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La sensualidad del volumen

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La sensualidad del volumen

La sensualidad del volumen

Jesús González Encina

Botero es el artista vivo de Latinoamérica más cotizado del momento. Su estilo tan particular e identificable ha recibido desde grandes elogios hasta las críticas más encomiadas.

Cuestionado por su arte aparentemente comercial, arte a contracorriente con las vanguardias de la época, arte figurativo y deudor del arte clásico, arte que más allá de la academia, se nutre de la inspiración de los clásicos que alguna vez copió en el Prado o el Louvre, de la misma manera que alguna vez hicieran los románticos o impresionista.

Fernando Botero Angulo, nace en Medellín, Colombia un 19 de abril de 1932, hijo de David Botero, comerciante y Flora Angulo. De niño quiso ser torero, sin embargo de esta vocación frustrada por un accidente, le quedó el gusto por la fiesta brava. Éste será uno de los temas más recurrentes en su pintura y recordará con orgullo, que su primera obra vendida, cuando niño, fuera una acuarela precisamente sobre el tema.

Ya en Bogotá a los 19 años, comienza a relacionarse con la vanguardia colombiana y monta su primera exposición en la galería de Leo Matiz donde vende algunas obras. En ese entonces su estilo es heterogéneo, nutrido de las vanguardias europeas y del muralismo mexicano, influencias tomadas a través de reproducciones en libros. Esto se puede apreciar en “Joven India” donde la influencia de Gauguin se hace patente en la pincelada suelta y el color, al contrario que en “Mujer llorando” donde el expresionismo de Orozco parece suplantado a Colombia.

En agosto de 1952, después de una segunda exposición exitosa, recibe el segundo premio de artistas colombianos, por su óleo “En la costa”, esto le permite a viajar a Europa rumbo a Barcelona, para luego, ya en Madrid, inscribirse en la Academia de Arte de San Fernando. Sin embargo, su verdadera escuela será el Museo del Prado donde estudia y copia a los grandes maestros como Tiziano, Rubens, Goya, pero sobre todo a Velázquez, quien sería un referente constante en su obra.

En París, pasará la mayor parte del tiempo en Louvre. Pero su principal revelación provendrá de su viaje a Florencia, a donde llegará en agosto de 1953. Además de estudiar en la Academia de San Marcos y leer a Berenson, el gran conocedor del Renacimiento, descubre los frescos de Piero della Francesca, en Arezzo, sobre la leyenda de la Santa Cruz. Ahí, extasiando ante la serena monumentalidad del cortejo de la reina de Saba, del refinado dibujo y el extraordinario color de las composiciones, Botero comienza a fermentar en su mente lo que será su estilo. De los florentinos y sieneses admira el dibujo y de los venecianos como Giorgione y Tiziano absorberá el color.

SU RETORNO

A su regreso a Colombia en 1955, celebra una exposición en la Biblioteca Nacional en cuyos cuadros realizados en Florencia, muestra lo aprendido en sus andanzas por Europa, pero la muestra no tiene éxito y tiene que buscar otras maneras de subsistir. Al año siguiente viaja a México, país rico por su arte popular, su gran arquitectura y su prestigioso arte mural, Botero admira la obra de Siqueiros y Orozco, pero sobre todo la de Rivera, donde los personajes que inundan sus murales son tratados con colores brillantes, de manera esquemática y condensada, dándoles la magnitud adecuada al discurso político y didáctico al que estaban destinado. Y es ahí, en la gran capital azteca, donde Botero pinta “Naturaleza muerta con mandolina”, obra crucial en su arte. Al pintar este instrumento musical que invade casi la mitad del cuadro, reduce al mínimo el orificio del mismo, creando una desproporción que se emparenta con el arte popular latinoamericano o el canon del arte prehispánico. Botero se encuentra por fin a sí mismo, en esta volumetría de los objetos, e inicia la carrera hacia el desarrollo de un estilo único.

De México parte a Washington para su primera exposición individual en 1957, con gran éxito de ventas y crítica, para luego regresar a Colombia, donde consigue la cátedra de pintura de Arte de Bogotá. De ahí en adelante el arte de Botero, ya instalado en sus voluminosas figuras, se expone en diferentes países, desde Nueva York a la Bienal de Sao Paulo.

La consagración le llegará cuando el MoMA de Nueva York le compra en 1963, “Mona Lisa a los 12 años”, cuadro con el cual había participado en la Bienal de San Paulo. Esta pintura ya forma parte de su particular estilo, pero con una pincelada expresiva y colores terrosos, inspirados en el expresionismo abstracto de Norteamérica. La “Camera degli sposis”, inspirado en Mantegna y “El niño de Vallecas”, según Velázquez, son también ejemplos de este estilo de pinceladas ricas y colores contrastantes. Al influjo de la escuela de Nueva York los formatos se hacen más grandes y las figuras rotundas ocupan casi todo el cuadro, los colores se suavizan, la pincelada se pule y el dibujo magnífico perfila los personajes, recreándose en detalles preciosos y precisos. Su obra se vuelve amable, sus temas son tomados de la cotidianidad de lo latinoamericano: retratos monumentales, desnudos que recuerdan las esplendorosas mujeres de Rubens en su sensualidad, escenas familiares como la “Familia del Presidente”, que en su aparente ingenuidad tiene de trasfondo una ironía sutil que critica las dictaduras y las cúpulas del poder de la Sudamérica de los sesentas.

A LO TRIDIMENSIONAL

Botero se afianza en su estilo que sufrirá pocos cambios, sin embargo empieza a buscar nuevos campos de expresión y el resultado natural de esta búsqueda es el desarrollo de la escultura, lo que le permite además, llevar su arte a las calles por medio de sus figuras monumentales. Hacia 1963 Botero comienza a experimentar con materiales acrílicos, creando esculturas policromadas, al estilo de las obras coloniales, como se aprecia en su pequeña “Cabeza de obispo”. Será hasta 1973, una vez que se ha trasladado a París, ya con su situación económica resuelta, que Botero retomará la escultura de lleno dedicándose a ella de 1976 a 1977. Se comprará luego dos casas en Pietrasanta, ciudad italiana de gran tradición escultórica, cerca de las canteras que usaba Miguel Ángel, y con grandes maestros fundidores. Ahí instalará su taller y comenzará su producción de bronces de diversos tamaños. Los temas de sus esculturas son universales: desnudos femeninos, mitología, caballos, torsos, etcétera. Todas ellas herederas de lo característico del arte precolombino. Obras cuidosamente realizadas, de modelados lisos que recuerdan al gran escultor francés Maillol. Desde los Campos Elíseos al Park Avenue de Nueva York, sus esculturas se levantan majestuosas, ya sea de manera itinerante o permanente, en las vías públicas de algunas de las más importantes ciudades del mundo.

Pero cuando la crítica y el gran público habían aceptado su estilo monumental y sereno de temas amables y bellos, Botero sorprende creando la serie de “Testimonios de la Barbarie”, con sus acostumbradas formas rotundas y colores brillantes, el pintor nos muestra la desazón y el dolor que siente por su patria sumergida en una vorágine de violencia y horror, en su cuadros vemos secuestros, atentados, torturas, madres con niños muertos, sicarios; retratos del miedo que los cárteles de la droga y la corrupción sembraron en Colombia.

Pero del horror y el dolor, Botero pasa a la indignación, después de leer una serie de artículos sobre los abusos, torturas y violaciones de los derechos humanos de los soldados americanos a presos políticos en la prisión de Abu Ghraib, Botero no pudo callar su indignación y creó una serie de pinturas impactantes: hombres desnudos, despojados de toda dignidad, perros rabiosos que los amenazan, torturadores anónimos, de los cuales se ven sólo las manos con guantes que simbolizan el desprecio hacia el torturado. Sus figuras, como suele ser tradicional en su obra, son enormes, pero ahí entre las rejas y la claustrofobia contrastan con la pérdida de lo más preciado del hombre, la libertad.

Botero siempre ha sido criticado, que si sus obras son comerciales, que si ha sabido colocarse como un gran empresario dentro del mundo del arte, que si le ha dado la espalda al arte contemporáneo. Y de estos últimos trabajos se ha dicho, que ha explotado el dolor y la tragedia. Pero Botero hace uso de su derecho a expresarse, a indignarse y mostrar a través de su arte, las atrocidades a las que puede llegar el hombre, legando a través de imágenes impactantes, como un Leon Golub, un Orozco o un Goya, un testimonio de su época.

SEGUNDO AIRE

Y después de la tempestad viene la calma, a más de un año de expresar su indignación a través de su pintura, regresa a temas amables como el circo. Igual que Picasso después de su “época azul” cargada de tristeza, revive su ánimo en la “época rosa”, llena de saltimbanquis y acróbatas. Botero vuelve a la calma e inspirado en la imagen de un circo pobre que vio en México, realiza una serie de este tema, que ya se ha expuesto en Londres y España.

Botero podrá ser criticado, alabado o cuestionado, pero lo que sí es seguro, es que será recordado como el pintor colombiano que se hizo universal a través de sus figuras corpulentas y de gran volumetría. Un estilo reconocido que generalmente conduce al espectador por el lado lúdico de la pintura, que invita a disfrutar de figuras ingenuas y colores amables, pero que de pronto puede dar la sorpresa de reflejar el lado oscuro del ser humano, haciendo visible lo que se procura olvidar.

Correo-e: jesus_gencina@hotmail.com

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