La nota internacional de la semana no tiene discusión: se presentó desde el martes pasado el deceso de Hugo Rafael Chávez Frías, presidente de Venezuela. Luego de una lucha contra el cáncer de casi dos años, el líder venezolano encontró el fin de su existencia en un hospital de Caracas, donde había sido trasladado desde La Habana, Cuba, lugar al que el Comandante Presidente había acudido para someterse a tratamiento médico.
Finalmente la naturaleza humana alcanzó por desgracia a Hugo Chávez, lo que se convierte en un parteaguas de la historia contemporánea de ese país sudamericano, y que por la abundancia de sus reservas petroleras, le permite jugar un rol trascendental en la vida internacional del mundo, pero particularmente en el tablero de juego de las naciones del continente Americano.
Hugo Chávez fue el más acrisolado líder político de corte populista. Si bien es cierto, su país como el resto de toda Latinoamérica tiene una sociedad desigual y con grandes masas de pobreza, que a la postre fue campo fértil para los postulados del hoy apenas fallecido presidente. Su relevancia en la escena mundial la cobró por la privilegiada situación geográfica de su país, que cuenta con una de las reservar petroleras más importantes del mundo (es la tercera).
Así, el comandante Chávez se vio en el mejor de los escenarios. Con la subida de los precios internacionales de petróleo desde hace casi una década, el gobierno venezolano se encontró con recursos casi infinitos sin tener que someter a su población al odioso pago de impuestos. Si bien hay que reconocerle que siempre volteó a ver a las clases necesitadas, sus políticas económicas han propiciado que Venezuela hoy en día cuente con condiciones alarmantes en su esquema económico. La era del Chavismo ha sido expulsora de la Inversión Extranjera Directa y ha reducido la participación de la Iniciativa Privada en el dinamismo económico. La expansión del Estado venezolano propicia el aumento de la corrupción, tal como se vivió en el México estatista de los setenta. Es además un país mucho más violento que el nuestro, en términos generales.
Una vez que Chávez desapareció de la escena pública, su gobierno anunció una devaluación del 32% de su moneda ante el dólar, medida casi impostergable ante lo errático del desempeño económico venezolano, principalmente la inflación, que alcanzó el año pasado más del 25%, según cifras oficiales. Signos inequívocos del desequilibrio macroeconómico que allí se vive.
Pero además de su conducción económica y social, Hugo Chávez fue un personaje que construyó su propia leyenda con sus actitudes pendencieras. Enemigo oral del imperialismo yanqui (su principal cliente por cierto del petróleo venezolano) el alineamiento que tuvo de otros líderes de la región, de corte socialista, ensalzaron la figura del difunto presidente.
Sus relaciones cercanas con Irán y Cuba, acérrimos rivales de los Estados Unidos, y su ayuda hacia países como Bolivia y Ecuador, así como la identificación que sentía por el gobierno argentino, y hasta con las autoridades rusas, fueron cada vez dándole mayor relevancia en la política internacional.
Folclórico, megalómano, locuaz, simpático y populista, Chávez es hoy un referente en la historia de América. La expresiones de fanatismo ante sus restos mortales, así como el comportamiento y las disposiciones de un gobierno servil, aun después de fallecido, dan fe de los alcances que tuvo quien ocupó la presidencia de su nación por los últimos catorce años. Sólo la muerte lo pudo separar de ella.
Hoy Venezuela está viviendo la partida de quien para muchos fue su redentor, para otros, y para las realidades económicas, un populista sin contrapeso alguno. Pasarán unos días y los venezolanos volverán a la cotidianidad, aunque según su Constitución -esa que el Chavismo siempre interpretó a su arbitrio- ordena que se celebren elecciones dentro de 30 días, para elegir al próximo presidente y esto podría llevar a una nueva polarización de su sociedad. Sólo con el transcurrir de los días se irá dilucidando el tema.
Pero uno no puede desde la distancia, guardando las proporciones, dejar de comparar dos estilos similares: el de Hugo Chávez y el de Humberto Moreira. Simpáticos, atractivos, populares, preocupados y ocupados en atender a los que menos tienen; admiradores ambos de Cuba y su socialismo; y administrativamente irresponsables. Chávez deja a Venezuela prendida de alfileres, dependiendo casi absolutamente de los precios internaciones del petróleo. Humberto Moreira financió su administración con una deuda de decenas de miles de millones.
Un país y un Estado federado por supuesto que no son lo mismo, pero la admiración y el intento de emulación de Fidel y su Cuba, que tuvieron Hugo y Humberto, no dejan de ser semejantes.