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La alianza militar contra el narco

Alianza México-EU. Mientras el Ejército mexicano realiza operativos en la zona serrana de Durango y Sinaloa para buscar a Joaquín 'El Chapo' Guzmán, el gobierno de Estados Unidos ha colaborado con aviones no tripulados como los utilizados para ubicar terroristas en Afganistán y Paquistán. La colaboración entre ambos países se reforzó en 2009 con la introducción de nuevas tecnologías manejadas desde el Comando Norte de las Fuerzas Armadas estadounidenses.

Alianza México-EU. Mientras el Ejército mexicano realiza operativos en la zona serrana de Durango y Sinaloa para buscar a Joaquín 'El Chapo' Guzmán, el gobierno de Estados Unidos ha colaborado con aviones no tripulados como los utilizados para ubicar terroristas en Afganistán y Paquistán. La colaboración entre ambos países se reforzó en 2009 con la introducción de nuevas tecnologías manejadas desde el Comando Norte de las Fuerzas Armadas estadounidenses.

AGENCIAS

El Comando del Norte, "NorthCom", es un frente militar desde el cual el Departamento de Defensa de Estados Unidos dirige operaciones estratégicas para mantener al país a salvo de amenazas por mar y tierra. Está enclavado en Colorado, estado de montañas de roca color tabique, cielos intensamente azules y Sol a plomo casi todos los días del año. Entrar aquí es descender en el túnel del tiempo. Hay motores gigantes de diesel para generación de electricidad que parecen la herencia de un barco viejo y las instalaciones -ordenadas, frías, austeras- tienen reminiscencias de la Guerra Fría. En una habitación de mando se extienden tableros, escritorios y mapas continentales. La información recabada en otras partes es recibida, filtrada, analizada y devuelta en códigos al campo de batalla con el propósito de abrir nuevas pistas y ser revisada otra vez hasta que arroje datos precisos para la localización y el arresto de los capos de la droga.

Aquí trabajan, desde hace un par de años, un teniente coronel y un capitán del Ejército de México. Ambos fueron entrenados en Estados Unidos y son expertos en operaciones de inteligencia e intervención en condiciones extremas. En México, al menos en un par de bases militares situadas en estados del norte del país, colabora un grupo reducido de militares retirados del ejército estadounidense. Todo esto es parte de los acuerdos alcanzados por ambos países como parte de la alianza en la guerra mexicana contra el narcotráfico. Se trata de una serie de pactos de distinto alcance y naturaleza, un complejo rompecabezas compuesto por piezas cuidadosamente diseñadas y seleccionadas.

Aquí entran en juego otros elementos controvertidos de la sociedad.

El uso de "drones" -aviones no tripulados- del Departamento de Defensa de Estados Unidos en territorio mexicano, autorizados por el gobierno de Felipe Calderón, es quizá el que más controversia y desazón ha provocado en México. Para las autoridades mexicanas, el sobrevuelo de las aeronaves en cielo nacional no es una violación a la soberanía, sino una concesión de permisos de incursión, a solicitud de parte, para llevar a cabo tareas imprescindibles en la misión de combatir con efectividad a los cárteles del narcotráfico.

Las operaciones en tándem entre militares mexicanos y estadounidenses incluyen desde luego a los más altos objetivos en la ofensiva contra las redes del narco, y dentro de sus objetivos, consideran el más alto de ellos, el más buscado: Joaquín "El Chapo" Guzmán Loera.

LOS AVIONES

Es aquí donde entran en juego otros instrumentos y recursos mucho más profundos que el espionaje más avanzado: las doctrinas estadounidenses. En este caso, por ejemplo, todo este esfuerzo consiste en transmitir, aplicar y replicar las lecciones aprendidas y las tácticas depuradas por las fuerzas estadounidenses en Irak y Afganistán. Y aquí aparecen en escena los famosos "drones" utilizados para combatir a los talibanes y a al-Qaeda, que en los últimos tres años han surcado el cielo mexicano.

Los aviones parecen uno de esos juguetes fantásticos que los estadounidenses vuelan con gran placer en los festivales de verano; su costo asciende a casi 20 millones de dólares, están equipados con cámaras de alta definición y pueden volar un día y medio sin recargar combustible. Son aviones pequeños, quizá tan largos como el espacio que abarcan los brazos extendidos de un hombre de regular estatura y son controlados a distancia por agentes y militares ubicados en bases estadounidenses.

Una tarde, en Washington, D.C., una fuente confidencial recreó una operación estratégica conjunta de los ejércitos de ambos países. Me advirtió que omitiría detalles sobre el tiempo en el que había tenido lugar, los nombres y el número de los militares participantes.

Es un día de primavera hace uno, o dos o tres años, y en uno de los cuartos de mando del Comando del Norte en Colorado está reunida una pequeña comunidad. Ahí están el teniente coronel y el capitán del Ejército de México. Son jóvenes, en sus 40 tempranos, y los dos han sido entrenados por el Departamento de Defensa estadounidense y rigurosamente seleccionados para la tarea que desarrollan aquí.

Ambos fueron sometidos a estrictos exámenes de polígrafo -un monitor con electrodos conectados a la cabeza y el abdomen que detectan si estás diciendo la verdad o si mientes- y han debido pasar pruebas psicométricas, de control de confianza -que consideran una investigación sobre estado patrimonial y propiedades- y psicológicas. Sus nombres son manejados en la más estricta confidencialidad. Viven aquí la mayor parte del tiempo y no salen de esta base mientras realizan misiones confidenciales.

En la habitación también está un puñado de militares estadounidenses. Tienen distintos rangos y también han sido seleccionados previamente.

Su misión está vinculada tal vez con la más importante fuerza de trabajo conjunta integrada en estos años por distintas agencias estadounidenses y mexicanas: el grupo especial cuya misión única, vital, prioritaria, consiste en capturar, vivo o muerto, al "Chapo" Guzmán.

 SOBRE LA SIERRA

El grupo de militares de los dos países recibe en uno de los cuartos de operaciones del Comando del Norte información protegida por códigos que sólo pueden ser descifrados por estos hombres que han recibido autorización y franqueado distintos candados de seguridad para poder acceder a ella. Son videos de vistas aéreas de una zona de difícil acceso en la zona serrana que comparten Durango y Sinaloa. Ven los videos de manera meticulosa y analizan los movimientos de una célula de hombres en una finca, que podrían pertenecer al cártel de Sinaloa.

Las imágenes que observan los militares fueron capturadas por una cámara especial instalada en uno de los cinco "drones" que Estados Unidos comenzó a emplear en México en 2009. La aeronave, gobernada a distancia, es rápida y silenciosa y puede sobrevolar un área específica sin ser detectada por radares.

Los militares manipulan las imágenes para obtener información detallada. Hacen "zoom" para saber cuántos hombres están distribuidos en la zona. Si las condiciones lo permiten, pueden hacer acercamientos de los rostros de los hombres y de su fisonomía; pueden saber si están armados y qué tipo de armamento llevan. Después, pueden acordar que un día posterior analizarán más videos capturados por el avión en la misma región, con el propósito de estudiar y tomar nota de los movimientos del grupo armado.

Una vez que la información fue filtrada y revisada, la enviarán clasificada y encriptada a las agencias estadounidenses y mexicanas que se encargan de los operativos en tierra. Es muy probable que la inteligencia colectada en el Comando del Norte llegue a manos de un grupo de agentes de la Agencia Antidrogas (DEA) de Estados Unidos y que después sea compartida con una fuerza especial de la Policía Federal de México.

En aquella ocasión, los videos captados por el avión que sobrevolaba espacio mexicano y la inteligencia producida por agentes de ambos países en tierra llevó a la detención y arresto de una veintena de miembros del cártel de Sinaloa. Más tarde se activaron otros instrumentos de la alianza: las extradiciones.

Estados Unidos solicitó y el gobierno mexicano autorizó enviar a su vecino del norte a dos de las personas detenidas con la intención de interrogarlas y tal vez llegar a un acuerdo con ellos para que aportaran información vital sobre las operaciones de esa red de narcotráfico y la ubicación del "Chapo" Guzmán. Si cantaban, cosa común en el mundo del narcotráfico donde la única lealtad suele ser al dinero, tal vez podrían obtener la reducción de las penas que les serían impuestas.

 OPERACIONES FALLIDAS

En otras ocasiones la inteligencia compartida por las fuerzas de ambos países no produjo los mismos resultados. A mediados de diciembre de 2009, había fallado una operación conjunta puesta en marcha para detener a Arturo Beltrán Leyva. Un comando especial del Ejército de México había recibido inteligencia sobre la ubicación del narcotraficante. Hubo titubeos, los militares intervinieron tardíamente y el capo escapó.

John Feeley, el número dos de la embajada de Estados Unidos, recuerda que ese episodio llevó a un "honestamente brutal intercambio" con las instituciones mexicanas. Era preciso que actuaran sin dilaciones y de manera precisa. En la jerga de las tácticas de intervención de células violentas, estaban sucediendo errores porque en algunos casos no se había logrado homologar la inteligencia con la participación de grupos de reacción inmediata.

El fracaso de varias de las operaciones lanzadas por las fuerzas de ambos países contra los cárteles mexicanos también obedecía a otros factores más complejos, como la capacidad corruptora del narcotráfico, que abarcaba fronteras inimaginables. Las investigaciones desarrolladas con la inteligencia aportada por Estados Unidos había permitido confirmar, por ejemplo, que muchas de las intervenciones se desfondaban porque las policías municipales -cuerpos completos comprados por las redes criminales- se encargaban de informar con puntualidad cuando detectaban algún operativo en marcha para que los narcos pudieran escapar.

O, peor aún, en municipios pequeños de estados del norte del país, el alcalde y otros representantes electos formaban parte de las redes de distribución y venta de cocaína y era difícil o imposible realizar investigaciones porque las autoridades locales no colaboraban, porque estaban coludidas o porque no tenían jurisdicción para intervenir en delitos federales.

 LA MANO DE CALDERÓN

A lo largo de ese año fluyó con mayor intensidad la transmisión de las doctrinas y prácticas estadounidenses a las fuerzas mexicanas. Dennis Blair, el director nacional de Inteligencia de la administración de Barack Obama, había sostenido una serie de conversaciones con los altos mandos del gabinete de seguridad de Felipe Calderón para tender puentes y encontrar soluciones a los principales problemas operativos de la estrategia, a partir de la experiencia estadounidense.

No sólo era urgente blindar en lo posible a la Policía Federal, el Ejército, la Marina y otras fuerzas contra los tentáculos corruptores del narcotráfico y trabajar en el convencimiento de las instituciones mexicanas para que vencieran resistencias y lograran apoyarse, sino que era indispensable resolver conflictos que no eran provocados por rivalidades ni competencias ni egos, sino por un problema mayor: el presidente Felipe Calderón.

Una tarde, en un encuentro que tuvo lugar en un hotel de la Ciudad de México, Jorge Tello Peón, secretario ejecutivo del Sistema de Seguridad Nacional, se desahogó con Blair. Le dijo que Calderón estaba tan involucrado en las operaciones dirigidas a detener a los más altos jerarcas del narcotráfico, que tendía a controlar el proceso de toma de decisiones.

Desde Los Pinos, Calderón se comportaba con frecuencia más como un jefe policiaco que como un jefe de Estado. Deseaba saber todos los detalles de los operativos en determinados estados -de manera subrayada en Ciudad Juárez- y solía dictar órdenes y tomar decisiones sobre las fuerzas que participaban y las estrategias que debían seguir.

-Esa excesiva centralización en decisiones vitales es contraproducente -le confió Tello Peón a Blair-. La intervención cíclica del presidente de la República provoca retrasos en las operaciones y puede ponerlas en riesgo.

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