Acabamos de festejar el Día del Padre, uno de los muchos festejos creados por los comerciantes para que la borregada gaste la plata y en una sola fecha se acuerde de su progenitor, aunque el resto del año lo deje sumido en el olvido.
Mi padre ya no está con nosotros. Lo recuerdo con nostalgia y afortunadamente no nos quedamos a deber un beso, un abrazo o una copa, aunque mis hermanos y yo hemos comprobado que nunca se es demasiado grande para dejar de sufrir la orfandad.
Por estas fechas sucedió el hecho que ahora quiero contarles y que viene al caso porque involucra directamente a don Arturo.
Era el verano de 1974 y en el receso entre los torneos se jugaban partidos entre los mejores equipos aztecas e invitados de lujo, con renombre internacional. En aquella ocasión, visitó México un importante equipo argentino que acababa de ser campeón intercontinental, el Club Atlético Independiente.
Un domingo de tantos se enfrentarían en la cancha del "Coloso de Santa Úrsula" el América contra los "Rojos de Avellaneda" y para tan especial ocasión, la terna arbitral la integraban nada menos que Arturo Yamasaki y Fermín Ramírez Zermeño por las bandas y Arturo Brizio Ponce de León como juez principal.
Eduardo mi hermano y yo asistimos, como siempre, a la cancha del Azteca y vimos el partido con el interés que sólo da la verdadera afición. El resultado no lo recuerdo pero jamás olvidaré la cara de felicidad de mi viejo por tener el gusto de pitar un juego de esta envergadura y el orgullo de llevar en la banda al "árbitro de América", como se le conocía al querido "Chino" Yamasaki.
Ninguno imaginábamos que ese sería el último partido en la vida de mi papá. Semanas después colgaría el silbato para incorporarse, con el cargo de gerente, a los Pumas de la Universidad.
Años más tarde, en un torneo organizado en Ciudad Juárez, me volví a topar en la cancha con Independiente y, por coincidencia, otra vez venían de ser campeones mundiales de clubes. El promotor Gisleno Medina trajo, además de al cuadro rojo, al River Plate, Santos y Flamengo de Brasil y al Nacional de Montevideo. Desgraciadamente, el ayuntamiento juarense boicoteó el evento y sólo se jugó una fecha pero tuve el placer de tener en la cancha a uno de los más grandes referentes del club, el gran Ricardo Bochini.
Ahora, tras un rosario de errores, desaciertos, "grillas" pueriles y entrenadores vividores, el Independiente, uno de los más grandes y queridos equipos de Argentina, desciende por vez primera en sus 108 años de existencia.
Seguramente la "hinchada" del barrio de Avellaneda sufrirá en carne propia este momento sumamente doloroso. Me permito mandarles un gran abrazo, sacado del baúl de la nostalgia y los recuerdos. ¡Volvé pronto, Independiente!
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