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La mejor escuela para ellos

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La mejor escuela para ellos

La mejor escuela para ellos

Leonor Domínguez Valdés

Es muy probable que el mayor aprendizaje de ser padres radique en el hecho de aprender a reconocer, aceptar y asumir que cada hijo es un hijo único. Resulta importante identificarlo y actuar en consecuencia, sobre todo a la hora de definir a qué escuela inscribirlos.

La unicidad nos obliga (o debería) a mirar a todo sujeto con una lente diferente. Aun tratándose de nuestros hijos. Cada uno de ellos ha llegado al mundo dotado de un equipo genético y un temperamento particulares. Es fundamental tener en cuenta que las personas nacidas en el seno de una familia vienen a ocupar un sitio propio en ésta, en condiciones y circunstancias también distintas en relación con sus hermanos. Precisamente por ello no todos los vástagos pueden o deben ser educados de idéntica manera.

No obstante, una acción muy común entre las familias con dos hijos o más, es inscribir a éstos en una misma escuela. Al tratarse de seres con personalidades particulares, los resultados de aprovechamiento suelen ser disímiles. Y erróneamente, muchos papás caen en la dinámica de compararlos, propiciando una serie de conflictos que valdría la pena evitar.

DISTINTO MOLDE, MISMO CRITERIO

El rol que juegan los padres en el ámbito de la educación doméstica y escolar de los hijos es vital, ya que son ellos quienes sientan las bases para que éstos se desarrollen de manera sana y logren integrar una adecuada comunidad fraterna.

Empero, la realidad nos muestra lo contrario con una nitidez innegable, sobre todo cuando vemos que los consultorios de consejería y de atención psicoterapéutica están repletos de personas cuyos orígenes de sufrimiento residen justo en aquellos acontecimientos que tuvieron lugar durante la niñez y la adolescencia, periodos durante los cuales el ser humano es dependiente de sus padres y por lo tanto está sujeto a su autoridad absoluta y con ello, a las decisiones que tomen en relación con el proceso de su instrucción formal (académica y religiosa) e informal (las normas de comportamiento social).

De manera inconsciente y casi siempre bien intencionada, los padres suelen elegir la institución a la que habrán de asistir sus hijos desde el inicio de su formación.

Como mencionábamos, comúnmente optan por el mismo colegio para todos sus descendientes, lo cual no siempre resulta ser lo más conveniente, pues es posible que alguno de los chicos se adapte muy fácilmente al tipo de sistema de enseñanza y a las normas disciplinarias de una escuela, mientras sus hermanos requieran de un método diferente en el cual puedan lograr un mejor desempeño.

Cada hijo tiene sus habilidades y capacidades intelectuales, además con el paso de la vida ha conformado una estructura de personalidad propia. Lo anterior establece una enorme distancia entre los hermanos en lo referente al ritmo, el tiempo y las necesidades que cada cual tenga en su proceso de aprendizaje.

A COMPARAR SE HA DICHO

Cuando los hermanos asisten a una sola academia es muy probable que surjan las comparaciones. Para quien es menor el reto será superior, pues pese a que haya disparidad de edades, siempre estará presente la sombra de “a él le fue mejor en X materia”, “él ha sobresalido en Y deporte”. A veces los maestros pueden hacer notar las desigualdades que tienen uno y otro en cuanto al comportamiento y el desempeño escolar, y esas opiniones incluso se hacen extensivas al interior de la casa. Cuando una situación como ésta se prolonga no es infrecuente que ese hijo, quien ha vivido golpes constantes en su autoestima, se sienta más y más devaluado y por lo tanto desarrolle una falsa imagen de sí mismo.

En términos ideales los padres deberían observar a sus pequeños de manera individual y acercar a cada uno al tipo de escuela que mejor le convendrá de acuerdo a su personalidad y aptitudes. De esta manera tendrían oportunidad de desarrollarse libres de la presión de ser constantemente equiparados con sus consanguíneos.

Vale mencionar que además de la parte intelectual hay otras formas de comparación que suelen ser aún más dañinas: las asociadas con las características físicas. Los padres, hermanos y las personas del exterior, no miden las consecuencias al establecer contrastes entre los hijos de acuerdo con su apariencia o su rendimiento físico. Así una niña puede escuchar con frecuencia comentarios como que los demás encuentran ‘increíble’ que sea hermana de la chica más bonita del grado superior. O el jovencito recibe burlas por su poca condición física, contrapuesta con los logros deportivos de su hermano.

El niño o joven que ha sentido el rechazo consciente o inconsciente del sistema social familiar y externo por ‘ser menos’ que sus hermanos, tiende a autodevaluarse, lo cual suele generarle un profundo sentimiento de inseguridad y podría traer repercusiones no sólo para él.

MÁS CONSECUENCIAS

Es probable que alguien que desde su nacimiento experimentara rivalidad y rechazo hacia sus hermanos mayores o menores, por haber sido medido con reglas idénticas y comparado una y otra vez en su rendimiento escolar, lograra ocultar esos sentimientos y evitar que afloren y se manifiesten en actitudes de celos, envidia o expresiones de ira. Pero tal situación no podrá prolongarse para toda la vida y en algún momento lo reprimido habrá de hacerse manifiesto.

Es común que estos episodios de ‘abreacción’ se produzcan cuando la familia atraviesa por momentos de crisis. Entonces, ese hijo se descargará sobre sus hermanos ya sea a través de una manifestación de juegos de identificación proyectiva; de un ataque directo; o bien, tratando de controlar al hermano hacia el que todavía guarda los mismos sentimientos negativos.

CADA UNO EN SU LUGAR

La posición y el rol que le son asignados a cada uno de los hijos desde el momento de nacer van a ser definitivos en su formación. En muchas ocasiones y pese a los avances en materia de equidad de género, son los varones quienes tienen mayores oportunidades de alejarse del hogar y dejar atrás cualquier rol, estigma o demanda que hubieran pesado sobre él. Quien ha logrado salir del entorno sociocultural en el cual creció, empezará a construir una nueva vida y con ello será capaz de optar por conservar aquellos aprendizajes que le son útiles para su desarrollo y desechar los nocivos. Sin embargo, no todas las personas logran este avance por sí solas; en algunos casos puede ser necesaria (o muy útil) la ayuda psicológica.

Lo óptimo es no llegar siquiera al punto en que las consecuencias estén ahí y requieran ser subsanadas. Y esto puede lograrse evaluando con objetividad las opciones de educación que se les pueden brindar a los hijos, sin dejarse llevar por la inercia de que ya el mayor está en tal colegio y los demás deben seguir sus pasos. Cierto que esa ‘tradición heredada’ da buenos resultados a numerosas familias. Pero sabiendo que existe la otra posibilidad y sus potenciales repercusiones, es preferible analizar a detalle si lo que ofrece la institución ya conocida será de provecho para el resto de los hijos, o si dado su respectivo temperamento sería más benéfico para ellos darles la oportunidad de ingresar a otra escuela.

Correo-e: Leonor.Dominguez@iberotorreon.edu.mx

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