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La adicción de Cristina

LITERATURA

La adicción de Cristina

La adicción de Cristina

Angélica López Gándara

Poseedora de un gran talento, Cristina Rivera Garza ha llamado la atención de lectores, críticos y escritores. Carlos Fuentes opinó que su novela Nadie me verá llorar es “una de las obras de ficción más notables de la literatura no sólo mexicana, sino en castellano”. Hoy conversamos con ella de mucho más que su creación.

Doctora en Historia y profesora de Escritura Creativa en la Universidad de California en San Diego, Cristina Rivera Garza nació en Matamoros, Tamaulipas (1964), y es una de las autoras mexicanas más prolíficas. Su bibliografía suma arriba de 20 libros que incluyen poesía, ensayo, cuento y novela, y ha sido traducida al portugués, inglés, italiano, coreano, francés y esloveno.

Mujer sensible, más inclinada a la izquierda que ha la derecha -como ella dice- generosamente accedió a compartir con nosotros su interesante visión, no sólo de las letras.

¿Ha influido tu formación como historiadora a la hora de escribir ficción?

Le debo una cierta forma de leer, detallada, entre líneas, preguntándome siempre por la subjetividad que produce la enunciación ésta o aquélla. También una cierta vocación de extravío: uno nunca sabe a ciencia cierta qué busca en un archivo hasta que lo encuentra (tan parecido a la vida, por lo demás). Por último, a esa formación del doctorado, a la costumbre de leer y de hacerlo bien (al menos dos libros a la semana, acaso cuatro), le debo una disciplina que me permite seguir haciendo muchas cosas todos los días.

La literatura llamada posmoderna, ¿necesariamente implica un lenguaje violento y soez?

En estos casos sería mucho más efectivo hablar de libros concretos; tu definición de lo ‘soez’ o lo ‘violento’ no necesariamente va a ser la misma que la mía. Me interesan en general los libros que buscan denodadamente que el lenguaje encarne y no sólo refleje la materia con la que tratan. Si la materia es la violencia, por ejemplo, el lenguaje tendría que comportarse violentamente en la página. Si la materia es el margen y la múltiple expresión de lo que va más allá de las así llamadas “buenas costumbres”, pues siempre será mejor que el lenguaje sea soez en estos casos. También me interesan mucho los libros (producidos en la etapa moderna o posmoderna) que privilegian ciertos elementos del lenguaje oral y que tratan, a través de su uso, de encarnar elementos primordiales de sus tramas y/o propuestas.

Para ti, ¿Twitter estimula la creatividad, la opaca o simplemente no la afecta?

Ciertas plataformas digitales pueden convertirse con facilidad en laboratorios de escritura, tal es el caso de Twitter y su regla oulipiana de los 140 caracteres. Depende del usuario, por supuesto, pero el ejercicio cotidiano de la escritura en el mejor de los casos lleva a aproximarse críticamente al lenguaje. Aunque las líneas divisorias entre lo testimonial y lo ficticio son poco estrictas en este medio, cualquiera tendrá que hacerse preguntas acerca del lenguaje: su punto de generación, la recepción del mismo, su interpretación o tergiversación. Todas esas preguntas animan, con mucho, lo que hace un escritor todos los días.

¿Cómo recibes la intertextualidad en tu obra y con respecto a la de otros autores?

He escrito ya bastante sobre las estéticas citacionistas, el uso de cierto tipo de estrategias de apropiación, desde la copia hasta la tachadura, que se han acentuado en la era del auge digital. Muchas de las discusiones alrededor de los plagios se beneficiarían de un acercamiento más crítico y realista de lo que la tecnología actual no sólo permite sino que también invita a practicar escrituralmente.

¿Crees en la originalidad de un texto?

No hay libro original. Todo libro viene inscrito, a sabiendas o no del autor, en una larga tradición de otros tantos libros. Alejarse críticamente de esas tantas tradiciones es el asunto primordial de la escritura en particular, de la labor creativa en general.

En una entrevista dijiste que debería de existir “una relación entrañable entre gobierno y pueblo”; muchos lo bautizarían como paternalismo, ¿cuál sería la diferencia?

No hay nada en mi ensayo sobre el Estado neoliberal mexicano y sus perversas relaciones con esa máquina de guerra que llamamos el narcotráfico, que involucre el lenguaje del paternalismo, el autoritarismo, el personalismo, la explotación del sentimentalismo. Al contrario, con base en datos concretos de la historia nacional y aludiendo a teorías políticas postmarxistas como las de Mbembe, que llaman la atención sobre las transformaciones militares y comerciales de los Estados que se rigen ahora por la necropolítica, he tratado de resaltar el lenguaje de las obligaciones que el Estado mexicano adquirió en la Constitución del 17 y la serie de derechos ciudadanos que la misma garantizó. Es un deber del Estado y no una dádiva paternal, un favor otorgado por la gracia del contentillo, el cuidado del cuerpo de sus ciudadanos, de ahí la instauración de una Secretaría de Salubridad y Asistencia, por ejemplo. Resulta interesante que este tipo de deberes y de derechos suelen venir a colación cuando el Estado trata de limitar las libertades de sus ciudadanos, la utilización del lenguaje médico para sancionar tal o cual conducta considerada como anormal o peligrosa, pero rara vez cuando los ciudadanos le recuerdan al Estado que es una relación consensuada y no una institución de sus deberes constitutivos.

Por tu trabajo sobre La Castañeda has estudiado profundamente la locura; ¿crees que el concepto de ésta ha cambiado de un siglo a la fecha?

Todas las enfermedades se estructuran histórica y culturalmente. Como con mucha frecuencia los diagnósticos de enfermedades mentales sirven para delimitar los campos de lo normal y lo anormal, estableciendo así una frontera con aspiraciones de cientificidad, su interpretación suele tener mucha más relevancia política también. En efecto los conceptos a través de los cuales entendemos y padecemos y tratamos lo que hemos dado en llamar locura se han modificado drásticamente. Los cambios no sólo ocurren a lo largo del tiempo sino también en los debates que tanto a nivel formal como informal se establecen entre géneros y clases y etnicidades.

Por último, ¿cómo y cuándo te descubriste escritora?

Todos los días y con mucho asombro, por cierto. Todos los días, cuando me coloco detrás de esta pantalla y, producto de la tecnología digital, avizoro mi rostro desfigurado frente a la misma. Todos los días, cuando uno empieza de cero, si tiene suerte, con cada frase. Todos los días, pues, porque esto es una disciplina, una práctica, una adicción, un gusto.

Twitter: @lopgan

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