Imágenes del universo
Ver el espacio ha cambiado nuestra noción del mundo en varias ocasiones. Estas rupturas se manifiestan en cantos literarios y cinematográficos de vida y muerte.
En 1939, José Gorostiza publicó el poema largo Muerte sin fin. Es un poema hermético, erudito, inscrito en la tradición de la poesía simbolista, del alto modernismo estadounidense y, sobre todo, de Sor Juana Inés de la Cruz. Largos y múltiples estudios han abordado esta obra triunfal de la poesía en castellano, que luego nutriría los versos de Piedra de sol (1957) de Octavio Paz.
No es casualidad que ambos poemas impliquen una relación del sujeto poético con el orden de los astros. Piedra de sol consta de 584 versos, que corresponden al ciclo sinódico de Venus, es decir, los días que tarda el planeta en regresar al mismo punto en relación con la tierra y el sol.
Por otro lado, Muerte sin fin muestra un mundo en constante muerte y regeneración, por lo que morir no es más que el proceso de la vida misma. Así, el poema de Gorostiza describe un ambiente de muerte y vida sin fin que está separado de la presencia de un creador. Los últimos versos del poema revelan esta cosmovisión:
es una muerte de hormigas
incansables, que pululan
¡oh Dios! sobre tus astillas,
que acaso te han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas
de ti, que sigues presente
como una estrella mentida
por su sola luz, por una
luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo
su catástrofe infinita.
En este mundo, los seres humanos no pueden creer en lo que ven, pero tampoco en la existencia de un dios eterno. Al adentrarse con los ojos en el universo, los seres humanos se dan cuenta que se encuentran aislados, hechizados por la apariencia de un universo estable, falazmente delineado por el rostro vacío de la luz que viaja hacia nosotros desde la increíble distancia. Éste es el mundo que nos ha entregado la ciencia en las primeras décadas del siglo XX, en específico los telescopios. Es una concepción que prevalece hasta nuestros días.
LA ASTRONOMÍA: VER PARA NO CREER
El acto de ver posee una alta jerarquía en la construcción del conocimiento en Occidente. Es lo que se ha llamado ocularcentrismo. Aunque los mayores cambios ocurrieron en el siglo XIX con la invención de la fotografía y el surgimiento de un mercado de consumo de la imagen, es posible rastrear cambios radicales en nuestra cosmogonía en el Renacimiento.
Los avances del humanismo ocurrieron al mismo tiempo que los científicos, con diferente velocidad y de forma clandestina. La astronomía empezó a desarrollarse a escondidas, acusada de ser brujería, y con temor a divulgar lo observado a través de poderosos lentes y espejos, noche tras noche.
En la primera parte del siglo XVI, Copérnico propuso el modelo heliocéntrico de las esferas celestes, no obstante, se le obligó a desdecirse. Pero fueron científicos como él, quienes se avocaron al estudio de los astros y desgarraron el velo mítico de las constelaciones para empezar a crear el mapa objetual del universo.
Siglos después de aceptar que la tierra no es el centro del universo, Edwin Hubble propuso en 1926 -trece años antes de la publicación de Muerte sin fin de Gorostiza- que una gran nebulosa, ubicada en la constelación de Andrómeda, no estaba dentro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, sino que era un bloque completo de estrellas. Esto es: una galaxia independiente. Tras la evidencia provista por Hubble, ocurrió un quiebre en nuestra noción del universo. De creer que el universo era la Vía Láctea, los científicos descubrieron que es una entre muchas otras.
Hubble no sólo genera la astronomía exogaláctica, sino que también establece las pruebas para entender que el universo está en constante expansión. Al observar que algunas galaxias se acercan y otras se alejan de la Vía Láctea, y que las galaxias más cercanas viajan a una velocidad más lenta mientras que las otras parecen acelerar, Hubble contribuyó a la aceptación de la teoría del Big Bang o la Gran Explosión.
En parte, estas revelaciones fueron las que agrietaron la noción del creacionismo y propusieron la idea de que el universo, hace casi catorce billones de años, empezó como un punto diminuto que se expandió y se transformó en todo lo que existe. Lo más asombroso es pensar que la evidencia para fundamentar estas leyes y teorías ha estado siempre allá afuera, pero éramos nosotros quienes, recluidos por la rudimentaria tecnología y las prohibiciones del dogma, no podíamos comprender el orden del cosmos.
Saber ver, el poder ver, ha redefinido la filosofía, la ciencia y la religión. Ha revaluado nuestro lugar en el universo, nuestra posible naturaleza y la relación de la inteligencia y los seres humanos con todo lo demás. Las revelaciones hechas a partir de la década de 1920, motivan a que el poeta cante la muerte de lo observable, donde la certeza de los relatos previos que explicaban el mundo hasta ese momento se caían a pedazos.
IMÁGENES DEL TELESCOPIO HUBBLE
En 1990, la National Aeronautic and Space Administration (NASA), puso en órbita terrestre un telescopio que prometía desentrañar los misterios del origen del universo. Con una inversión de 2.5 billones de dólares estadounidenses, del tamaño de una autobús de pasajeros y después de casi una década para su construcción, el telescopio fue el instrumento científico más costoso y sofisticado jamás diseñado. Recibió el nombre del astrónomo que había revolucionado nuestra idea del cosmos: Hubble. Según su página oficial, el telescopio ha recolectado información utilizada en más de diez mil artículos científicos.
Las fotografías de las nebulosas son casi pinturas realizadas por un artista. Su expansión, casi inmóvil desde nuestra perspectiva del instante humano, ha tardado miles de años. Inició, según observaciones de astrónomos chinos, en 1054. Esta imaginería interestelar ha inspirado películas espectaculares como Melancholia (2011) de Lars von Trier y The Tree of Life (2011) de Terrence Malick.
Pero eso no es todo. La fotografía es un viaje en el tiempo hacia trece billones de años atrás, a menos de un billón de años del Big Bang. Las galaxias más próximas a la Tierra aparecen nítidas y bien formadas, mientras que las más lejanas están borrosas, todavía en formación. Ésa es la imagen de las galaxias en el pasado primigenio. Es la luz que ha tardado un fragmento largo de la eternidad en llegar a nosotros, y por eso las vemos como existieron en aquel entonces. Su más reciente apariencia, como la estrella descrita al final de Muerte sin fin, es desconocida para nuestros ojos.
LO QUE TODAVÍA NO CONOCEMOS
Una serie reciente de computadoras Mac, incluyó un tapiz de escritorio de la Vía Láctea en compleción. Esta imagen es, en realidad, una reconstrucción (imaginaria) efectuada a partir de fotografías tomadas por diversos telescopios, terrestres y espaciales (incluyendo Hubble), e imágenes de otras galaxias en espiral que han podido observarse desde la Tierra (como la galaxia de Andrómeda y la Galaxia del Sombrero). Sería significativo reconocer que no todo se puede ver ni ser visto. Esta incapacidad se debe a las propias leyes de la física y no tanto a las limitaciones de la tecnología.
Es posible que tengamos que aceptar que en las propias reglas del universo está previsto el no poder ver la totalidad de lo que existe, y que aceptemos junto con el cosmólogo inglés Martin Rees -y Sor Juana en la conclusión de Primero Sueño- que en lo que no conocemos aún se encuentra la clave del sentido y razón humanos. De esta manera, continuaremos en el ciclo de vida y muerte sin fin, hasta el instante en que quizá podamos ver el absoluto, y avistemos el vacío -o la presencia- de la estrella cuya catástrofe se esconde en el brillo de la luz gorostiziana.
Twitter: @fernofabio