L Legamos con tiempo suficiente para que simpáticas y bellas edecanes nos condujeran a nuestros lugares. Se oía el murmullo de las voces desde la misma entrada de los invitados a la presentación de libro intitulado Nauyaca que contiene el pensamiento de un maestro que nos legó con su fina ironía, ideas y ocurrencias, en pequeños editoriales acerca de lo que el periódico daba cuenta día a día durante los últimos años del siglo XX y los primeros del actual XXI. Qué de anécdotas, qué de experiencias quedaron para siempre como gratos recuerdos de un caminar no exento de obstáculos. Es el precio que pagamos por tan sólo vivir, a mayor razón si se hace por ser útil a los demás. Es el andar sin por ello esperar el reconocimiento a sus esfuerzos.
Si don Antonio de Juambelz abrió el camino al fundar el periódico dando vida al defensor de la comunidad, su sobrino Antonio Irazoqui supo interpretar su pensamiento siguiendo sus pasos para servir a la grey lagunera modernizando la institución periodística, a ello se debe lo que hoy es la institución. En el largo andar los escuché a ambos hablar en un diálogo que no terminará por más que el mundo acabe algún día como de seguro lo hará sólo cuando la luz del Sol se extinga. Dos hombres que supieron infundirle vida propia a las ediciones de El Siglo de Torreón. Ambos traían pegada a la piel la necesidad de ser el orgullo de un comportamiento veraz sin favoritismos ni componendas.
En esto pensaba, cuando el silencio se apoderó de la sala para permitirnos escuchar al magistrado Germán Froto y Madariaga, catedrático y escritor, que en graves palabras hizo una breve, pero sentida apología del homenajeado, destacando su conocida bonhomía es decir su afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento, así como su sentido de buen humor. Señaló que él conoció la amistad del homenajeado, al que calificó como un ser humano bondadoso. Sus palabras, las del orador, calaron hondo en la asistencia por cabalgar en los lomos de la sinceridad. Durante su intervención llamaba la atención un sentimiento de hermandad que emanaba de sus comentarios.
Bien la reunión terminaba cuando se escucharon las expresiones de Enrique Irazoqui Morales quien leyó un artículo de su padre publicado en El Siglo de Torreón el 28 de febrero de 1972 en el jubileo del periódico. Que fue a manera de epílogo manifestando en esa ocasión: "Sentí la emoción que despierta el rugir de las prensas como respuesta al esfuerzo conjunto de quienes día a día desde la Dirección, los linotipos, la redacción o la administración hacen posible que un ejemplar más de El Siglo de Torreón llegue a manos de los laguneros para informar y orientar la opinión pública y sobre todo aprender que el periodismo vertical y serio tiene un profundo sentido humano y cumple una importantísima misión dentro de la sociedad de la que formamos parte, y así supe de pronto que el olor a tinta "agarra" y hace que la vida tome un sentido especial que evita que difícilmente, quien se ha impregnado de ella, pueda dejarla".