Una de las pocas cosas que en la vida me producen una infinita tristeza es la ausencia de mi padre. Don Arturo se adelantó en el viaje al más allá y frecuentemente recuerdo su presencia inmensa, sus palabras y su humor a prueba de misiles.
Lo traigo a escena porque el domingo pasado leí en un diario de circulación nacional la noticia, indignante por cierto, de que la hija del titular de la Procuraduría Federal de la Defensa del Consumidor, la Profeco pa' los cuates, había mandado clausurar un restaurante de la colonia Roma, en el corazón del Distrito Federal.
Resulta que la chava, quien responde al nombre de Andrea Benítez, llegó al lugar exigiendo su tequila, su canción y una mesa de "las de afuera", imagino que para poder fumar. Al explicarle que había un orden en la asignación de los lugares, montó en cólera y amenazó con llamarle a su papi, quien a su vez procedería a cerrar el changarro en defensa de su pobre y desprotegida nena.
Lo increíble del asunto es que un par de horas después, efectivamente arribaron al lugar inspectores de la citada procuraduría, quienes esgrimiendo pueriles argumentos y con la típica prepotencia del naco con cargo, intentaron poner sellos y clausurar el sitio pese a que se hallaba lleno de comensales y bebensales. (Así se le debe decir al que anda "chupando", creo yo).
Lo que no esperaban estos antropoides con charola fue que los propios clientes los empezaran a grabar con los celulares y los sacaran a patadas, frustrando el operativo montado por la lady-profeco y su abnegado padre.
Yo quisiera ser amigo de Andy. Así, cuando estuviera viendo un juego tan infumable como el Guadalajara ante Querétaro, nomás le echaría un fon y le pediría: ¡Acúsalos con tu papá! Y asunto arreglado. Don Benítez mandaría a sus gorilas a cerrar por tiempo indefinido el estadio Omnilife, independientemente de que se estuviera jugando el partido y hubiera público en las tribunas.
Otro escenario en que me gustaría abusar del afecto de mi amiga Andrea sería para agarrar a los revendedores en el futbol y otros espectáculos públicos. Una simple llamada y los boletos estarían a disposición de todo el mundo y no llenándole los bolsillos de plata a un reducido número de vivales.
Ya lo menos que desearíamos los ciudadanos comunes y corrientes, como usted y yo, sería que la dependencia a cargo del padre de esta morra atendiera con esa desmedida prontitud y diligencia la denuncia que presentáramos contra un mal proveedor, que en nuestro medio abundan.
En fin, que en ausencia de don Arturo y para no sentirme huérfano de cuerpo y alma, quisiera entregarme en simbólica adopción con los Benítez.
Una persona que puede arropar de esa manera a un vástago merece, con mayúsculas, el nombre de Padre… Aunque al hacerlo, demuestre que no tiene madre.
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