Herzog, el impredecible
Referente dentro de una camada de cineastas que revolucionaron el cine alemán, Werner Herzog encontró en las historias sobre marginados y sus respectivas obsesiones llevadas al paroxismo, un peculiar nicho para desarrollar su peculiar arte.
En cierta forma, quiero hacer revivir la gran cultura alemana, desgarrada por el cataclismo de la guerra... Mis personajes son rebeldes desesperados, solitarios. Saben que su lucha está abocada al fracaso; sin embargo, siguen tensos, heridos, cada vez más solos, hasta la locura.
Werner Herzog
“El viejo cine está muerto, creemos en el nuevo”. La frase fue acuñada por un grupo de jóvenes cineastas alemanes en el marco del VIII Festival de Cortometrajes de la República Federal Alemana en la ciudad de Oberhausen, en 1962. Este mismo grupo de entusiastas e innovadores cineastas proclamaron el Manifiesto de Oberhausen con el cual en términos generales proponen la renovación en la apreciación y producción de películas, declaran el fracaso de las producciones comerciales y establecen que el futuro del séptimo arte reside en aquellos directores que han apostado por un lenguaje cinematográfico distinto.
El documento fue firmado por un total de 26 realizadores entre los que destacan Alexander Kluge, Edgar Reitz, Wim Wenders, Volker Schlöndorff, Werner Herzog y Rainer Werner Fassbinder. Fue presentado en una conferencia de prensa bajo el título de El cine de papá está muerto. Sería esa generación la que daría al joven cine alemán un refrescante rostro.
Werner Herzog Stipetic nació en Múnich el 5 de septiembre de 1942, en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial. De hecho su casa estuvo a punto de ser destruida por un bombardero, de ahí que los padres decidieron emigrar a la pequeña población alpina de Sachrang, en el campo más profundo de Baviera. Años más tarde Werner declararía: “Soy un cineasta bávaro, no alemán, como un escocés es escocés y no británico”.
Tenía 12 años cuando regresó a Múnich con la intención de iniciar sus estudios a nivel secundaria; en esa época emprendió largas travesías a pie, con las que fomentó su interés no sólo por recorrer el mundo sino por la cultura.
A los 17 decidió dedicarse al cine y comenzó sus estudios universitarios de Literatura Germánica e Historia Universal en la Universidad de Múnich. Trabajó como soldador en el turno nocturno de una fábrica para costear su primer cortometraje, Heracles (Herakles, 1962, filmado en blanco y negro) y además fundar su propia compañía: Herzog Filmproduktionen.
CINE VERDAD
En 1967 concretó su largometraje debut: Señales de vida (Lebenszeichen), acerca de un grupo de investigadores enfocados en vestigios de la civilización griega. Dos años más tarde realizó También los enanos comenzaron desde pequeños (Auch Zwerge haben Klein angefangen, 1970), bizarra historia sobre la condición humana, que muestra a unos enanos rebelándose contra la autoridad.
Con El país del silencio y la oscuridad (Land des Schweigens und der Dunkelheit, 1971) incursionó en el género del documental, el cual ya no abandonó y a lo largo de su amplia carrera fílmica fue desarrollando junto a sus obras de ficción. La cinta es un canto a la vida y los difíciles contextos que enfrentan los sordos-ciegos. La música de Bach y Vivaldi es empleada con gran sentido para subrayar los momentos más conmovedores. Ese mismo año trabajó en Futuro truncado (Behinderte Zukunft?, 1971) documental que describe el escenario que enfrentan los discapacitados en Alemania y hace una comparación entre las políticas de asistencia social de su país con las de Estados Unidos. Finalmente, de esa misma época es Fata Morgana (1971) película experimental con vistas al desierto del Sahara y musicalizada con temas de Leonard Cohen (Suzanne, Hey, That's No Way to Say Goodbye y So Long Marianne), de Blind Faith (Sea of Joy) y Booker T. Jones (Sweet Potato).
MI ENEMIGO ÍNTIMO
El inicio de una intensa y fructífera relación entre Werner Herzog, el actor Klaus Kinski y el grupo de kraut rock Popol Vuh vino con Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), inspirada en los textos del monje Gaspar de Carvajal, en la cual un megalómano conquistador español anhela encontrar, en medio de la selva, la mítica ciudad de El Dorado.
Herzog hizo de Kinski su actor fetiche. Pocos como él para personificar la locura, las situaciones más extremas, el paroxismo. En Nosferatu, el vampiro (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979) el bávaro establece un lazo con el cine expresionista alemán, mientras que el primer actor desarrolla toda una creación del arte dramático expresivo. En Woyzeck (1979), basada en la pieza teatral de Georg Büchner, un ingenuo soldado víctima de la crueldad del sistema y de sus propias circunstancias, se ve abocado a la desesperación y a la locura. Esos dos filmes constituirían además la reivindicación de la cultura alemana de parte de Werner, quien elige a la mejor película y la mejor obra de teatro de su país para reinterpretarlas y encontrarse con sus raíces.
Fitzcarraldo (1982), relato de una obsesión, resulta brillante. La dirección de actores, especialmente de los nativos aborígenes del amazonas, es única; el desempeño de Kinski es una deliciosa lección de cómo encarnar la demencia.
Acerca de su peculiar relación, llevada al cine por el mismo Herzog en el genial documental Enemigos íntimos (Mein liebster Feind, 1999), Kinski escribió en 1991: Sin embargo, pese [...] al hecho de que nunca supiste explotar del todo la furia e intensidad Kinskiana, o por lo menos no en Woyzeck ni en Nosferatu, ni mucho menos en esa porquería que es Cobra Verde, porque, sí estúpido, me has leído la mente, a Fitzcarraldo la dejo aparte, insisto que, por sobre eso y tu exasperante necedad de retratar la naturaleza y los paisajes, e insistir con esas tomas largas y circundantes que parecen un remolino sobre otro, como al final de Aguirre, creo que te respeto.
En la vasta filmografía del director alemán también destacan El enigma de Gaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974), referente a un tipo que vivió cerca de 20 años encerrado en un sótano; y Stroszeck (1977), en la cual unos inadaptados tratan de seguir el sueño americano. En ambas cintas el protagonista es Bruno S., un joven con severos problemas psíquicos.
Entre sus trabajos más recientes en ficción destaca My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), producida por David Lynch, historia de un extravagante secuestrador.
UNA DOSIS DE REALIDAD
Herzog ha conseguido dar forma a documentales verdaderamente interesantes, como El hombre oso (Grizzly Man, 2005), en torno a Timothy Treadwell, actor ocasional y activista ecológico que pasó 14 veranos conviviendo con osos en Alaska (el director utilizó material grabado por el propio Treadwell). En Into the Abyss (2011) se adentra en el caso de dos condenados, uno a pena de muerte, Michael Perry, y otro a cadena perpetua, Jason Burkett, acusados de matar a una mujer cuando ambos tenían 19 años.
De la estrecha relación del director muniqués con la música habría que destacar su trabajo para concebir y montar óperas como El Guaraní, del brasileño Antônio Carlos Gomes, o el Tannhäuser de Wagner que se presentó con gran éxito en La Maestranza de Sevilla, en 1997. Un año antes había filmado para la televisión alemana el documental Die Verwandlung der Welt in Musik: Bayreuth vor der Premiere, en el marco del Festival de la Ópera de Bayreuth, que por unos días transforma la ciudad entera en música. Asimismo en 2012 rodó un minidocumental-concierto de siete minutos del grupo de rock indie The Killers, a propósito del lanzamiento de su último álbum, Battle Born.
En términos generales se puede decir que el de Herzog es el cine de lo imposible, de los marginados, de la descarnada y cruda realidad. Un cine sin concesiones. A propósito de los atípicos protagonistas de sus historias, hace algún tiempo señaló: “Mis personajes son rebeldes desesperados, solitarios. Saben que su lucha está abocada al fracaso; sin embargo, siguen tensos, heridos, cada vez más solos, hasta la locura”.
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