He buscado y rebuscado sin encontrar otra razón que no sea el gusto que tiene el ser humano por la obsesión de comprar por comprar, aun en demasía, con lo que al caso vendría el dicho de que, el que nunca ha tenido y llega tener, loco se quiere volver. Eso le pasaba a Imelda Marcos comprando zapatos de lujo, bolsos y vestidos de los más costosos. En un país en que gran parte de la población camina descalza. Hasta que le llegó la hora y tuvo que huir de Filipinas porque estalló una revuelta popular apoyada por el ejército, abandonando su preciada colección de prendas de vestir en manos de termitas y manchas de moho. Ella era esposa del dictador filipino Ferdinand Marcos, 1965 a 1986, quien en 21 años en el poder logró acumular una fortuna estimada en 30,000 millones de dólares. Inmensa suma que doña Imelda dedicaba con singular y desbocada alegría a gastar en sus infames caprichos.
Esto riñe con la vida de Diógenes, el de la lámpara, que con ella encendida decía a plena luz del día buscar por las calles de Atenas a un hombre honesto. Una labor ingrata enterado de que jamás lo encontraría. No obstante predicaba que la virtud es el soberano bien.
Esto me trajo a la memoria el cuento del rey que vivía angustiado porque no sanaba de sus aflicciones. Un viejo de una sabiduría sin igual recomendó se buscara a un hombre feliz, le quitaran la camisa, se la pusiera el cuitado monarca, durmiera con ella puesta y voilá, caso resuelto. No contaron, dice la versión, con que el hombre era tan pobre, tan pobre que no tenía ni tan siquiera una camisa. Del soberano , al saber la noticia, se apoderó una risa contagiosa que todo sus súbditos se carcajearon. Al día siguiente su majestad amaneció curado.
Días atrás leía que el exgobernador de Tabasco fue grabado mientras, aparentemente en estado etílico, se ufanaba de tener 400 pares de zapatos, 400 pantalones, 300 trajes y 1,000 camisas, muchas de las cuales fueron adquiridas, dice la nota, en tiendas exclusivas de la Quinta Avenida, Beverly Hills y Hollywood, en los Estados Unidos, haciendo alarde de sus propiedades en Miami, Cancún, Villahermosa y el D. F. Dijo Andrés Granier ser un hombre de 65 años reconociendo que es su voz "estaba yo muy pasado de copas" negando tener cantidades excesivas de prendas de vestir "ya que nunca los he tenido y no los tengo y jamás los voy a tener". Lo que parece olvidar es que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Bueno, el apotegma puede ser cierto tratándose de dipsómanos, porque en estos tiempos hasta los niños han dejado el chupón atrás, desde que nacen, alejándose generaciones enteras de la edad de la inocencia.
Pero haciendo a un lado el asunto de la bebida, como decía el que fue Presidente don Emilio Portes Gil, cada sexenio en México resultaban "comaladas sexenales de millonarios". Si escuchamos lo que dijo "Lula" da Silva en su última visita a nuestro país sigue ocurriendo acerca de que los habitantes de Tabasco han sido botín de gobernantes sinvergüenzas que jamás se preocuparon por los pobres y si lo hicieron fue para enriquecerse a sus costillas y vivir en la impunidad. Así Andrés Granier. No se ha escuchado que le vayan a hacer una auditoría, nadie se preocupa de lo que confesó paladinamente al referirse según sus propias palabras a gastos fastuosos que indican tenía dinero a montones sin que hasta el momento haya comprobado que sus dispendios tuvieron un origen legal. Gritaba el culto público asistente al teatro con aullidos lujuriosos: mucha ropa, mucha ropa.