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La Laguna y la decadencia urbana

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La falta de planeación urbana adecuada y la ausencia de consensos en la toma de decisiones de la vida pública de las ciudades tienen un costo alto. El agotamiento de los recursos naturales, el deterioro del medio ambiente, el incremento en los niveles de inseguridad pública, la profundización de la pobreza, el aumento de las dificultades en la dotación de servicios públicos, el abandono de los centros originales, la dispersión de los asentamientos, la desarticulación de la vida comunitaria y las complicaciones en la movilidad urbana, son algunos de los problemas que enfrentan las ciudades que se han visto rebasadas por la expansión desordenada de la mancha urbana.

La Comarca Lagunera, una región de 1.5 millones de habitantes, con una zona metropolitana en donde se concentra dos terceras partes del total de la población, ha pagado con creces las consecuencias de crecer sin una planeación que permita satisfacer las necesidades de todos sus habitantes.

Nuestro espacio urbano se ha vuelto hostil y fragmentario. Cada vez es más difícil transitar por calles diseñadas casi exclusivamente para vehículos automotores. La desconfianza priva en la vía pública. La vida urbana tiende a desarrollarse cada vez más en lugares cerrados o particulares. El centro de las ciudades ha visto restringida su actividad en la medida que el deterioro físico y el abandono avanzan. Los nuevos centros poblacionales se encuentran cada vez más lejos y más aislados. Proliferan los asentamientos irregulares, los cuales comparten la periferia con colonias proletarias, muchas de ellas lumpenizadas, y con fraccionamientos amurallados, vedados al paso del "extraño". Las colonias antes integradas, hoy buscan el encierro. Los sitios para los encuentros citadinos son cada vez más raros. La contaminación del medio ambiente natural encuentra su réplica en la intoxicación del entramado social.

Esta fenomenología de la decadencia urbana tiene causas diversas. Por un lado está la preeminencia que se ha dado al interés económico. Es insostenible un modelo de desarrollo basado sólo en la expansión de los sectores productivos, que deja de lado el bienestar social y el cuidado del espacio natural. La vorágine se ha revertido hoy contra los propios impulsores de ese modelo.

Por otro lado, está la acotada capacidad y representatividad de los gobiernos locales. Sin mucho margen de maniobra y sujetos a intereses gremiales y de partido, los ayuntamientos -ese supuesto pilar de la república federal mexicana- se han convertido en botines, agencias de colocación, nodos para el tráfico de influencias o trampolines electoreros. ¿Cuándo fue la última vez que surgió una política pública de gran calado en el seno de una administración municipal en La Laguna? La toma de decisiones, secuestrada por los grupos en el poder, responde casi de forma exclusiva a la lógica del beneficio gremial o particular.

Pero también hay otro factor que ha propiciado este desastre social: la incapacidad de articular un cuerpo ciudadano amplio que desde los terrenos ajenos a la mediocridad de la política electorera pueda construir una agenda que se convierta en el eje del resurgimiento del espacio cívico. Hay esfuerzos muy loables, pero son aún excepcionales. Hace falta integrar las voces de quienes rara vez se hacen escuchar, fomentar la vinculación, caminar en verdad por la senda de aquello que llaman suma de voluntades.

La elección local que se avecina, puede ser una oportunidad. Por primera vez todos los ayuntamientos de la región serán renovados en el mismo año. Más allá de esperar que los candidatos rompan con sus intereses y hagan conciencia de la necesidad de generar una agenda común regional -lo cual, hay que decirlo, se antoja muy difícil-, lo que se requiere es que la ciudadanía que se ha mantenido hasta ahora al margen del poder público, materialice sus anhelos, fije sus propuestas y obligue con su organización y participación a los actores políticos partidistas a trabajar en beneficio de la mayoría y a sentar las bases de una planeación que revierta la toxicidad que ha invadido la vida urbana. No es fácil, pero es urgentemente necesario, como necesario es supervisar de cerca el cumplimiento de las metas y objetivos. Quien desde la trinchera de un cargo público no ofrezca resultados, que se vaya.

Los problemas que hoy enfrentamos parecen no dar cabida a la planeación. Pero estamos obligados a trabajar a dos tiempos: superar los obstáculos del presente, construir los cimientos del futuro. Y debemos empezar por reconocer que lo que hemos hecho hasta ahora nos tiene hundidos en esta condición tan miserable. No podemos seguir haciendo lo mismo. No podemos quedarnos pasivos viendo cómo somos cada vez menos ciudad.

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