La Catrina fue creación de los mexicanos de principios del Siglo XX que buscaban metafóricamente un lugar destacado en la vida social que antecede a la época revolucionaria en que los porfiristas buscarían cómo equipararse a la sociedad que veían como el arquetipo de lo que quisieran para sí mismos llegando con desventaja a una época que no los acogería sino como nuevos ricos carentes de un pasado que les diera la solera que requieren los vinos famosos por el tiempo que se guardan en los sótanos de una bodega donde sólo el paso del tiempo ayuda al mosto a convertirse el zumo que se exprimió de las uvas antes de fermentar y con el tiempo transformarse en vino de calidad.
Veían con desfallecientes fuerzas que no llegarían a forjarse en un pasado glorioso sin el que, pensaban no serían considerados sino como arribistas a una clase social que obviamente no les correspondía. Por eso era necesario cubrir los esqueletos mortuorios con atavíos elegantes y coloridos ropajes que le dieran un caché de gente perteneciente a la alta sociedad vestida con indumentaria para pasear en cualquier sitio de elegancia que en aquellos años era la alameda o la antigua Alameda Central donde alegremente los catrines de entonces iban gozosos a mostrarse para ayudar a su egocentrismo a simulando que eran la clase social crema y nata de lo que el país requería en aquellos años. Les faltaba clase.
Fue así como coqueta y seductora apareció la "Huesuda" que empezó por adornarse la cabeza con un lujoso sombrero cubierto de flores y plumas de avestruz a la que posteriormente el pintor Diego Rivera vestiría con un amplio atuendo de sacerdotisa luciendo su talle esbelto de la mano del muralista que aparece a su lado viendo pasar a la mojigata sociedad de aquellos entonces, mientras toma significativamente del brazo a un rico cara de usurero. que con seriedad acompaña a la "Calaca" luciendo democrática, ya que a fin de cuentas se lleva a pobres y ricos sin revisarles sus carteras. Demostrando que la muerte es pareja, es decir no hace distingos ni le importa a quién se lleva.
Los mexicanos festejamos el día de todos los santos y el día de los fieles difuntos, la mayoría acudimos a los panteones llevando una escoba y una tina. Hay quienes pasan la noche alrededor de una tumba recordando anécdotas de tiempos idos en las que participó quien se ausentó ahora y para siempre. La muerte y la memoria de nuestros seres queridos nos dan un sentido de identidad que a su vez arraiga nuestra cultura. Las costumbres cambian. Dicen que ya las cosas no son igual que antes. En vez de acudir a un camposanto honramos a nuestros muertos acudiendo a las catacumbas donde se han depositado sus cenizas. Los muertos son conducidos con gran rapidez de la morgue a su crematorio. Las misas de cuerpo presente han perdido su sentido. Anteriormente se contrataban hasta plañideras para demostrar nuestra tristeza.. Hoy damos la impresión, en algunos casos, de que en el pasado las exequias tenían un sentido diferente.