La Naturaleza habla
Tijera que no corta y marido que no aporta, al carajo que no importa.
Dicho popular
En época de celo, cuando los machos de ciertas especies de aves se preparan para cortejar a una hembra con miras al apareamiento, empiezan por ensayar su danza de seducción que incluye una aparatosa exhibición del plumaje. Existe también una gran preocupación por la apariencia del sitio desde donde el macho danzará y cantará para atraer a la hembra. Anticipándose al momento en que la pájara en celo volará en busca de pareja, quitan las hojas caídas, escombran el espacio y hasta despejan las ramas y hojas del árbol que tapan la vista del acogedor nicho, para que al sobrevolar, la hembra pueda concentrar sin distracciones su atención en el canto y la danza del macho.
Para llamar la atención y conseguir la aceptación de la hembra que en temporada de celo volará sobre su nido una mañana, los ptilonorrínquidos enmarcan su danza, agasajo y galanteo, en una sofisticada escenografía. Románticos que son, empiezan por construir en el suelo una plataforma con ramas pequeñas para incrustar ahí una enramada. El escenógrafo acumula en el suelo diversos artículos que colecciona durante muchísimos vuelos: flores, bayas, plumas, líquenes, caracoles, papel estaño, pedazos de alambre o vidrio y objetos de aluminio para con su brillo, llamar la atención de la pájara en su vuelo. Las chucherías que recogen estas aves para hacer más atractivo el sitio desde donde el macho convocará a la hembra no son encuentros al azar sino selecciones intencionales con base en el color; predominan los tonos de plumas del pájaro que lo construye: azul cobalto, aceituna, blanco y amarillo. Algunas especies pintan azules y verdes con hojas que impregnan de jugos de ciertos frutos. Pegan musgo, decoran con franjas verticales, cada franja de distinto material: escarabajos de vivos colores, conchas y flores. La construcción de estos escenarios puede durar varios días y el mantenimiento, o sea cambiar las flores marchitas, repintar después de las lluvias y cuidar que los competidores de la misma especie no se roben el material decorativo, les lleva mucho más tiempo del que ocupan para procurarse comida.
Cuando al fin llega el día del cortejo, el macho intenta atraer con un fuerte canto a las hembras y si alguna se acerca, corre de un lado a otro levantando y ofreciendo sus adornos. Despliega sus plumas y ejecuta la danza que puede durar media hora con variados pasos, saltos y el despliegue de sus alas. Sólo si el canto y el decorado resultan satisfactorios, la hembra entra en el escenario preparado para copular. De no ser así, el ave levanta el vuelo en busca de un macho más solvente.
Como tantas otras cosas que ignoro, tampoco sé nada del comportamiento de los pájaros, pero cayó en mis manos la magnífica obra del arquitecto Israel Katsman que trata de la relación entre Naturaleza y cultura. Al leerla caigo en cuenta de que el macho humano que no puede ser menos que los pájaros, tiene un comportamiento similar para la seducción. Pavonear bíceps, autos, relojes y cartera para atraer la atención de la hembra, porque ya se sabe, “cartera mata carita”. Aves racionales y de cuidado plumaje, las mujeres, aun las autosuficientes mujeres modernas, buscan para relacionarse al hombre solvente que asegure el espacio más confortable para ellas y sus crías. Si no es así, levantan el vuelo en busca de mejores ofertas.
Ni modo, la Naturaleza impone sus reglas. Si hasta las pájaras eligen la solvencia ¿por qué no vamos a aspirar a lo mismo las mujeres? Ahora que también se dice por ahí que “verbo mata cartera” y como el órgano sexual más sensible de las mujeres es el oído, difícilmente hay alguna que no responda al dulce canto del hombre que sea capaz de seducirla con el verbo.
Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx