Kurosawa: sueños de Samurai
Impecable manipulador de los medios fílmicos, Akira Kurosawa supo volcar su amplio bagaje cultural en beneficio de una rica filmografía, plagada de intensos momentos de lirismo visual y contundencia narrativa.
ORÍGENES DEL CINE JAPONÉS
Existen registros históricos que señalan que en 1896 llegó a Japón un cinematógrafo Lumière, cuyo operador -un tipo de apellido Durel- filmó principalmente algunas vistas de escenas callejeras. Además, durante los primeros años del siglo XX se grabaron fragmentos de teatro clásico japonés (kabuki), así como segmentos con intención documental durante la guerra ruso-japonesa. Posteriormente, la gran aceptación popular y el nacimiento de estudios como Japane Film, Nikkatsu y Toho consolidaron una poderosa industria que en su etapa silente alcanzó a engendrar poco más de 800 cintas anuales.
En 1923 un terremoto de proporciones trágicas destruyó, entre otras muchas cosas, el 80 por ciento de las salas cinematográficas. Esta situación, sin embargo, lejos de inhibir la producción la alentó, y ello vino aunado a una camada de jóvenes que promovieron la modernización del cine japonés. Pertenecen a esa generación los primigenios maestros Kenji Mizoguchi, Teinosuke Kinagusa y Tomu Uchida.
En la década de los treinta comenzó el cine sonoro. Por otro lado la crisis económica provocó reorganizaciones y numerosas liquidaciones en la industria fílmica nipona. Por si fuera poco, los estragos de la Segunda Guerra Mundial y el sometimiento norteamericano provocaron el repliegue de la vasta creación del séptimo arte. La infraestructura fue dañada considerablemente: más de la mitad de los cinematógrafos fue destruida, los estudios de filmación sufrieron daños considerables y la mayoría de las cintas nacionales fueron sustituidos por producciones norteamericanas en las salas de exhibición.
En 1946, tras las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, el cine japonés vio cristalizado su renacimiento de la mano de figuras como Kinugasa, Mizoguchi, Yasujiro Ozu y el joven Akira Kurosawa.
NO HAY SÉPTIMO MALO
Nacido un 23 de marzo de 1910 en Omori, localidad de Tokio, Akira Kurosawa fue el menor de siete hijos de Isamu, un oficial descendiente de samuráis, mientras que su madre, Shima, provenía de una familia de comerciantes.
Luego de finalizar la secundaria, Akira se inscribió en la Escuela Keika, en donde estimuló su afición por las artes, la cerámica japonesa y sobre todo la pintura occidental. Más adelante, en la Escuela Doshusha complementó su formación académica estudiando pintura europea; fue ahí donde surgió su predilección por los lienzos de Vincent van Gogh. Precisamente la conciliación de la cultura oriental con la occidental sería uno de sus principales rasgos característicos.
Fue gracias a su hermano Heigo -quien se desempeñaba como narrador de películas mudas (benshi)- que durante su infancia descubrió su afición por el cine, a través de los filmes de John Ford -de quien siempre se declaró fanático-, de Chaplin, Abel Gance, Erich Von Stroheim, Sergei Einsenstein y Jean Renoir, entre muchos otros.
Kurosawa se aficionó por la lectura y la escritura, y en 1936 consiguió trabajo en los estudios P.C.L. Ahí debutó como asistente de dirección de Cairo Yamamoto y más adelante fue guionista de diversos realizadores. Siete años más tarde se estrenó como director con la cinta La leyenda del gran judo (Sugata sanshiro, 1943) que interesó al público y a la crítica, y por lo mismo mereció una secuela: La nueva leyenda del gran judo (Zoku sugata sanshiro, 1945).
En medio de la guerra, Kurosawa emprendió obras con acento patriótico y propagandístico. De esta etapa destacaron en particular La más bella (Ichiban utsukushika, 1944) y No añoro mi juventud (Waga seishum ni kuinashi, 1946). En esta última puso de manifiesto su acento en el ritmo narrativo con el empleo del montaje corto.
Proclive a las depresiones, Kurosawa encontró en el alcohol una válvula de escape. De esta situación nació el punto de partida para El ángel ebrio (Yoidore tenshi, 1948), con las notables interpretaciones de Takashi Shimura y del joven Toshiro Mifune -quien se convertiría, más que en su actor fetiche, en una suerte de álter ego para Akira. Con la misma dupla de protagonistas desarrolló las historias del drama El duelo silencioso (Shizukanara ketto, 1949) y del ejercicio de género Perro rabioso (Nora inu, 1949), interesante aproximación al film noir. En estas tres películas quedó de manifiesto el amplio sentido humanista, con primordial énfasis en lo moral, mostrando además un fresco del Japón de la posguerra.
EMPERADOR DEL CINE
1950 fue un año clave para Kurosawa. Adaptó un par de relatos de Ryunosuke Akutagawa para realizar uno de sus filmes más logrados, Rashomon -ambientado en el siglo XI-, sobre la violación de una mujer y la narración de los hechos a través de diferentes puntos de vista. Fue precisamente este planteamiento de pirandelismo con alcances caleidoscópicos lo que provocó la admiración del trabajo de Akira en Occidente. Ganadora del León de Oro como mejor película en la Mostra de Venecia y del Óscar a mejor película extranjera, Rashomon ofrece una demostración de impecable manipulación del lenguaje cinematográfico a través de flash backs y envuelto en un sugerente apartado técnico en donde planos-secuencias, profundidades, cámara subjetiva, planos inclinados y un montaje trepidante convierten a ésta en una de las cintas más paradigmáticas.
El prestigio que le concedió Rashomon fue capitalizado por Kurosawa, que a partir de entonces trabajó con alientos de autor por la plena libertad y control sobre sus obras. Llevó el perfeccionamiento visual y narrativo al paroxismo: tiñó el agua de negro para resaltar la lluvia, hizo cambiar el flujo natural de arroyos, mandó construir un castillo sobre un monte para quemarlo, empleó tres cámaras para captar un mismo plano desde diferentes ángulos. En el set y en las locaciones hacía sentir su pleno dominio, a grado tal que era conocido como El Emperador, por su estilo anárquico y caciquil.
Abrevó igualmente del escritor ruso Fiodor Dostoyevski y llevó a la pantalla El idiota (Hakuchi, 1951); en Vivir (Ikiru, 1952) apeló a un inusual neorrealismo de impactante fuerza narrativa; en Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) partió de la tragedia clásica de Esquilo, Los siete contra Tebas, para crear una espectacular muestra de cine épico-histórico (jidai-geki) en la que sobresale su impactante parte final.
Resultan notables sus libérrimas adaptaciones de piezas literarias como Los bajos fondos (Donzoko, 1954) de Máximo Gorka, El trono de sangre (Kumonosu-jo, 1957) y Ran (1985), basadas respectivamente en Macbeth y El rey Lear, de Shakespeare, y El infierno del odio (Tengoku to jigoku, 1963), del novelista de género policiaco Ed Mc Bain. Asimismo, la vuelta al tema de los samuráis encontró en El mercenario (Yojimbo, 1961) y en su secuela Sanjuro (Tsubaki Sanjuro, 1962) dos muestras de excepción del llamado género chambara.
Por otro lado, Barba roja (Akahige, 1965) y El camino de la vida (Dodes ka-den, 1970) -su primera incursión en el cine a colores-, le significaron a Akira sendos fracasos en taquilla. Además de la desconfianza de productores, este hecho disparó su ánimo depresivo; fracasó en su intento por quitarse la vida, cortándose las venas de muñecas y cuello.
REY VIEJO
Tras un discreto paso por el cine norteamericano y gracias al apoyo del gobierno de la ex Unión Soviética, Kurosawa se reencontró con la destacada Dersu Uzala (1976), realizada en 70 milímetros, producción con la que se veneraron sus astucias a nivel global.
A partir de 1980 comenzó su etapa crepuscular. Con apoyo de sus admiradores Francis Ford Coppola y George Lucas, ese año filmó Kagemusha. La sombra del guerrero (Kagemusha), con la que obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes.
10 años después Steven Spielberg -otro seguidor- lo ayudó para poder cristalizar una retrospectiva de su vida, a través de la narración de breves historias de aliento onírico en Los sueños de Akira Kurosawa (Yume, 1990), que contó con la participación de Martin Scorsese en el papel de Van Gogh. Después, en 1991 retomó un tema recurrente: la pesadilla nuclear y la problemática búsqueda del bien en un mundo continuamente amenazado por la bomba atómica, en Rapsodia en agosto (Hachi-gatsu no kyôshikyoku, 1991).
Fue Madadayo (1993) -que no pudo ver terminada- la cinta que marcó el fin de una carrera que se extendió durante cinco décadas, en las cuales impuso un magisterio en el dominio del lenguaje cinematográfico. Su muerte, el 6 de septiembre de 1998, ocurrió mientras dormía. Muy probablemente se soñó como el samurái que ha cumplido su deber y enfundando su katana camina un largo sendero, buscando regresar a casa guiado por la luz al final del túnel.
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