Las letras de José Homero
Con una trayectoria que hace evidente una impetuosa vocación artística, José Homero divide su aliento creativo entre la producción literaria y la labor editorial. Acercarse a su obra garantiza un afortunado descubrimiento.
Nació en Minatitlán, Veracruz, en 1965. La literatura lo atrajo desde pequeño; su madre lo enseñó a leer antes de entrar a la escuela y fue un niño aficionado a la lectura de libros de estampas e historietas. Justamente una edición ilustrada a manera de cómic de Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, lo acercó de manera decisiva al universo de las letras, incitándolo a convertirse en escritor. Con apenas 11 años empezó a publicar poemas en las páginas del diario de su ciudad natal, El sur de Veracruz.
En sus lecturas iniciales tuvieron especial influencia las obras de Antonio Machado, al punto de que considera los textos que hizo en esa época “imitaciones muy transparentes” del sevillano. La gran admiración hacia José Agustín lo condujo a eliminar sus apellidos (Hernández Alvarado) y dejar su nombre de pluma como José Homero.
UN DULCE SABOR A LETRAS
Su primer libro publicado fue La construcción del amor. Efraín Huerta, sus primeros años (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1992), un ensayo sobre la obra del bardo guanajuatense. Es un estudio de notable manufactura, calificado de “perspicaz y atrevido”.
En poesía debutó con Sitio del verano (Margen de poesía, UAM, 1998), título influido por Cesare Pavese, uno de sus autores favoritos. El libro reúne algunas creaciones primigenias centradas en la Naturaleza y la infancia. Le seguiría Vista envés de un cuerpo (Ficción, UV, 2000), de aliento amoroso al igual que en su más reciente publicación, La ciudad de los muertos (Fondo de Cultura Económica, 2012). Ambos volúmenes son los predilectos de José Homero. Entre uno y otro publicó La verdad de la poesía (Durandarte, 2001), breve volumen con un solo poema de largo aliento.
Ya antes de La ciudad de los muertos el veracruzano había incursionado al selecto catálogo del Fondo de Cultura Económica con Luz de viento (2006), al cual describe como “una suerte de antología del futuro”. Explica que el también literato Adolfo Castañón, quien laboraba en dicha casa editorial, le aconsejó presentar un compendio de los mejores versos que tuviera hasta entonces; como contaba con sólo dos libros impresos, José Homero decidió incluir en la propuesta material en el que aún estaba trabajando: parte de La ciudad de los muertos y textos de un libro malogrado de título Criaturas nocturnas, un poemario de corte oscuro, “como si fuera una película gore”, escrito durante un periodo especialmente duro, enmarcado por cine de terror, alcohol y pocas horas de sueño. Pese a esta genealogía desigual, Luz de viento ha sido definido como un material dotado de gran luminosidad.
Tiene además un libro inédito de poemas cifrados con cartas del tarot. Y es que se siente muy atraído hacia “el otro lado de la existencia”, los rituales del satanismo, la herbolaria, la astrología, la cartomancia e incluso los vampiros, aunque no a manera de los personajes de moda sino “como una especie de figura que roba nuestros sueños, más que nuestra sangre”, y que relaciona “con los medios de comunicación y con los tipos que nos impone la cultura popular”.
Posee igualmente el libro de cuentos Verano en la ciudad (Aldus / CNCA, La torre inclinada, 2006), en donde pretendió reflejar los climas de narradores como Scott Fitzgerald y Cesare Pavese, y ecos de una serie de canciones pop, esto a finales de los noventa.
CREACIONES DEL REFLEJO
Todo literato lleva consigo ecos de otros autores; José Homero reconoce entre sus influencias a Jack Kerouac, Ezra Pound, Charles Olson. Asimismo al uruguayo Roberto Echavarren: su ascendiente es detectable en numerosos poemas donde José inicia con una línea que asemeja más el comienzo de un ensayo, rasgo distintivo de Echavarren y de T. S. Eliot, otro referente para el nativo de Minatitlán.
Se considera un escritor intertextual: parte de su proceso creativo es rodearse de climas que quiere reflejar. Amante de la música, comenta que algunos de sus textos han sido trazados con la intención de emular el sonido de canciones de Joy Division, Deep Purple y más bandas de su predilección. Igualmente relee aquello de lo cual le gustaría proyectar acentos: el mismo Eliot para ciertos poemas, Tobias Wolff o John Shivers en alguna narración.
CON LUPA LITERARIA
José Homero es conocido como un agudo crítico. El desarrollo de ésta parte de su carrera se dio casi por azar, pues empezó a escribir en este género a raíz de que el entonces director de La palabra y el hombre (revista de la Universidad Veracruzana), Luis Arturo Ramos, leyó algunos de sus textos y le auguró mejor fortuna en esa vertiente que con la narrativa.
Fue prolífico en este renglón. En los noventa colaboró en el semanario cultural del diario Novedades, en la revista Vuelta, en La Jornada Semanal y El Ángel de Reforma. También hizo crítica musical para la revista Cambio.
No obstante, decidió dejar este campo para alejarse de las etiquetas, pues considera que en México no se acepta la idea de que alguien pueda ser un polígrafo y en particular a quienes hacen crítica se les escamotea su aporte poético o narrativo.
DE GRAFFITIS Y PERFORMANCES
Al igual que muchos escritores, cuando José Homero comenzó a publicar aspiraba a tener una revista propia con escritores de su generación, al estilo de los Contemporáneos. Así, en 1989 fundó Graffiti, la cual continuó publicándose hasta el 2000. Sus páginas tuvieron colaboradores de la talla de Daniel Sada, Severino Salazar y Josué Ramírez.
Graffiti formó parte de lo que podría llamarse la “época dorada” de las revistas culturales en México, al ser contemporánea de Moho, Nitrato de plata, El gallito inglés y La pus moderna, entre otras que circulaban con mayor o menor periodicidad, según lo permitiera el apretado (o nulo) presupuesto.
De hecho fue la misma búsqueda de recursos la que propició el nacimiento de Performance, un periódico cultural que tuvo su primera época en 1997. La idea era que éste generara ingresos suficientes (mediante la venta de publicidad) para solventar ambos proyectos, pero no fue así y duró apenas 29 números, aunque resurgió en 2005 y a la fecha continúa publicándose mes con mes.
Performance ha conseguido una buena circulación y la aceptación de un amplio círculo de lectores, y a pesar de su formato modesto el contenido se distingue por su irrefutable calidad. Además, Performance se precia de algo que no muchos medios pueden jactarse en estos días: pagan cada una de las colaboraciones incluidas, lo cual brinda gran satisfacción a su director general.
UN NUEVO NEOBARROCO
Actualmente, José Homero es becario del Sistema Nacional de Creadores; se desempeña como coordinador editorial del Instituto Veracruzano de Cultura y escribe un libro de ensayo que abarcará tres revisiones a música para ferrocarriles. Las piezas elegidas son la Sinfonía vapor de Melesio Morales, Pacific 231 de Arthur Honegger y Different Trains, de Steve Reich. A la par, continúa su labor editorial.
Autoproclamado un poeta “neo-neobarroco”, José Homero se empeña en registrar a través de cada creación lo que llama su aporte: versos que combinan la emoción con una enorme variedad sintáctica. Asegura que le resulta terrible cómo la generalidad de los autores pareciera dividir la poesía en dos bandos: lo emotivo y lo culto o hermético, cuando son elementos capaces de convivir en la poesía. Su compromiso es justo ese: entregar poemas contundentes, profundos y que estéticamente dignifiquen al lenguaje.
LA POÉTICA DE JOSÉ HOMERO
“Creo en el ritmo. Soy panteísta. Creo que existen seres no reconocidos en el Universo. No creo en las hadas, creo en los chaneques. Creo que hay fuerzas de la Naturaleza que nos atraviesan. Creo que seguimos siendo sujetos a lo que se llamaba demonios, el daimon de Sócrates, y que esto es lo que nos inspira el furor divino. Mi poética está muy vinculada al uso del lenguaje. Creo en la espacialidad del verso, me parece que todo el espacio que lo rodea es parte de la música, los silencios. Me gusta utilizar los sonidos de las vocales, hacer asociaciones, crear neologismos y a veces uso algo que se llama errata: versos que deliberadamente tienen palabras mal escritas, con un acento distinto que a mí me sirve para dar el timbre exacto”.
¿Qué hora es allá dónde tú andas?
¿también hay viento hay agua el clima cambia?
¿cómo es posible que hayas ido a dar a una colonia de niños
en espera del milagro que pensaron lograría?
yo aquí te amo y te comprendo al comprenderme
y al comprendernos
al mundo
esa profusión de actos y de seres
otra vez comprendo
y sé que estamos juntos aunque el viento en apariencia altere el orden
tan sólo para revelar la secreta urdimbre de la trama
y amantes descubrirnos en ausencia
Fragmento de No hay días de viento o lluvia en esta ciudad (La ciudad de los muertos, 2012)