Supo cultivar su leyenda porque encontró a los ingenuos que se sometieron a sus intimidaciones. Era la estabilidad, el único pasaporte para el cambio, la aliada indispensable, la enemiga invencible. Los presidentes y los secretarios de Educación vivieron bajo su amenaza constante. Se creyeron su cuento. Imaginaron posible la pesadilla que les pintaba: si tronaba los dedos, las escuelas cerrarían, las calles se llenarían de protesta, el país se volvería ingobernable. Si tocaban sus intereses, nada podría hacerse en el campo educativo. Para reformar la educación habría que pedirle permiso. De muchas maneras lo dijeron los panistas: imposible hacer la reforma educativa sin el consentimiento de La Maestra. Era ella quien dictaba el ritmo y el tono; era ella quien definía lo intocable; a ella correspondería el mérito del cambio. Más aún, los cándidos que nos gobernaban creían que su sumisión era realismo. Aceptamos sus condiciones porque así es la política, confesaban abiertamente. Porque no le podemos ganar la batalla, rindámonos a ella y que sea ella quien dicte su antojo. Felipe Calderón, el presidente que llevó la alianza con Elba Esther Gordillo a la mayor indignidad para el Estado mexicano, el hombre que le entregó con desvergüenza cruciales posiciones de poder justificaba su estrategia como si fuera un acto de sagacidad maquiavélica. Nuestra alianza, llegó a decir, "no es falta de escrúpulos, es hacer política como se hace en todo el mundo". Curiosa mezcla para el estudio de los psicólogos: padecer la sumisión más humillante y encararla con los desplantes de un cínico.
Con un solo acto se disolvió esa leyenda. No fue difícil encontrar las pruebas de su abuso. Lo único que se necesitaba era abrir los ojos a su ostentación. Tras la captura, el aislamiento fue inmediato. ¿Se pensaba que el sindicato se levantaría en armas para defender al dirigente que despoja a la misma organización? ¿Se creía que las escuelas cerrarían en respaldo al cacique que usa el dinero sustraído obligatoriamente a los maestros para hacerse una nueva operación cosmética? ¿Se imaginaban una insurrección magisterial en defensa de la opulencia financiada por los maestros? El procurador lo subrayó correctamente: las víctimas de la corrupción de Elba Esther Gordillo son, en primer lugar los maestros a los que representa. La política de la fanfarronería necesita la complicidad del crédulo. Si un mérito tiene el nuevo gobierno es haber clausurado para bien, esa credulidad. El reto de hoy es que el golpe judicial dé paso a una transformación en el ámbito educativo y el sindical. Que no sea, como antes, una simple purga en beneficio de la presidencia.
La reforma educativa no esperó la bendición de La Maestra. El PRI de Peña Nieto rompió primero el mito de la hacedora de reyes para deshacer después la leyenda de su veto insuperable. No la necesitó para ganar la elección del año pasado ni la consultó para reformar el artículo 3º de la Constitución. Lo cierto es que la defenestración de Elba Esther Gordillo no altera la estructura del sistema educativo. El sindicato sigue ejerciendo funciones que no le corresponden a una representación gremial. La captura de la dirigente no modifica esa extensa red de poder sindical que se instaló en el gobierno federal, los gobiernos locales, las muy diversas comisiones administrativas del sector educativo y las escuelas públicas de todo el país. La reforma constitucional es un paso correcto pero es apenas eso, el primer tranco de una travesía que debe llegar hasta el salón de clase.
La acción de la Procuraduría compromete al gobierno. Si a fin de cuentas se tratara de un acto aislado, se inscribiría en la tradición del uso político de la ley: usar el derecho para mostrar fuerza, emplear el castigo como instrumento de promoción, seleccionar arbitrariamente al destinatario de la coacción estatal. Al proceder contra la dirigente magisterial, el gobierno traza un nuevo sentido de lo posible y por ello mismo, un nuevo sentido del deber. Al partido del corporativismo puede corresponder, paradójicamente, la responsabilidad de desmontarlo. No de someterlo, como sería la obvia tentación restauradora: desbaratar el pacto de impunidad. La ruta iniciada compromete al gobierno. Gordillo era el personaje más impopular en el mundo sindical, pero sus abusos no eran extraordinarios. Por eso corresponde al Gobierno federal demostrar que este gesto no es único y que es el inicio de una nueva relación con el mundo sindical. El mensaje del presidente Peña Nieto establece un medidor para sus propias políticas. "Los recursos de los sindicatos, son de sus agremiados, no de sus dirigentes, dijo el presidente. Deben utilizarse en beneficio de los propios trabajadores". El gobierno federal no puede hacerse el ciego ante los abusos y las ostentaciones de otros dirigentes sindicales.
A Ernesto Cordero, secretario de Hacienda del gobierno de Felipe Calderón correspondió la penosa tarea de disfrazar como incompetencia la complicidad. No vimos nada raro, declaró el hoy senador. La grotesca declaración es advertencia para el Gobierno actual: si abrió ya los ojos a uno de los monstruos criados por el PRI no puede cerrarlos para ignorar al resto.
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
Twitter: @jshm00