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La ciudad como antídoto

Ciudad posible

ONÉSIMO FLORES DEWEY

"Ocioso el 23 por ciento de la mancha urbana." "Se necesitan límites para el crecimiento." Ambos encabezados aparecieron publicados ayer en medios de mi ciudad. Mientras leo estas notas, me pregunto por qué nos referimos a la ciudad como "mancha." Supongo que la explicación tiene que ver con la necia, pero ampliamente difundida idea de que la ciudad es sucia y el campo limpio y de que el crecimiento de las ciudades explica todos nuestros males. Nada más falso. De hecho, la ciudad reduce nuestro impacto en el medio ambiente, nos pone en contacto con oportunidades y recursos que requerimos, y facilita nuestra protección. Sus beneficios son tantos, que quizá sería más apropiado referirnos a ella como el "manto urbano." Al poner a disposición de la población la infraestructura y masa crítica necesaria para abaratar servicios básicos y para proveer servicios especializados, las ciudades evitan que cada familia "colonice" territorios para satisfacer sus necesidades. Mal haríamos en promover una sociedad en la que cada familia tuviese su propia escuela, su propia milicia y su propio pozo de agua.

Por cierto, ¿por qué seguiremos llamando "colonias" a barrios establecidos hace décadas? Quizá porque la palabra ha adquirido un sentido peyorativo. La gente asocia el barrio con otra época, en la que la gente caminaba, convivía con el vecino y compraba en pequeños comercios. Hoy pareciera que buscamos evitar las tres cosas. En los barrios los "extraños" no piden permiso al guardia ni dejan su credencial de elector en la puerta para entrar. La arquitectura del barrio está diseñada para expandir los espacios de convivencia -el porche, la sala- y a minimizar los espacios privados -como el patio y el baño-. Hoy el mercado parece demandar lo opuesto. Existen "chismes de barrio" y no "chismes de colonia" precisamente porque los vecinos platican en los barrios, mientras que los vecinos de muchas de las nuevas colonias se limitan al saludo de auto a auto. No es casual que habitualmente quienes promueven nuevos desarrollos resalten su "exclusividad". Los más exitosos son aparentemente los anti-barrios -con altos muros y casetas de vigilancia, y policías privados que vigilan parques privados. De hecho, la "plusvalía" de esas nuevas colonias parece ser directamente proporcional a su capacidad de excluir a la ciudad que las envuelve. Curiosa contradicción. Según el diccionario, "plusvalía" es el "acrecentamiento del valor de una cosa por causas extrínsecas a ella." Esas causas extrínsecas no son sino el esfuerzo de varias generaciones de habitantes de la ciudad, que contribuyeron para encontrar y sostener soluciones viables a problemas compartidos.

El parque público, la banqueta, el drenaje, la policía, la universidad, la atención médica, el transporte colectivo, y muchas otras cosas funcionan mejor dentro de la "mancha" que fuera de ella. De hecho, quienes se excluyen de la "mancha" -dejando ociosos sus terrenos o escondiéndose en la exclusividad de sus colonias- contribuyen al deterioro de la infraestructura pública y al incremento de los costos de los servicios de toda la ciudad. Por eso es preocupante leer que el 23 por ciento de la ciudad está "ociosa". El encabezado sugiere un autosabotaje de las autoridades, y la multiplicación de una actitud parasítica y tristemente contagiosa. Entre más "lunares" y "fraccionamientos exclusivos", menor la calidad de los servicios e infraestructura pública en los barrios, y mayores los incentivos para subirse al barco de la extracción de "plusvalía".

Recuerdo que cuando era niño no había parques cerca de mi casa, y por ello andaba en bicicleta en los vastos terrenos baldíos entre Rancho de Peña y Los González. Hoy esos "ranchos" son una cadena interminable de "colonias," "desarrollos" y "fraccionamientos exclusivos," categorías de varían de acuerdo a su capacidad de excluir al ciudadano sin dejar de extraer valor de la ciudad. No son particularmente bonitos, especialmente vistos desde afuera. Muchos de ellos fueron construidos para privilegiar exclusividad y no convivencia y por ello, aun cuando están totalmente vendidos, están estructuralmente subocupados. Sus enormes lotes, su mínima mezcla de usos de suelo y su nula porosidad, genera tanta plusvalía para sus dueños como minusvalía para la ciudad que los rodea. Caminar por la zona es a veces incómodo y a veces imposible. Los parques públicos -muchos de ellos- siguen disfrazados de lotes baldíos, pero no se ven niños en bicicleta. A todos estos grandes terrenos se los comió el "manto urbano," pero ese no es el problema. Lo grave es que para efectos prácticos siguen casi tan ociosos como aquel 23 por ciento. Ojalá algún día la ciudad los invada.

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