El Domingo de Resurrección se jugó una edición más del llamado "Clásico de Clásicos" entre los cuadros más populares de este país. Tocó al Chivas ser el anfitrión de las Águilas y su hermoso estadio lució un lleno hasta las lámparas, otorgando un digno marco al partido emblemático del balompié azteca.
Se trató de un partido totalmente atípico, ya que no es frecuente que el mismo equipo pierda a tres elementos por lesión. Alguna vez se había cuestionado la forma de entrenar del Rebaño e incluso se responsabilizó al preparador físico en turno de convertir al hato caprino en un hospitalillo. Pues ahora con Daniel Ipata sucede algo muy parecido.
Esto llama poderosamente la atención ya que el Guadalajara juega solamente un torneo. No participó en la Copa MX, ni tiene el ajetreo de los viajes que implica jugar Concachampions o Libertadores. ¡Aguas con eso o les mandamos al que entrena a los árbitros, que tiene más heridos que la guerra contra el narco!
El caso es que Héctor Reynoso, capitán, líder y alma del cuadro rojiblanco, había declarado no sentirse al 100% para alinear, sin embargo, el técnico Benjamín Galindo buscó, como si fuera el Cid campeador, ganar una batalla con la pura presencia y pues no le salió.
Las bajas del "Chatón" Jorge Enríquez y de Marco Fabián fueron circunstanciales pero se constituyeron en una pesada losa cuando de enfrentar a un enemigo de prosapia se trata.
Por el lado americanista saltó a la vista que el jugador más desequilibrante que tienen es Rubens Sambueza. Cuando el argentino ingresó se aclararon las ideas ofensivas, hubo desborde y acabó poniendo los balones para que Raúl Alonso Jiménez se erigiera en el verdugo del chiverío.
Por cierto, me pareció de muy mal gusto por parte de Miguel Herrera el sacar a su goleador para dar paso a Narciso Mina. En el duelo ante San Luis hizo ingresar al morenazo por Christian Benítez y el "Chucho" le armó un "pancho" saliéndose por detrás del arco sin ir al banco de suplentes, como la costumbre y la decencia lo indican. Ahora, con el pretexto de que "salga entre aplausos", agarra de barco al chamaco que bien sabe sería incapaz de hacer la mínima recriminación. En fin, ahí queda el dato.
El arbitraje se convirtió en factor, principalmente por el nerviosismo y falta de planeación de José Alfredo Peñaloza y su equipo de trabajo. Cuestionables las tarjetas a Sergio Pérez, que dieron una ventaja adicional a los de Coapa, enfrentando a un equipo mermado por las lesiones y diezmado por la expulsión. La leyenda urbana dice que los jueces favorecen al América y Peñaloza le echó su carga de combustible a esa creencia, haciendo pensar que la "mano negra" manipulaba el resultado.
Sabemos que el arbitraje constituye uno de los imponderables en un partido de futbol pero vaya usted y explíqueselo a los aficionados tapatíos. Ni hablar.
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