Fuentes de las Naciones Unidas estiman el número de muertos en el conflicto sirio en 70 mil, durante los últimos 23 meses de manifestaciones, confrontaciones y batallas militares. Lo peor de esta imagen es la creencia de las dos partes en su victoria final sobre los oponentes. Esto explica su intransigencia y rechazo a negociar una solución política para su tragedia sangrienta. La muerte es todavía la suprema ganadora y (lo será) por mucho tiempo en un futuro.
La muerte de los sirios es absurda. Quienes salieron a las calles y plazas para protestar ante un régimen opresivo, en busca de libertad, dignidad y mejores condiciones en sus vidas, se enfrentaron a la pesada máquina asesina de su propio gobierno.
Sus esperanzas en un cambio pacífico eran ahogadas en un mar de sangre. La muerte de miles de manifestantes no ha avanzado su causa. La destrucción de sus ciudades y pueblos, la tragedia que viven miles de familias, siendo refugiados dentro de Siria o en países vecinos, después de perder sus propiedades y con ellas los sueños de un país normal y democrático… es con lo que se quedaron.
Quienes están defendiendo al viejo régimen, en las fuerzas armadas y sus allegados, están sacrificando sus vidas por una causa no sagrada. Su muerte no va a dar vida al sistema que están escudando. Ellos no están protegiendo la soberanía, la unidad de su país, tampoco el bienestar de su pueblo o de la próxima generación, a pesar de toda la propaganda de los medios oficiales. Cualquier fin del drama de Siria no incluye la restauración del statu quo.
Los islamistas entre los guerreros han sido el centro de atención de los medios y de los gobiernos interesados. Han dañado la imagen y el mensaje de la oposición. Su discurso extremista causó la disminución del apoyo de Occidente. Más sirios viven ahora con sus dudas sobre el futuro. No se rebelaron ante una familia dictadora para someter sus esperanzas y su manera de vida bajo un totalitarismo religioso oscurantista, que quiere relegar la sociedad a siglos pasados. Lamentablemente, estos grupos tienen el apoyo de algunos gobiernos árabes, pero no pueden servir para un futuro mejor para Siria.
Además, su presencia más flagrante está considerada como una amenaza a las minorías religiosas y a los laicos sirios en general.
Ellos están muriendo por un objetivo inalcanzable. Quieren establecer un Estado islámico, donde la mayoría de la población se opone a sus ideas y planes, y cuando todos los países vecinos temen su fanatismo y aventurismo, y están decididos a abortar sus ambiciones.
Muerte y absurdidad son lo mismo en el megadrama sirio. No hay fin a la vista a la matanza y a la destrucción. Mientras, la administración de Barack Obama está sentada atrás, escondida con diferentes excusas, observando la destrucción sistemática de un país clave en el conflicto árabei-sraelí. Los europeos muestran más interés, sin llegar a tomar pasos decisivos. Los rusos mantienen su apuesta sobre una solución a la chechena para Siria, algo que parece más evasivo cada día. Ellos han elevado el precio, pero no había un postor interesado de la otra parte. El flujo de las armas rusas para el régimen sirio sigue sin interrupción. El apoyo militar y financiero de Irán es para proteger a un aliado estratégico en el Mediterráneo.
La población civil sigue siendo la víctima principal del conflicto.
Los esfuerzos internacionales se limitan a aliviar su sufrimiento y miseria.
El autor fue embajador de Líbano en México entre 1999 y 2011