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Lágrimas:

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

Habían sido días muy difíciles. De un instante a otro las circunstancias eran de un clima terrorífico: cinco compañeros habían sido raptados; estábamos -estamos es la realidad- en sus manos absolutamente.

Las horas transcurrieron y afortunadamente quienes comandaban la maniobra les asistió la piedad. Sin olvidar las intimidaciones y advertencias estaban los cautivos, libres. Eso, para los mortales como uno, eran sinónimo de alivio.

Pasaron pocos días. Vinieron ataques de distintos calibres. En un inicio, luego del levatón múltiple lo que la gente común deseábamos es que luego de tan terrible experiencia, volviéramos a la paz.

El destino nos tenía deparada otra cosa desafortunadamente. El lunes pasado, una guardia policial recibía el primer ataque. Por la avenida Allende y la calle Matamoros, a unos metros de donde la Policía Federal estaba apostada, se escucharon, producto de obvias detonaciones, algunos disparos. Todavía sin problemas que lamentar, pero mucho pánico de aportar y atemperar, el ataque menor parecía ser perpetrado por los federales a cargo de restablecer el orden.

Nada más alejado a esa suposición. Vendría el martes; preocupados y sacudididos, y sin entender a cabalidad los ataques de inicio de semana, se suscitó el segundo.

Además de que se pudiera presumir que se trataba de un ataque dirigido a una instancia del Estado mexicano, el atentado ocurrió a una hora y en un lugar donde gente inocente y de bien tuvo expuesta su vida. Sin deberla ni temerla, como a todos nuestros clientes, se les mostraba los beneficios de anunciarse en nuestro diario

El tercero. No fue justamente hacia nosotros, pero para efectos de neurosis el resultante era el mismo, y para peor de todas las tragedias; en esta ocasión sí existía una víctima fatal de este tercer ataque. Un civil simplemente ya no regresó a su casa.

Es otra escalada de violencia, pero ésta muy cerquita. ¿Qué tan injusto es que terminó su existencia cuando estaba descansado en medio de su jornada laboral? Todo.

Pasar varios días encontrándose en los mismos pasillos con gente de bien cuando totalmente fundada la crisis nerviosa, después de recibir una descarga de fuego real, ya es otro escenario.

Mucho más de las razones, causas o efectos, vivir un día sí y otro también, bajo el fuego de armas de grueso calibre es mucho más allá que meras anécdotas del diario vivir. En esta ocasión fue mucho más allá. Y otra vez, contra centenares de inocentes.

Días y días pasaron. Es inexorable el correr del tiempo, pero ¿cómo recuperar la confianza de todos aquellos que vivieron en el horror?

Qué bien que apresaron a un pez gordo de la política nacional, pero en La Laguna, el problema es mucho peor. Simplemente no se puede vivir.

Es prácticamente imposible mantenerse ecuánime, las semanas del terror parece que cada día son más severas. Vivir un día sí y otro también, con personas cercanas petrificadas con el horror de la violencia, es difícil de asimilar. A todos duele.

Las lágrimas de muchas personas pesan, más porque éstas no han ocurrido por accidente. Han sido vertidas por agresiones.

Es casi inútil pedir garantías, aunque sólo quede apostar por que la Providencia pueda proveernos de algunos días sin lágrimas de personas inocentes en esta tragedia en la que hemos sido arrastrados miles, sin deberla ni temerla.

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