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La aparición de la carroza fúnebre en Lerdo

CRÓNICA LERDENSE

Carroza de la funerariaMontero de Lerdo.

Carroza de la funerariaMontero de Lerdo.

JOSÉ JESÚS VARGAS GARZA, CRONISTA OFICIAL DE LERDO

Los habitantes de Ciudad Lerdo, de la tranquila y quieta población, cuna de la zona urbana de la región, estaban alarmadísimos por la espectacular aparición en el año de 1928, de una carroza fúnebre tirada por dos caballos negros y sin llevar conductor, a lo que dio margen que la gente del pueblo pensara miles de conjeturas, siendo la voz popular la que hizo circular versiones fantásticas y de creencia, formándose un círculo de leyenda y de ultratumba que conmovió en dicho tiempo a todos los vecinos.

Bajo las sombras de la noche el carro fúnebre atravesaba la Ciudad por las calles principales y se perdía en el Cementerio Municipal. Esto espantó a los vecinos, pues el recorrido del vehículo tenebroso aseguraban haberlo visto que se introducía al Municipio de Lerdo por la parte de Gómez Palacio del camino real, que se conocía en aquella época como Insurgentes o calzada Lerdo, hacia la ciudad de los higos, recorriendo así la naciente carretera del Auto Club. Continuaba por la alameda de árboles pasando frente a la Cervecería Sabinas, entrando a Lerdo por la calle principal denominada Francisco I., Madero. Los corceles negros ataviados a la usanza de antes, caracoleaban sus cascos en el todavía pavimento de piedra de río, luego daba vuelta en la calle Hidalgo hasta llegar al Panteón Municipal donde desaparecía a los ojos de los curiosos.

Sobresaltados, habitantes de Lerdo todos llenos de temor, pues habían observado pasar cerca de ellos una carroza negra con crespones negros en sus cuatro costados, adornada con flores naturales y tirada por un tronco de caballos negros que en la obscuridad de la noche daban un tinte más de horror y de luto.

Lerdo en aquel entonces era una ciudad donde todo mundo se conocía e imponía su grandioso saludo con reverencia y los niños todavía con gran respeto a los mayores hacían lo mismo, era un tiempo de buenas costumbres y con un cristianismo al cien por ciento, sin embargo, la gente devota daba entrada en su corazón a las cosas de otro mundo. Otros que se habían armado de valor observando el ente mortuorio cerca de ellos, azorados y semi-muertos señalaban que los sucesos: "Eran el alma de un hijo que mató a su madre".

Otras personas afirmaban otras versiones, como de que habían visto el carro fúnebre pasar por el Hospital Zarco, y se señalaba también la cochera del Sr. Ángel Hernández, como el lugar donde penetraba la carroza por el zaguán del hoy centenario edificio. Eran muchos los vecinos que aseguran que oyeron contar esta historia a sus antepasados, señalando fechas y diciendo que ante el engaño se había impuesto la realidad de las cosas.

Dicen las crónicas del aquel tiempo, que los vecinos observaron la carroza desde una de las tiendas de abarrotes establecida en el mercado de Lerdo, como el señor Francisco Flores E. que acompañado de Eduardo Mata estuvieron vigilando durante la noche en la casa del último, sita en calle Allende y en el momento que azotaba un aguacero, eran como las 0.30 horas de la madrugada, distinguieron un coche tirado por caballos que pasó rápidamente con dirección al Panteón Municipal. Los testigos a quienes les contó el señor Flores E., manifestaban que en su semblante se reflejaba espanto, pues aseguraba y juraba que fue la carroza fúnebre la que ellos vieron pasar entre la tormenta que caía sobre la ciudad.

Porfirio Sosa, honrado vecino de Ciudad Lerdo, que desde hace algún tiempo se encargaba del arreglo de los jardines de la plaza principal, fue uno de esos testigos que vió pasar la noche de un jueves tan fúnebre cortejo, pero refiriéndose a su aparición que creía sin interés.

En estos casos, siempre existen los jóvenes valientes del barrio, los que se creen suficientes para detener la avalancha de sospecha y de fanatismo dándose a la tarea de investigar. Fue así que un grupo de cinco muchachos deseosos de las emociones fuertes, se propusieron descubrir el misterio, armados de valor esperaron las doce de la noche. Pasó esta hora y la carroza no aparecía: De pronto, uno de los vigías dio la voz de alerta exclamando; "se observa por la calzada que entronca con la carretera del Auto Club, la fúnebre figura de un carro mortuorio", adentro se encontraba una caja de color negro, que a paso moderado marchaba.

En esos momentos terminó la valentía de todos, se acabó de pronto el entusiasmo y la alegría que habían festejado, y mudos de espanto, los cinco compañeros vieron pasar junto a ellos, sintiendo el tibio calor de la carroza y convencidos de la realidad de lo que se decía, no tuvieron más remedio que orar, pidiendo entre sus plegarias sinceras la paz para el pueblo.

Las versiones llegaron a oídos del acalde de la ciudad y los vecinos de la calle Allende le solicitaron que terminará este macabro acontecimiento que daba miedo, ordenándose una vigilancia eficiente a dos de los más hábiles sabuesos, para que atestiguaran la aparición de la carroza. Pero esos dos agentes especiales, humanos como los que habían puesto en conocimiento de las autoridades la aparición del vehículo misterioso, tuvieron su parte de miedo y abandonaron sus puestos, huyendo cuando cerca de ellos tuvieron la carroza negra en sus ojos.

El terror y la angustia que embargaba a la gente, los hizo que imploraran al cielo la tranquilidad del alma en pena, que según ellos, es la que hace que aparezca ante sus ojos la visión espantosa y lúgubre que turbaba la tranquilidad del vecindario. La nota fue verídica sobre la fantástica aparición de la carroza fúnebre y fue publicada por el Siglo de Torreón.

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