCHES LARGAS Lorena Enríquez, de 32 años, es madre de Joselin, Naomí, Randal, Grecia, Ángel, Andrés y Melani, de 14, 13, 10, 8, 7, 3, y 2 años, respectivamente. Hace tres meses que los niños no saben nada de su padre.

Viven en una casa de 60 metros cuadrados -en la colonia Felipe Ángeles-junto a sus abuelos Delfino de 70 años y Hermelinda de 58. Todos dependen del sueldo de Delfino, cuyo último trabajo fue el 24 de diciembre de 2012 y le pagaron 500 pesos.

Delfino es albañil. Actualmente no tiene trabajo. "Hay días que comemos y días en que no; y si acaso lo hacemos, pues es solamente un alimento al día", dice Lorena.

Joselin, de 14 años y la mayor de las hijas, no quiere estudiar más "porque la escuela está lejos y no alcanza para los pasajes (...) O comemos algo o estudio. Cuando traigo dinero a la casa después de trabajar, comemos, y si no, pues ni modo, no comemos".

En su trabajo, Joselin, una jovencita que aún no acaba de desarrollarse, cuida a otra niña de una casa vecina: "Me pagan 10 pesos cuando mi patrona tiene dinero. A veces trabajo y no me paga, porque ella dice que no tiene dinero. Si me paga, ese día comemos en la casa". Naomi, de 13 años, abandonó también la escuela. Sale diario a la calle a conseguir dinero para comer.

"A veces la gente que conozco me da una sopa o un chile, y es con lo que saco adelante a mis hijos, a mi mamá y a mi papá. Aunque a veces no importa que ni yo, ni mi mamá ni mi papá comamos, con que lo hagan los más chicos con eso basta. Los niños más pequeños lloran mucho si no comen, por eso hay que darles más a ellos. Si lloran cuando estamos todos dormidos, la noche se hace muy larga", agrega Lorena.

Salimos de la casa y Ángel -de 8 años- me toma de la mano para llevarme hacia la calle. "Yo también trabajo", dice orgulloso y altivo, si es que a esa edad se puede serlo, mientras vamos hasta la vivienda donde él hace mandados.

Grecia -de 9 años- se suma a lo que dice su hermano y grita: "¡Ven, mira, yo también trabajo en esa casa de allá!", y señala el portón de su patrona. Lo hace con la candidez, la vitalidad y la naturalidad de niña, que ojalá nunca abandone como ya ocurrió con Joselin, la hermana mayor, quien ya conoce de la imprevisibilidad de la existencia. Grecia aún no sabe que el hambre es cosa seria.

 LA POBREZA PEGA TAMBIéN EN LAS URBES Esta urbe se ha incluido como uno de los puntos estratégicos a los que llegará la Cruzada contra el Hambre que lanzó el presidente Enrique Peña Nieto.

A través del tiempo se había considerado que la mayor pobreza en México se encontraba en zonas rurales o colonias marginadas, pero ésta ya alcanzó a las metrópolis. "Hoy, la pobreza en Ciudad Juárez ya es urbana", comenta José Ubaldo Solís, director de Organización Social de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) de la entidad.

Basta acercarse al fraccionamiento Riberas del Bravo -un lugar con 14 mil viviendas- para comprobar el abandono y deterioro de la mayoría de estas casas financiadas por el Infonavit.

El hambre ya llegó a este fraccionamiento, considerado el más grande del país y uno de los más extensos de América Latina.

Patricia Aguilar, madre de Ana y Paola, y abuela de cuatro nietos, asegura que su familia no ha comido durante los últimos tres días.

"Se 'cuelgan' de la luz" para obtenerla, y del agua, "ni hablar". La poca que consiguen es porque se las regalan sus vecinos cuando pueden. Ellas dejaron de pagar su vivienda, pues son personas sumamente pobres.

Patricia vende ropa usada y al igual que Ana tiene dificultades para caminar, pues ambas fueron atropelladas hace algunos años.

En esta casa de 40 metros cuadrados no hay un proveedor varón, y las mujeres no consiguen un empleo estable.

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Escrito en: cruzada contra hambre Hambre

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