En mi tierra hay una vieja historia que cuenta que estaban un par de amigos en la barra del Casino Victorense, uno de ellos echando una mirada alrededor, le dice a su compañero:
-Te fijas que los "viejos" que antes venían a tomarse una copa… ¡ya no vienen!
- Es que ellos ya murieron… ¡ahora los viejos somos nosotros!
Lo anterior lo traigo a esta columna debido a que mientras me practicaban una intervención quirúrgica, mi tío Manuel Ruiz Jiménez, fue llamado a la Casa del Padre a rendir cuentas, ¡murió!, con él se van recuerdos de mi infancia ida.
La paradoja es muy simple, sólo nos van pasando la estafeta. Algún día nos tocará a nosotros. Antonio Lavoisier afirmaba "Nada se crea, nada se destruye… sólo se transforma".
Cuando un acontecimiento doloroso llega a nuestra vida, nos sensibiliza, los recuerdos se agolpan y se potencializan. Mientras que en el área médica una muerte es un fracaso, espiritualmente es una transición, una evolución a un estado superior.
Emotiva y afectivamente me afecta la muerte de mi tío, porque la hago mía, porque una parte de mí muere, en el fondo es una identificación proyectiva, que me lleva al recuerdo de la partida de mi madre y mis mayores.
Aunque mi madre, sabia por derecho propio, me decía que la muerte es un acto difícil de comunicar y más de experimentar, porque si por una parte la muerte es un punto de quiebre, por otra de la muerte surge la vida.
Muchos de los rituales funerarios, con sus símbolos, mitos y sincretismo religioso, están estructurados para que tengamos un diálogo fecundo con la muerte, para atenuar culpas y evitar el sufrimiento de quienes sobrevivimos.
En el fondo debemos recordar que estamos hechos para vivir a plenitud el momento de la llegada… también el de la partida, el secreto es que en medio, tengamos la sensibilidad de hacer de nuestra existencia una obra maestra.
Si "el hombre es el ser para la muerte", como afirmara Heidegger, entonces vivir es explorar los límites frágiles de lo existente. Hemos tomado conciencia que no somos eternos, por más años que se viva, siempre llegará la muerte, que nos lleva a reflexionar el tener cuidado cómo habremos de vivir, porque ahí está la clave para trascender.
Racionalmente la experiencia de la muerte es la posibilidad más cierta, sabemos que forma parte de nosotros y nosotros nos sabemos parte de ella, lo que no sabemos es ¿dónde… ni cuándo llegará?
Lo cierto es que la partida de un ser querido, nos acerca a la muerte, nos recuerda la temporalidad de nuestra existencia y tiene la magia de cambiarnos la perspectiva de la vida, su moraleja es que nos invita a que la prisa deje de atropellarnos, nos convida a vivir y…¡a dejar de sobrevivir!
Hablamos de la muerte… pero del otro, de la nuestra no, una de las cosas que los mexicanos hacemos para posponer la muerte es decir: ¡mañana lo hago!
Desde el momento del nacimiento, algo de nosotros principia a morir, Ernest Becker afirma "Todo lo que el ser humano hace, es para evitar la muerte" los avances médicos, científicos, todo, absolutamente todo gira en torno a buscar romper el proceso natural vida-muerte, queremos vencer la muerte, mejorar y salvaguardar la vida, parece que olvidamos que lo único seguro que tenemos es… la muerte.
La divinidad interior que vive y vibra en el alma del Filósofo, bendice con amor la partida de mi tío Manuel, con la esperanza que en el encuentro con los nuestros, Dios lo mantenga en la palma de su mano.
De mis mayores aprendí el poder del humor. Resulta que un joven habido de sabiduría, llega con el viejo campesino de allá mesmo preguntándole:
-¿Cuál es la mujer menos peligrosa? ¿La de pelo rubio, la de pelo castaño, la de pelo rojo oó… la de pelo negro?
El Filósofo mirándolo a los ojos, que es la puerta del alma le dice:
-¡LA DE PELO BLANCO!
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