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La Historia vive y sobrevive…

Hora Cero

ROBERTO OROZCO MELO

En 1961 falleció el cronista de la Ciudad de México, don Artemio de Valle Arizpe, quien, suponemos, dejó escritas algunas notas post mortem; entre otras sus legados y las indicaciones sobre cómo debía proceder el albacea para disponer de dichos bienes, valores y propiedades, francamente quizás más valiosas que todo el acervo, constituido también por algunos documentos, libros, muebles y objetos de arte.

También estaba a la vista su variada y valiosa biblioteca; algunos documentos manuscritos sin organizar, varias cuartillas con dudas escritas y anotadas por su propia mano; así como algunos textos sin publicar, otros sin leer y varias disposiciones privadas pendientes de reflexión y lectura. Todas daban fe de la minuciosa tarea del escritor y recomendaciones para su cuidado, ya que siempre tuvo la preocupación de no equivocar su destino, algunos comentarios para su limpieza y escritura, así como el llenado de inventarios escritos a mano, notas sobre su propia vida y otras indicaciones para mantener ordenada y limpia aquella añosa colección.

Don Artemio había venido a este Saltillo de sus poéticos sueños amorosos para dejar bien claras las cuentas sobre el número de obras de su autoría, su valor histórico, literario o científico, así como para dejar las debidas instrucciones de su manejo. No faltó quién, siendo sensato amigo del escritor, optara por constituirse en el atento guardián de la misma. Ignorando el sitio en que sería sepultado su propio cuerpo y ante la inminencia de su posible defunción e ignorar su última morada. Negado a solamente desplomar su cuerpo en alguna penosa circunstancia, se cuestionaba: ¿Qué clase de lecho sería destinado a recibirlo en el caso de su muerte? Pensó entonces: ¡Vaya! No dedicaré un solo minuto a preocupaciones inanes, tan pasajeras. Rememoró entonces los otrora fatigosos años de su período creativo. Hizo a un lado cualquier tribulación, ansiedad o prejuicio. ¡Cuánto le habían costado sus kilométricos viajes al Saltillo, trepado en esos fierros viajeros llamados trenes: ¿Leer? Imposible. ¿Concentrarse, escribir, organizar ideas? ¿Dormir? Nada, ni siquiera un parpadeo sería posible prever, ya que siempre tuvo razones para que conducir su vida sin que nadie ni nada interrumpiera sus últimos empeños inspirados en la esencia real de un testamento honorable y cierto. Nada iba a sobrevivir al escritor. Ni a su amigo Venustiano Carranza, así como a sus herederos legales. Vista su independencia basada en su soltería pensó que no tenía un testamento legal o documentos en fidedigno depósito.

Los deudos de don Artemio no habían invocado la existencia de un solo documento o de otros instrumentos legales parecidos: El general Francisco de Valle, viejo amigo suyo, ligero de cascos y de pensamiento, presumía ser el único que había escuchado las últimas palabras de don Venustiano, en aquel pueblito de Tlaxcalantongo, cercano al municipio de Puebla, donde Carranza murió baleado por sus propios dizque amigos. Él, por lo menos, conocía por medio de ojos ajenos las últimas disposiciones del Jefe del Ejército Constitucionalista; pero igual la negaba la existencia de algún otro documento valedero en el caso...

¿Y qué se diría en ellos? Don Francisco de Valle presumía de haber sido la única persona que, precisamente, recibiera las últimas palabras y el postrero aliento de don Venustiano: Lo que sigue sería era la versión el dicharachero Pancho Valle:

"Pancho, ái te dejo a la Nación, te la encargo mucho, para que bien me la cuides"…

Por supuesto ni el general Obregón, que había mandado asesinar al señor Carranza, ajusticiaría a Pancho de Valle personalmente o por interpósita mano militar. Sus ayudantes se creyeron un cuento, propalado por él mismo De Valle, tan inverosímil que ni él mismísimo Pancho, fabulista como era, lo hubiese validado: "una noche postrera el mismo general De Valle difundió esta especie para decir que andaba por ahí un "bicho rarillo" quien se decía "único heredero del señor Carranza" y se había metido a la última morada de su ilustre hermano de armas, de la cual poco antes habían salido entre voces de mecapalero y fuerza de invectivas. Habían cargado con estantes, libros, ediciones príncipes, obras históricas autografiadas e incunables rarísimos, propiedad del mismo don Artemio, más algunas pinturas coloniales, restos de columnas griegas y romanas, bronces, mármoles y etcétera, con las que llenaron un gran camión, dizque para traerlo Saltillo, dejando atrás rastros y huellas de violencias verbales, más ciertas amenazas furibundas que bien podrían haber sido firmadas por el sedicente autor y legatario.

La valiosa carga vino a dar hasta a escuela preparatoria "Ateneo Fuente" cuya directora posiblemente las recibiría "al ajecho". Vale decir sin más ni más: ni cuenta aritmética, ni inventario alguno, dicha carga debería viajar hasta lo que sería su depósito definitivo: el Ateneo Fuente, así qué ¡otra vez! a la capital de la República. Quizás allá, donde abundaban los sitios de mercaderías, se pudieran encontrar las piezas faltantes, pero como siempre sucede, algunas fuentes de noticias pensaron hallar éste, su último destino. Con nombres de receptorías y aún depositarias aquel tesoro que había recibidas el entonces Rector de Universidad Autónoma de Coahuila, licenciado José de las Fuentes, (que en paz descanse) Igual pudo también haberlas recibido el propio Director del Ateneo Fuente, el ingeniero José Cárdenas Valdés en el sitio destinado a ser un principio de museo universitario en el segundo piso del Ateneo Fuente. Y sí bien allí estaban algunas piezas en depósito, también habían varias otras, no todas importantes. Anotadas sólo con la excusa de la inexistencia, faltaban las ediciones antiguas más preciadas y otros bienes muebles. La Universidad de Coahuila esperó por varios meses, quizás años, a que surgieran indicativos superiores para recibir con justo derecho estas colecciones, por ahora catalogadas como "incompletas".

Y si usted, lector, pregunta por ellas, obtendrá la misma respuesta. Puede ocurrir a todas las librerías y bibliotecas universitarias y oficiales; pero sólo podrá encontrar viejos recibos y piezas faltantes de parcial importancias.

Muchos investigadores han intentado la búsqueda de tales documentos, mas han fracasado en sus intentos. La historia, sin embargo, no juega: transcurrido el tiempo, todo llega a ser aclarado. Así sea… ¿Así será?...

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