Las policías municipales de la región, al igual que las del país en su mayoría, fueron rebasadas por el crecimiento de la delincuencia organizada. Frente a la sangrienta disputa de los cárteles por controlar territorios y rutas, las corporaciones locales carecían de la fortaleza para plantar cara al desafío. El modelo policiaco era obsoleto y, débiles en sus estructuras y controles, los cuerpos quedaron a merced del hampa. Desde 2008, por lo menos, era una verdad a gritos que agentes municipales trabajaban para el crimen. Lejos de cumplir con su labor, los policías se convirtieron en enemigos de la ciudadanía que, a través de sus impuestos, pagaba los salarios de quienes atentaban contra ella. Las autoridades simplemente no hicieron su trabajo.
Hoy, existen indicios de que la situación ha comenzado a cambiar. La depuración de las corporaciones ha sido un primer paso para ello. Acabar con la penetración del crimen en las corporaciones se convirtió en prioridad. Para ello se aplicó un modelo de mando militar que, si bien puede establecer mejores mecanismos de disciplina y control, desdibuja la tarea primordial de la Policía que, en esencia debe ser la más cercana a la población: la prevención del delito.
En noviembre de 2008, el entonces director de Planeación Municipal, Rodolfo Walss, presentó un proyecto para reestructurar a la Policía de Torreón y crear un nuevo modelo policial. En el diagnóstico que daba sustento al proyecto, se reconocía que la delincuencia había tomado desprevenidas a las instituciones. Sin capacitación, tecnología, equipamiento y tácticas adecuadas, la corporación municipal se convirtió en un lastre para resolver el problema de la seguridad que comenzaba en ese entonces a agudizarse. Incluso se hablaba de que el esquema policiaco tenía 10 o 15 años obsoleto. ¿Cómo es posible que ninguna autoridad se haya dado cuenta de ello? ¿Qué estaban haciendo los encargados de analizar dentro del ayuntamiento el tema de la seguridad? ¿En qué se invirtieron los recursos? En pocas palabras, la ciudadanía de Torreón vivía con el enemigo a un lado, en la calle.
El proyecto de "reingeniería" presentado entonces tenía los siguientes objetivos: recuperar la confianza ciudadana; lograr la identidad y autoestima policial; atacar la corrupción; seguir depurando la Policía; combatir la impunidad; rendir cuentas a los ciudadanos; mejorar el servicio de emergencia 066, y aplicar un sistema de "patrullaje activo". El fracaso fue rotundo. Lo que se pensó que sería la "mejor Policía del norte de México" terminó convertida en una red de corrupción al servicio de la delincuencia organizada. Con el cobijo institucional, el hampa llegó a dominar no sólo territorios, sino también amplios sectores de la economía regional.
El polvorín estalló en 2010, cuando el alcalde recién llegado, Eduardo Olmos, apenas "se dio cuenta" -según sus propias palabras- de lo grave que era la infiltración del hampa en la corporación. Y comenzó un proceso de depuración que aún no concluye. Lo mismo sucedió tres años después con las policías municipales de Gómez Palacio y Lerdo, en Durango, y Matamoros, en Coahuila. Para entonces, la simulación había costado miles de vidas, la tranquilidad de una sociedad que otrora se jactaba de la "paz" que había en la región, y millones de pesos en recursos públicos que prácticamente fueron a parar a la basura. Porque, con todo y la corrupción de las policías, los presupuestos siguieron contemplado partidas para los cuerpos de seguridad, sin importar que lo que se compraba con ese dinero, terminara por servir a quien en teoría se debía combatir.
La depuración y el modelo de mando militar lograron en parte retomar las riendas sueltas de la corporación. Sin embargo, en el camino la labor de prevención fue hecha a un lado. La reacción fue privilegiada sobre la acción. Si bien es cierto que esa reacción representa un avance, porque antes ni siquiera eso había, la rigidez del estilo militar impidió ver que la delincuencia común se abría paso, mermando el patrimonio de miles de familias con robos, asaltos y secuestros. Mientras el número de homicidios ha disminuido en este año a la mitad, en comparación con 2012, los asaltos a negocios y a personas se han disparado de manera alarmante. No es gratuito que hoy la principal preocupación de los ciudadanos sea la inseguridad por este tipo de ilícitos, como lo reflejan los resultados de las encuestas que realiza el Barómetro de Opinión Pública de México Avanza.
En este punto de la historia, el desafío para quien encabezará a partir de enero de 2014 la administración municipal de Torreón, no es menor. En primer lugar, el próximo alcalde, Miguel Riquelme, al igual que sus futuros homólogos de Gómez Palacio, José Miguel Campillo, y de Lerdo, Luis de Villa, debe concebir un nuevo modelo de Policía que responda a las necesidades de la población y a los retos que enfrenta la autoridad. Aunque la militarización de las policías puede ayudar a reducir el nivel de infiltración y mejorar la capacidad de reacción, hasta ahora no ha resuelto satisfactoriamente el problema de las fallas en la prevención y en la atención hacia la población. Además, organismos a nivel internacional advierten que las policías militarizadas representan un riesgo en lo que a Derechos Humanos se refiere. El fin no justifica los medios. Tolerar abusos en aras de disminuir los índices delictivos puede resultar a la postre mucho más costoso.
Los retos que se observan en el horizonte cercano son muchos. Entre ellos está la mejora en la coordinación y la construcción de la confianza entre las corporaciones que operan en la región; hacer eficiente el servicio de emergencias 066; establecer un esquema de patrullaje efectivo; revisar y ajustar el programa de vecino vigilante; diseñar y aplicar estrategias integrales de prevención, que vayan más allá del despliegue de fuerza policial; mejorar la atención hacia la ciudadanía; disminuir los atropellos y, en suma, hacer que la ciudadanía confíe en sus policías. Para ello, el alcalde electo Miguel Riquelme debería contar ya con un diagnóstico acertado. La Historia sirve, entre otras cosas, para aprender de los errores del pasado. A la luz de lo experimentado en las administraciones de José Ángel Pérez y de Eduardo Olmos, no deben repetirse las inaceptables frases de "el problema nos rebasó" o "no sabía que estábamos tan mal". Hoy Riquelme lo sabe; no puede haber excusas.
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