A propósito de la reunión, recientemente celebrada en Durango, en donde se retoma el Compromiso Social para la Calidad de la Educación, en la que sociedad y gobierno se comprometen a velar por que la educación para los niños y los jóvenes sea de la calidad mínima necesaria, nos volvemos a dar cuenta que una de las tareas pendientes que tenemos, toda la sociedad en su conjunto, es el involucrarnos comprometidamente con la educación de nuestros hijos, en un ejercicio de corresponsabilidad que se convierte en una exigencia que no podemos soslayar.
Dicha tarea pendiente la venimos arrastrando desde el propio cambio social que se gestó en la conformación de la familia desde finales de los años ochenta en donde ambos padres se ven en la necesidad de trabajar para ayudar al sostenimiento del hogar y se comienza a configurar una nueva forma de enfrentar los compromisos escolares de los hijos: ambos padres centrados en satisfacer sus necesidades materiales, pero dejando de lado (más por necesidad que por gusto) el necesario "acompañamiento" escolar del alumno.
Se ha comprobado que la formación escolar es más un proceso de avance, que un producto final. Desde su propia definición: "La formación es el avance que las personas logran en inteligencia, sensibilidad, autonomía y sentido de solidaridad, como resultado de sus procesos educativos" (Cfr. Flores Ochoa R. 1999).
Si estamos de acuerdo con la definición de este connotado pedagogo español; nos daremos cuenta entonces, que formar a nuestros hijos no sólo es mandarlos a la escuela y darles en la medida de lo posible lo que necesitan, materialmente hablando, sino acompañarlos junto a los profesores en su proceso de avance y ajuste emocional, que los haga más inteligentes, sensibles y autónomos, lo que seguramente les permitirá enfrentar de mejor manera este complejo mundo en el que les tocó vivir.
Otro aspecto no menos importante, es aquel que nos permite entender al profesorado de nuestro tiempo, maestros que enfrentan ahora exigencias que antes no tenían, como es la de "suplir" de alguna manera la falta de los padres en aspectos valorales y de formación de actitudes, incluso muchos padres dejan recaer esta responsabilidad casi totalmente en los maestros; cuando muchos de estos profesores no están conscientes ni preparados para tal requerimiento. Dicha tarea es un asunto corresponsable, cuyo mayor compromiso, seguramente deberá recaer en los padres de familia.
De todo lo anterior se desprende la urgente necesidad de entender que la educación de nuestros hijos es un asunto que nos implica al menos a los siguientes actores: alumnos, maestros, padres de familia y comunidad; sólo entendido de esta manera, se generará el compromiso corresponsable de educarnos y formarnos todos.
Las situaciones más comunes que se presentan cuando se elaboran diagnósticos educativos son, por un lado, la limitada participación y corresponsabilidad de los padres de familia y otros actores sociales hacia las instituciones educativas en general; y por otro, la falta de compromiso de los padres y de la comunidad en las tareas institucionales que ayuden a la formación de los estudiantes.
Lo anterior provoca una profunda desvinculación entre la comunidad y la escuela, además favorece una relación insuficiente entre padres de familia, alumnos, docentes y directivos, lo que seguramente limita el aprendizaje de los educandos.
Sin embargo, es necesario reconocer que existen importantes áreas de oportunidad en esa escasa participación social de los padres de familia en la educación. Además, es pertinente la adecuada interrelación institucional entre los tres órdenes de gobierno, para la atención de los problemas educativos. Otro problema es la falta de reconocimiento a los Consejos de Participación Social, por parte de autoridades y de la propia comunidad.
Problemas de orden familiar y social inciden negativamente en la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos, como la falta de rendición de cuentas de todos los agentes que intervienen en la función educativa, así como transparentar el uso de los recursos. Esto conlleva la falta de claridad en la corresponsabilidad entre las autoridades y el sindicato por ejemplo, que limita el logro de mejores resultados de la tarea educativa.
Existe otro problema que nos alcanzó en el tiempo, nuestras escuelas se están cayendo a pedazos y todavía se presenta una limitada colaboración de los actores sociales para mantener la infraestructura física de las escuelas.
Cobrará vigencia la necesidad de incorporar la participación de la iniciativa privada, fundaciones, organizaciones no gubernamentales, instituciones financieras nacionales e internacionales, en logro de los objetivos y tareas de la educación.
Alentar el compromiso compartido de todos los sectores sociales, para contribuir a la mejora de la educación, tomando como principio que la educación es responsabilidad de todos.
Impulsar la participación de ayuntamientos, padres de familia y particulares, para la dotación de materiales, reposición de mobiliario y mejoramiento de la infraestructura educativa.
Todos estos escenarios deseables sólo serán posible con la decidida participación de los padres de familia, que se convierten así en la piedra angular que nos permitirá triangular la importante función de formar a las generaciones que habrán de dirigir los destinos de nuestro país.
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