Al colocarle a la estatua una cresta, como la que adornaba la cabeza del jugador de futbol Vuoso que iba en la parte superior de su cabeza, o mejor aún, como la usaban los indios americanos de la tribu de los mohicanos, se dice en la nota al calce de la foto que aparece en la edición del pasado sábado, en la que se ve representado el general Lázaro Cárdenas del Río de pie en una postura de monumento, adornada con una especie de bufanda añadida por una empresa particular, a la que se agregó una cartulina en que se anota un supuesto diálogo en que el expresidente agradece y el negocio le dice que es un homenaje, al tiempo que lo tutea indicando que las gracias se le deben dar a él " por lo de los ejidos". Esto acontece, adivinó usted, en Monterrey, Nuevo León, ¿dónde más? Si usted se pregunta qué significa el vituperio encontrará la respuesta en la pérdida de valores de estos agitados tiempos, cuando se ha ido desvaneciendo el respeto no sólo a los héroes sino, lo que es más grave: a los símbolos nacionales.
Pretende ser una abierta y descarada mofa a quien supo sopesar la problemática de este país resolviendo bien o mal en satisfacer las necesidades de la clase campesina mediante el reparto agrario. En el falso diálogo que imaginan los autores del desaguisado, le atribuyen expresiones como lo de "gracias por el pelo y la bufanda, tenía mucho frío". A lo que la empresa groseramente, se dice, le responde: "No Lázaro, gracias a ti por los ejidos". Una crítica manifiesta de lo que piensa una clase social que no mide los esfuerzos que hace el gobierno federal por acercarse a quienes sufren por las condiciones económicas que los rodea.
La figura señera de Don Lázaro no padece merma alguna. A él ya lo ha juzgado la historia. No se dan o no quieren darse cuenta los autores del disparate, que no solamente ofenden la memoria del General Cárdenas sino también a la de la mayoría de los mexicanos que honran su gesta histórica. Han pasado varios días sin que las autoridades neoleonenses hayan retirado los adornos despectivos, cuando que tratándose de las mantas que cuelgan en los puentes peatonales de las avenidas citadinas, más tardan en ponerlas (las mantas) que las autoridades en retirarlas.
Que esos empresarios no comulguen con la expropiación ni con el reparto, ni con nada que huela a eso, es su problema. Allá ellos con sus trasnochados rencores. Me recuerdan la estatua de Benito Juárez en un monumento que se hallaba en San Pedro de las Colonias, que frecuentemente era baleado por desconocidos o el que se encuentra en la recién remozada Alameda de la capital de la República, en el hemiciclo a Juárez, cuya estatua fue profanada poniendo en su cabeza una capucha negra. Gústeles o no, ambos compatriotas son considerados héroes.
Las hazañas de sus vidas fueron consignadas en las páginas de la historia patria sabedores de que sus ejemplos de patriotismo permanecerán por siempre en el corazón de los mexicanos. Lo que nos enseña la mala conducta de los que ahora atentan pretendiendo ridiculizar sus efigies ignoran o se hacen los desentendidos del significado de las obras que muchos le agradecemos a esos compatriotas. Sus críticos son individuos carentes de un sentido histórico que los hace permanecer en el anonimato de una vida anodina.
Se pudiera decir que sus críticos quieren ir en contra de la historia. Están propiciando que se vuelvan a repetir episodios de la vida nacional ya superados. Desafortunadamente no todos nos damos cuenta de lo que sucede en el panorama nacional. Es cierto, no podemos negar que hay mexicanos que quisieran regresar el reloj de los acontecimientos hasta encontrar a un príncipe desocupado que nos enseñe qué hacer con nuestro país.
En fin, no hagamos caso a esos desahogos que más bien parecen travesuras de niños berrinchudos, que de hombres hechos y derechos, que deberían darse cuenta de la realidad que vive más de la mitad de los mexicanos.