La decadencia como herencia
Leer periódicos y revistas, ver televisión o escuchar la radio, es cotidiano para muchos; para otros es obligatorio en esta medusa globalizada y doméstica en donde nos tocó vivir. En los años setenta, casi terminada la guerra de Vietnam, se dio el principio de la decadencia americana, la pérdida de respeto a las naciones y a su soberanía, la intervención militar como sheriffs del mundo y la tendencia a sostenerse con amenazas y terror. Los gringos descomponen lo compuesto y después los marines entran a dejar peor esos países.
Como ha quedado demostrado, para los Estados Unidos la decadencia está plantada, al ser la nación que más droga consume y más fraudes comete en sus negocios internos y globalizados. El país de las demandas. Cuando de retener o decomisar dinero se trata, el tío Sam es quien más incauta y menos devuelve. Es el paraíso de las hamburguesa, las bebidas, las ofertas, la basura y las cucarachas. Impone música, moda y otros aspectos dentro del folclor del mercantilismo.
Los mexicanos somos buenos para copiar, pésimos para arremedar y piratear. Sobrevivir superó a la supervivencia y basados en esa sentencia antepusimos el “primero comer que ser cristiano”. ¿ Cuándo se desplomó todo ?, de pronto nos ganó la decadencia y la vanidad apagó las cenizas de la hoguera, nadie mira el ocaso, aquella templanza e intensidad que eran propias del mexicano poco a poco se apagan, y aunque muchos no conocieron esos rasgos sí hubo un día de gran esplendor en este país; era la vida sencilla.
La decadencia se partió y los trozos se dispersaron, se perdieron en proyectos con más ambición que verdad, la hostilidad contra lo sano, contra los nervios, contra lo natural, una cultura de la negación es la que estamos viviendo, que si Nietzsche la hubiese conocido sin duda estaría ruborizado.
El poder, los mitos, los errores, el terror, la fama, la distracción y otros enjuagues propios de la conducta humana y muy arraigados en el nacionalismo no son ajenos a esta decadencia social y más cuando se acrecienta este caos alentado muchas veces por la indiferencia e indolencia hacia nuestros hermanos, la pérdida del sentido común y el asombro. Se nos fue lo de actuar por instinto, un instinto casi animal que nos daba satisfacciones a padres e hijos, ahora en esta decadencia muchos actúan peor que animales en las atrocidades del hombre hacia el hombre. Aquí parece que todos los rasgos, valores y preceptos habidos y por haber se fueron por la coladera y cloacas de nuestros sentimientos. Vivimos cerrando calles, que no es otra cosa que cerrar la mente y los ojos para seguir en esa prisión de decadencia, ahora como herencia a nuestros descendientes.
Podemos culpar a la economía, al mundo cambiante, al crimen organizado, a la justicia mal aplicada, a los monopolios, a los programas de esa primera escuela doméstica a nivel nacional que es la caja luminosa (televisión). También a las oligarquías políticas y económicas y al imperio de fortunas mal habidas, incluso al menosprecio de la clase política hacia el pueblo. Sin embargo la oscura cara de la decadencia irónicamente resplandece en todos los lugares, incluyendo el pisoteo a los símbolos patrios y de paso traicionándonos a nosotros mismos. Se fugó el nacionalismo, las agitadas turbulencias y los conflictos se cruzan y no queda ni pizca de una sensibilidad histórica común, es decir un ejemplo de los héroes, villanos o bandidos pero al fin hombres que en su época vivieron a su manera y murieron a su modo por los mismos motivo. “Mi patria es primero”, “los valientes no asesinan”, “las armas mexicanas se han cubierto de gloria”, “acaso estoy yo en un lecho de flores” y cientos de frases comunes, mentiras o medias verdades que elevaron en un tiempo el patriotismo o nacionalismo de los mexicanos. Sin embargo los antihéroes, villanos, corruptos, mesías, salvadores de la nación y gamberros se han encargado de que la cascada de injurias caiga sobre nosotros y ahora escupimos en la tumba de nuestros héroes, tal vez entonces comenzó la decadencia misma.
Se debe defender el patriotismo costumbrista de respeto, abrirle los ojos a los jóvenes universitarios, en una libertad no condicionada o conductista como en la que están viviendo y recibiendo, sino con la libertad de espíritu que todo, niño, adolescente y joven tiene y guarda con la inquietud propia de su edad. Reza un aforismo muy acomodado a nuestros tiempos: “Quien a los 18 años años no fue idealista fue un pendejo, y quien a los 50 años sigue siendo un idealista, sigue siendo un pendejo”.
Señores el que escribe este mal artículo sigue siendo un pendejo soñador aun en la decadencia. ¿Y ustedes cómo se consideran? O ya están acomodados en una empresa monopólica o en un puesto político y ya no son gilipollas.
Pensamiento de un profesionista, ahora metido a político: “Chingao pos ahora por ser domingo y día de descanso, cuando termine de pasear a mi perro y si acaso tengo tiempo y no se me olvida, tal vez le hable por teléfono a mis viejos y... es que tuve una semana muy dura”. Esto es parte de la decadencia social y moral ya arraigada, tatuada, trasmitida y heredada en algunos sectores de nuestra sociedad.
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