La sombra de la melancolía
¡De pronto y sin previo aviso, sentimos que nos derrumbamos! No importa que nuestra situación económica esté bien o nos creamos triunfadores, el caso es que nos invade una marea baja del ánimo y una mezcla de tristeza y desaliento. En la Edad Media a ese estado de ánimo se le llamaba “la noche oscura del alma”. Hoy se le denomina depresión. Me refiero a que es causada por un desequilibrio químico del cerebro, y que debe ser tratada con urgencia por médicos competentes.
Con frecuencia se dan depresiones por causas meramente biológicas, por disfunciones atribuidas a la química cerebral y sin ninguna vinculación con cuestiones emocionales. Pero hay depresiones causadas por equivocadas maneras de pensar, por problemas existenciales reales (como una enfermedad) o por una serie de sentimientos no expresados a tiempo ni comprendidos. Aun en estos casos, siempre que una persona está deprimida, lo está por un desequilibrio químico cerebral, pues dificultades como la pérdida de un ser querido o un padecimiento grave, los problemas emocionales y las distorsiones que hacemos de la realidad, causan inestabilidad en el cerebro.
“La noche oscura del alma” ya nos invadió y nuestra vitalidad física y emocional está por los suelos. El estado depresivo puede ser tan grave que conduzca al suicidio. A veces el alma no se oscurece del todo y en este caso podemos hablar de una depresión que apenas comienza o una depresión media, pero muy persistente en el tiempo.
Ante la depresión, lo absolutamente recomendable es acudir a un psiquiatra. Pero hay además una serie de acciones que podemos concretar por nuestra parte, como coadyuvantes al tratamiento médico.
Lo primero es tratar de distinguir una depresión de un estado de hastío o aburrimiento, y del cansancio físico y emocional. Muchas veces el tedio nos vacía de energía física y de ahí sigue un vaciamiento de la emocional. A veces lo que nos sucede es que estamos atravesando por la pérdida de un ser querido sin las consecuentes etapas del duelo. Reprimimos los sentimientos por esa pérdida, nos empeñamos en disimularlos o ponerles un velo de alcohol o de más trabajo.
Pudiera ser que todo empieza porque nos sentimos desesperados, o por el hecho de sentir que estamos solos, aun y cuando nos rodeen personas muy cercanas. Se da el caso de que llegamos a sentirnos deprimidos en virtud de que ya agotamos nuestra vitalidad; agotamiento que proviene de una adicción a la adrenalina, a querer vivir en una excitación permanente, sin lugar para el descanso. Creemos que una vida de mayor tranquilidad sólo está reservada para los mediocres, no para nosotros que presumimos de jugar en las ‘grandes ligas’. De aquí al agotamiento total, hay sólo un paso.
Todos estos sentimientos que calificamos de negativos, malos y enfermizos, realmente son valiosísimos indicadores positivos para nuestra vida. Por ningún motivo debemos ignorarlos, despreciarlos, reprimirlos ni detestarlos.
Imaginemos los graves daños que nos infringiríamos si a intensos dolores físicos los quisiéramos aplacar con medicinas sin investigar a qué causas obedecen. Lo mismo sucede con el hastío, la desesperación, el agotamiento, el sentimiento de vacío, de soledad. Cada uno de ellos algo nos indica sobre nuestra biología o sobre nuestra manera de estar viviendo equivocadamente ciertos acontecimientos, o interpretarlos incorrectamente o de manera exagerada.
En este sentido no debemos condenar a esos sentimientos que llamamos ‘negativos’. Por el contrario, necesitamos considerarlos nuestros mejores aliados, pues nos están indicando que algo anda mal en nuestras vidas.
No se trata de abrazar masoquistamente a los sentimientos torturantes. Se trata de atenderlos con la ayuda profesional o de otras personas, rastrear sus orígenes y trazar un plan de acción para iluminar la parte oscura de nuestra alma.
Casi siempre encontraremos que en el fondo de esa oscuridad hay sentimientos reprimidos, pensamientos confusos y distorsionados, pérdidas no lloradas en su tiempo, auto recriminaciones exageradas y sin sentido, evaluaciones incorrectas, creencias irracionales de que el presente es desastroso y el futuro nos asegura solamente negros nubarrones. ¡Por supuesto que podemos iluminar nuestra alma y desterrar sus tinieblas!
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