Las cosas
Cada vez me intriga más la relación que tenemos con las cosas, porque a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que los objetos que poseemos son como entes animados que en algún momento reclamarán atención y nos robarán vida. Por ejemplo, yo hace tiempo que perdí interés por los souvenirs. Pensé que era más importante llevarme en la memoria las imágenes que en una figurilla que en determinado momento tendría que desechar. Igualmente no me gusta tener adornos en mi casa; siempre los menos posible. Aunque tengo una biblioteca muy poblada que me lleva bastante tiempo ordenar, para que luego, sin darme cuenta, se vuelva desordenada. Estoy escogiendo una buena dote de libros que tendré que regalar porque ahora encuentro demasiados textos electrónicos que no se empolvan ni tienen el riesgo de que les salgan termitas.
Y, coincidentemente, mientras cavilaba sobre las cosas que me arrebatan vida, recibí un correo electrónico en el que Bibiana Carmona, una joven estudiante del Tecnológico de Monterrey (CEM), me pedía que hablara precisamente de la relación de las cosas con el hombre, a propósito de un artículo que escribí sobre el kitsch. Desde luego, me sentí completamente kitsch al contestar el siguiente cuestionario:
¿Cómo definirías lo kitsch en tres palabras? “Falta de autenticidad”. Aunque es difícil definir el kitsch en tres palabras pues es más conocido por cuatro: “Estética del mal gusto”.
¿Qué piensas que intenta comunicar lo kitsch? El kitsch intenta engañar al otro sobre el verdadero valor de las personas y las cosas. El kitsch es inevitable y se encuentra por todos lados y en todas las personas.
¿Crees que ésta tendencia más que tener fines sobre forma de arte y expresión estética es para identificar un estatus social? El estado social se reduce esencialmente a la apariencia; la posesión de un mueble noble equivale a un título de nobleza, nos dice el escritor francés Abraham A. Moles en su libro El Kitsch. El arte de la felicidad, sin embargo, no significa que una persona que sea poseedora de piezas de arte originales esté libre de ser kitsch, ya que, como decía anteriormente, el kitsch se extiende a la conducta, de tal manera que una persona que pretende aparentar ser lo que no es, resulta kitsch.
Muchas personas consideran que lo kitsch es igual a naco, ¿coincides con ese pensamiento? No, no son igual. Lo naco no es pretencioso, no intenta el refinamiento sino al contrario, exalta el deleite por lo barato. Una actitud u objeto naco no pretenden engañar a nadie de su mal gusto sino que desea imponerlo. A veces su finalidad es la provocación. Alguna ocasión puse el ejemplo de un reloj que llevaba la inscripción en la carátula de “Relax” y en el reverso decía marca “Patito”, esto era claramente un producto no kitsch sino naco, ya que no tenía la intención de engañar, al contrario, quien lo fabricó se divirtió y tenía orgullo de su burla hacia el original y costoso Rolex. La falta de educación y el hecho de no respetar las reglas de civilidad, son muestras de ser naco y no kitsch. Las conductas cursis se toman como kitsch más que nacas.
“En México casi todo es surrealista o feo, pero junto da como resultado un color peculiar y fascinante”. (Rosas, D., S.F) ¿Qué opinas sobre esa afirmación? Esa sería una clasificación demasiado simplista para un país tan complejo como el nuestro; no creo que todo sea surrealista o feo, pero sin duda, en México el paisaje social es fascinante.
¿Consideras que lo kitsch es parte del ‘encanto’ de nuestro país? Creo que en parte, pero hay que recordar que lo kitsch se encuentra en todos los países, pues no existe museo que al salir no venda replicas kitsch del arte que exhibe. Si uno viaja a China, el máximo fabricante de copias de cualquier objeto, pensaríamos que aquel país asiático sería más kitsch. Pero ya que la falta de autenticidad se da también en la conducta, sería difícil determinar qué lugar del mundo es el primero en esas formas de expresión.
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