Llegó el otoño, acompañado de un frío que cala en los huesos y el viento corta la cara como navajas filosas.
Me sumerjo en la música y los libros, pero sobre todo en la música. Husmeo en la discoteca y me encuentro con un disco del Cigala, cantando tangos, algo inusitado para un gitano.
De manos a boca (o mejor dicho de manos a oídos), escucho el tango: "Por una cabeza" y de inmediato viene a mi mente el recuerdo de mi amigo Antonio, que disfrutaba esa melodía con gran gusto y me enseñó a apreciarla al desmenuzarla.
Casi todos los tangos son trágicos y éste no es la excepción. Escrito por Carlos Gardel, es una canción que hace un símil entre una mujer y una carrera de caballos.
Comienza diciendo: "Por una cabeza de noble potrillo, que justo en la raya afloja al llegar…Por una cabeza metejón de un día, de aquella coqueta y burlona mujer, que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo, quema en una hoguera todo mi querer".
El tango que nació en el arrabal, utiliza un lenguaje que no es sino el caló de los porteños rioplatenses y por ello usa muchas palabras en lunfardo.
Yo guardo con cariño, un diccionario de lunfardo que me trajo mi hermana Irma de un viaje a Buenos Aires y por ello consulto todas las palabras que no entiendo, como es el caso de: metejón, que no es otra cosa que "meter" y equivale a "un acostón".
¿Se puede perder la cabeza por un acostón?; claro que sí y depende de con quién sea el acostón. En este caso, el mismo tango lo explica: "Por una cabeza, todas las locuras. Su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura…Por una cabeza, si ella me olvida, qué importa perderme mil veces la vida, para qué vivir".
El hombre es dado a cometer locuras y entregarse a placeres mundanos. Pero es parte de la naturaleza caer y levantarse de nuevo.
"Cuántos desengaños, por una cabeza. Yo juré mil veces no vuelvo a insistir. Pero si un mirar, me hiere al pasar, sus labios de fuego otra vez quiero besar".
"¡Basta de carreras, se acabó la timba, un final reñido yo no vuelvo a ver!. Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo, yo me juego entero, ¡qué le voy hacer!".
La timba es la fiesta y el pingo es un caballo de carreras que corre de fijo el domingo y si es así: "yo me juego entero qué le voy hacer".
Recuerdo vívidamente a Toño parado frente al piano cantando otro de sus tangos preferidos: "Flaca, tres cuartos de cogote, la percha en el escote, bajo la nuez…Y pensar que hace algún tiempo, fue mi locura, que llegue hasta la traición, por su hermosura".
Y no se diga, cuando, como una premonición, cantaba: "Adiós muchachos, compañeros de la vida, farra querida, de aquellos tiempos. Me toca a mí, hoy aprender la retirada. Voy alejarme de mi buena muchachada. Adiós muchachos, ya me voy ya me despido, contra el destino, nadie la talla, se terminaron para mí todas las farras, mi cuerpo enfermo no resiste más".
Dicen que los tangos son "actas del ministerio público, cantadas" y creo que tienen razón. Porque son historias tragediosas, de amor, mentira y traición, que invariablemente terminan con la vida de alguien. Pero con todo y eso, son canciones populares que enamoran y sobre todo gratas al oído en sus melodías.
Cuando el bandoneón refuella, el ambiente se alegra y en su vaivén cuenta la historia del mundo. La tragedia de ir tras una falda que enloquece o el jugarse la vida frente a un rival, como dicen que lo hizo "ladrillo".
Escuchar a Gardel o a Julio Sosa es remontarse a un mundo maravilloso y recordar los días preciosos en que, rodeados al piano, disfrutábamos a los amigos, en las largas noches de invierno.
Pero todo pasa y todo va quedando atrás. El piano calla y los amigos se van para siempre. Algún día, en cualquier lugar, nos volveremos a encontrar y de nuevo sonarán las dulces melodías que un día alegraron nuestra existencia.
Por lo demás y hasta entonces: "Que Dios te guarde en la palma de Su mano".
