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La justicia

GILBERTO SERNA

De lo que me quedó como sedimento de la lectura sobre el tema, es que una cosa es la doctrina y otra muy diferente la práctica. En principio el dar a cada quien lo suyo, en la definición de justicia atribuida a Ulpiano, está fuera de época, en principio porque en estos azarosos tiempos es difícil hurgar en la conciencia de cada ser humano para saber con certeza qué es lo suyo. En una sociedad moderna, de suyo desigual, no llegaremos jamás a saber qué es y qué no es lo suyo. Partamos de la definición: forma del determinante y pronombre posesivo de tercera persona del singular. Esto no nos lleva ningún lado. Hablemos de la Encuesta Nacional Sobre el Sistema de Justicia Penal en México patrocinada por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional que publicó El Siglo de Torreón en su edición del pasado domingo.

El resultado es apabullante para los piensan que en nuestro país existe una justicia clara y transparente que pues revela que sólo el 6 por ciento de los mexicanos confía en jueces y ministerios públicos. La verdad es que esos encuestadores dan la impresión de que vinieron prejuiciados o que hicieron su trabajo sobre las rodillas. Es verdad que nuestros funcionarios no son un dechado de honradez y sobriedad republicana, pero no todos los que trabajan en la Procuraduría o en el poder judicial mexicano necesariamente deben considerarse corruptos por antonomasia.

Hay una cantidad considerable de jóvenes profesionistas que se la parten día tras día por prestar un servicio que beneficie a la comunidad. Son hombres y mujeres que me consta no se prestan a enjuagues ni a martingalas. Son personas que hacen su trabajo sin premura, con la conciencia tranquila, sabedores de que al final del camino estarán satisfechos de sí mismos. Saben que su mayor recompensa será el reconocimiento social a su callada labor en pro de sus semejantes.

Hay muchas asechanzas a las orillas del camino. La maledicencia los persigue. Ya lo decía en sus redondillas la excelsa poetisa y dramaturga Sor Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz: ¿O cuál es más de culpar aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? Esto nos indica que, en la mayoría de los casos el que corrompe tiene parte de la culpa, lo que, desde luego, estoy de acuerdo, no exonera a quien recibe la dádiva. Lo dice don Quijote al aconsejar a Sancho Panza quien sería gobernador en la imaginaria ínsula de Barataria: Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Podríamos añadir, en un saludable ajuste literario que ambas partes se lastiman. El que solicita el comercio carnal y la que está dispuesta, previo pago del precio, a concederlo. Si el hombre siempre está dispuesto a comprar, la mujer no le va a la zaga por cuanto a ceder sus encantos por un precio justo. Pero no divaguemos, lo que pretendo es señalar que como dijo José López Portillo la corrupción somos todos.

En ese orden de cosas llegaremos a la conclusión de que hay algo equivocado en la relación social que permite se estrechen lazos perversos entre quienes por algún motivo se encuentran en uno u otro extremo de lo que constituye la administración y aplicación de la justicia. Desde luego es un tema complejo. Difícil llegar a una conclusión en un artículo periodístico. Lo que podemos plantear es el problema, para dejar que mentes más preparadas nos conduzcan a encontrar la senda como Ariadna ayudó a Teseo a salir del laberinto donde se encontraba el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Dejaremos el resto del tema para otra colaboración.

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