La ciudad es la gran contradicción de nuestra civilización. Los seres humanos nos reunimos dentro de ella para, en principio, facilitar nuestra existencia y ser menos vulnerables a la intemperie natural. En la ciudad, nuestra especie se ha forjado como lo que es ahora. Es en las urbes donde se toman las grandes decisiones que determinan la vida de millones. Ahí se organiza la producción, la política, las finanzas. En ella se concentra la riqueza y ahí mismo se mal distribuye. Vivir en la ciudad nos proporciona enormes ventajas, pero también grandes desventajas. Lo que en ella sucede afecta de manera severa al medio ambiente y, a la postre, al propio ser humano. Esta es la gran contradicción de la ciudad.
La contaminación a gran escala es producto de la ciudad. Es imposible pensar en el cambio climático sin remitirnos a lo que ocurre en las zonas urbanas, en donde viven más de la mitad de los habitantes del planeta. Muchos de los gases que dañan la atmósfera, muchas de las partículas tóxicas suspendidas en el aire, son producto de dos hijos de la ciudad: la fábrica -en todas sus formas- y los vehículos automotores.
Pero no sólo la polución está en el aire, también está en el suelo. Las ciudades son las grandes generadoras de desechos sólidos, desde la basura doméstica hasta los residuos industriales. Una urbe mediana como Torreón, de 610 mil habitantes, produce entre 480 y 580 toneladas de basura doméstica, según estimaciones de la empresa concesionaria de limpieza, Promotora Ambiental de La Laguna. A lo anterior hay que sumar la basura industrial y hospitalaria, que debe tener un tratamiento especial, y los escombros, residuos de material de construcción. El gran desafío para la organización de las ciudades es qué hacer con todos esos desechos; dónde ponerlos para que causen el menor impacto posible; cuáles se pueden reutilizar de manera que dejen de ser factor de contaminación.
Algunas ciudades del llamado primer mundo han avanzado en la solución de estos problemas tomando como base el Capítulo 21 del Programa o Agenda 21, que impulsa la Organización de las Naciones Unidas para el desarrollo sostenible de las urbes y regiones. El programa contempla cuatro ejes de acción en materia de desechos sólidos de las ciudades: a) reducción al mínimo de los desechos; b) aumento al máximo de la reutilización y el reciclado ecológicamente racionales de los mismos; c) promoción de la eliminación y el tratamiento ecológicamente racionales, y d) ampliación del alcance de los servicios que se ocupan de los desechos.
Las urbes laguneras, como la mayoría de las urbes de México, hemos recorrido muy poco camino en este sentido. Una prueba de ello son las diez mil toneladas de basura y escombro que hay en las calles del área conurbada de la región, conformada por Torreón y Matamoros, en Coahuila y Gómez Palacio y Lerdo, en Durango. La cifra viene del cálculo realizado por la asociación civil Laguna Yo Te Quiero, la cual trabaja actualmente en un gran proyecto: sacar esa basura y ese escombro de los terrenos baldíos y depositarlos en sitios de confinamiento apropiados. Según quienes encabezan este loable esfuerzo, con esos desechos se podría llenar ¡47 veces el estadio de futbol del Santos Laguna! De ese tamaño es la negligencia.
Para superar este desafío descomunal, la asociación, con ayuda de cientos de voluntarios, ha ubicado los sitios en donde se encuentran esos desechos y los ha puesto en un mapa para facilitar la organización de las cuadrillas de limpieza (ver micrositio http://www.elsiglodetorreon.com.mx/lagunayotequiero/). El pasado sábado 10 de agosto se llevó a cabo el último mapeo. En total fueron 2 mil 169 puntos los localizados. La jornada de levantamiento, traslado y confinamiento de toda esta inmundicia se realizará el 12 de octubre. Para cumplir el objetivo, Laguna Yo Te Quiero requiere del apoyo de por lo menos 50 mil voluntarios. Una tarea nada fácil pero que, sin duda, vale la pena (para sumarse entrar a http://www.lagunayotequiero.org/).
No obstante, para evitar que a la vuelta de los años nos encontremos con que los terrenos baldíos están repletos de basura y escombro otra vez -como ha ocurrido con el lecho seco del río Nazas-, es necesario revisar qué fue lo que pasó; cómo es que se permitió que esa gigantesca cantidad de desechos se arrojara sin consideración alguna, y de qué manera La Laguna se convirtió en este basurero al aire libre. Y a partir de aquí, se deben aplicar mecanismos eficientes de vigilancia y manejo de residuos. Pero debemos empezar por reconocer que en el proceso de ensuciamiento de las urbes, todos hemos contribuido, aunque, eso sí, en distintos grados de responsabilidad.
En el primer grado se encuentran las autoridades, quienes han sido incapaces de generar una dinámica de supervisión, control, traslado y disposición final de los residuos. Los proyectos que se han intentado -como los centros de transferencia de escombro, el reciclaje de basura y la creación de un sitio de confinamiento de desechos de la construcción en el Cañón del Indio-, hasta ahora han fracasado.
Y ante el fracaso de las autoridades, durante décadas la lógica ruin que ha imperado es la de "echarle la basura al vecino". Para constructores, contratistas, transportistas de materiales y ciudadanos sin cultura cívica ha sido fácil el depositar sus desechos en cualquier terreno, sea particular o público, porque simplemente nadie les dice nada. He aquí un segundo grado de responsabilidad.
El tercero estaría en los demás ciudadanos -la mayoría- que, si bien no hemos ensuciado esos terrenos, tampoco hemos sido capaces de denunciar a quienes ensucian o de exigir a las autoridades que pongan orden en este tema.
En este sentido, el loable trabajo de Laguna Yo Te Quiero no puede ser concebido como un punto de llegada, sino como apenas el principio de una estrategia que ponga fin al desastre que es la región en lo que al manejo de desechos se refiere. Pero para esto se requiere el compromiso sin ambages de los gobiernos de las ciudades y los estados con la Agenda 21, así como la participación seria de la ciudadanía en general. Sólo así podremos empezar a acotar una de las grandes contradicciones que encierran nuestras ciudades, y que tanto merman la calidad de nuestro ambiente, nuestra salud y nuestra imagen como sociedad.
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