Mal heridos. Los indocumentados curan sus heridas y duermen en el edificio, mientras esperan otra oportunidad para cruzar la frontera.
Antes de abrir la puerta, corrió cautelosamente la cortina del ventanal para estar seguro que nadie lo acechara. No lo logró y sólo escuchó el "toc toc" de la puerta. Uno tras otro, el golpeteo retumbaba en la casa y Otoniel iba palideciendo.
Él pertenece al grupo de los que la policía llega y los saca de su casa. Esa fracción a la que le tocan la puerta, la abren despacito y dejan una rendija abierta; esos que asoman la mitad del ojo "y la verdad desearías que fueran azules, para disimular…".
El 7 de diciembre de 2012, a Otoniel, un migrante de 42 años, no le quedó de otra: sus manos temblorosas, por los nervios, giraron la manija. En punto de las seis de la tarde el servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos llegó a su casa en Seattle, Washington.
"Ya valió", dijo en español y en voz alta despreocupado de ser escuchado; de poco servía el inglés que había aprendido y perfeccionado en los 14 años que vivió en Estados Unidos, manejando tractores.
"Queremos hablar contigo", dijeron en tono retador; "sí, espéreme, deje me pongo ropa"; Otoniel apenas llegaba del trabajo, vestía shorts y caminaba sin zapatos. Un pantalón y un suéter fue lo que el mexicano eligió, presintiendo que le esperaría un largo camino.
Desde la ventana sus cinco hijos y esposa se despedían, sabía que estaban asustados, pero lo mejor es ni siquiera gesticular, también corrían el riesgo de ser deportados, aunque nadie preguntara por ellos.
El migrante no sabe qué pasó. Recuerda que platicó con un oficial y le contó que la instrucción fue "ve por él" y sólo por él. El 23 de diciembre intentó regresar, cruzó por Arizona. La policía fronteriza no tardó en agarrarlo y deportarlo a través de Mexicali, Baja California.
Ahí está Otoniel, casi 150 días después, sentado en una de las esquinas de una litera que se ha convertido en su nueva cama, en un hotel que creyó de paso. Duerme con otros cuatro, en el "Hotel del Migrante Deportado". Ese día la temperatura alcanzaba los 43 grados centígrados, pero en la radio se informó que la sensación térmica era de 48. La pequeña ciudad fronteriza resulta insoportable para los recién llegados.
Otoniel tiene mucho calor, pasan los meses y no se acostumbra, y es que vivir 14 años en Seattle, un lugar al que le apodan "la ciudad lluviosa", ha vuelto sus días en Mexicali tortuosos. "La verdad, cuando me voy a dormir sólo pienso en el pasado. En mi cama, que no es igual a ésta".
"A NADIE LE IMPORTABAN"
Muchos se preguntan quién es Sergio Tamai y por qué lo hace, ¿regenteará migrantes? ¿Será pollero? "Yo creo que el señor tiene la pollería más grande de Mexicali", murmuran algunos, dice él mismo. Don Tamai, como lo llaman, tiene 61 años. Siempre camina derecho, no se encorva y jamás se le ve cansado.
Su familia, de origen japonés, es de las más antiguas de Mexicali. Los Tamai desde antaño se han dedicado al comercio. Don Sergio, un hombre temperamental de ojos rasgados, no fue la excepción, ha sido propietario de dulcerías e imprentas.
Cuenta que durante una noche del año 2010, cerrando su dulcería ubicada en la garita internacional de Mexicali y a un costado del Instituto nacional de Migración, se dio cuenta que muchos indocumentados eran deportados en las madrugadas.
"Cuando empiezo a preguntar a todas las autoridades por qué no los atendían, me doy cuenta que a nadie le importaba. En un acto de impotencia, pero también de indignación, pasé a la acción; fue ahí donde busqué un local para meterlos".
Entonces, el empresario comenzó a preguntar a sus amigos sobre los costos para rentar un galerón: "quiero meter a unas 80 personas", decía don Sergio de golpe. Fue así que le ofrecieron un viejo edificio, un hotel abandonado, el cual por allá en la década de los años 30 brilló.
El mítico hotel Centenario, localizado en el corazón de Mexicali y a un par de cuadras de la garita internacional para cruzar a Estados Unidos, un edificio de 50 habitaciones que albergaba viajeros de otras tierras, estaba convertido en picadero.
"Me dijeron: '¡Estás loco Tamai!, tú no sabes el broncón'", Sergio le dijo al propietario del hotel que podía pagarle 10 mil pesos mensuales y ese sábado pidió ayuda a 100 indigentes, "teporochos" y miembros de una iglesia mormona para limpiar el inmueble y convertirlo en el primer hotel para migrantes deportados.
Pasaron pocos meses y don Sergio corroboró las predicciones de sus amigos y familia: sus locales comenzaron a quebrar, y es que el empresario no sólo los resguardaba, sino que alimentaba a los deportados "con el dinero de sus negocitos".
"Estaba endeudado con mis proveedores, yo tenía negocios en la pasada de Calexico, estaba arruinado, hasta me cortaron la luz. Me decían: '¡te dijimos!', pero los muchachos deportados tenían necesidad de comer y yo no sabía qué hacer".
La labor de Tamai, y la existencia del hotel del migrante resultaban casi desconocida, la voz se corría entre los más de 200 migrantes que llegaban cada noche, mismos que don Sergio recibía en la puerta de deportaciones en las madrugadas.
Sin embargo, este mismo año durante el mes de abril, un terremoto de 7.2 grados en la escala de Richter azotó Mexicali, el edificio resultó con daños que forzó a todos a abandonar el lugar. "No había otra, teníamos que protestar contra la autoridad para que ayudaran a restaurar el lugar…", cuenta don Sergio.
El empresario y cientos de migrantes tomaron la garita internacional y ahí durmieron varios días, a la vista de todos: mexicanos y estadounidenses que cruzaban a trabajar o a pasear, y que pudieron conocer la existencia y realidad de los deportados.
De esta forma la organización "Ángeles Sin fronteras", defensora de los derechos del migrante en Estados Unidos, decidió colaborar con donativos y logística del lugar, por eso lo llaman "El Hotel del Migrante deportado. Ángeles sin fronteras".
ALBERGUE AUTOSUSTENTABLE
Funcionando el "Hotel del Migrante" las autoridades federales y estatales terminaron de abandonar a los deportados, cuenta don Sergio, que incluso es el mismo personal del Instituto de Migración el que no gestiona recursos para que regresen a sus lugares de origen, y hasta los encaminan al hotel.
Con una renta de 20 mil pesos y un recibo de luz por otros 30 mil mensuales, el empresario decidió dar un giro al concepto de una organización civil: volverse autosustentable. Instaló en la primera planta del viejo hotel centenario cinco locales.
Un café-internet, un restaurante de comida mexicana, una caseta telefónica, una carreta de fruta y un carro de hot-dogs. Al principio no empleaba migrantes, para que no se "prestara a mal interpretaciones".
Aunque después se dio cuenta que el empleo de migrantes los ayudaría a regresar a sus hogares: "empezamos a meterlos a cocinar, a limpiar en lo que supieran hacer y les pagamos medio sueldo, porque viven con nosotros y comen aquí; la otra mitad se queda para la atención de otros deportados y costos del refugio".
Esa es la primera etapa del proyecto, explica Sergio Tamai, pero si el negocio llegara a dar para pagarles un sueldo completo lo harán.
ALOJAN A 300 CADA NOCHE
Cae la noche en Mexicali, y con ella las luces y la música de la zona Centro se encienden. A esa hora el Hotel del migrante se convierte un poco en el viejo hotel Centenario.