En los tiempos en que José López Portillo era Presidente en este país tuvo lugar una de las visitas del Papa Juan Pablo II a la que se había opuesto con todo el peso de ser secretario de Gobernación don Jesús Reyes Heroles. No solamente dio su venia para que el gobierno recibiera al Sumo pontífice, sino que además lo recibió al pie de la escalerilla en el hangar, autorizando una misa al aire libre que transmitió la televisión. Eran los días duros de la separación Iglesia Estado. Los políticos se abstenían de acudir a ceremonias religiosas o lo hacían con el rostro oculto. No acudían abiertamente a los bautizos y ni qué decir escuchaban la marcha nupcial de Mendelssohn, en la que algunos se escondían al socaire de la columna más cercana. Eran días en que los políticos no todos, alardeaban de pertenecer a una logia masónica y buscaban lograr el grado 33 no con el orgullo de un francomasón sino buscando obtener una prebenda política. De cerca de donde pasé mi niñez y gran parte de mi adolescencia veía pasar personas de gesto grave, circunspecto, con sus vestidos de sotana y su alzacuello que salían de un templo aledaño, lo cual en aquellos días estaba prohibido por la ley.
Don Jesús Reyes Heroles puso todo su empeño en impedir el arribo del Papa amagando con renunciar si el mandatario mexicano autorizaba la visita del dignatario apostólico. No sucedió otra cosa que el Papa llegó y don Jesús se fue a su casa, a seguir fumando sus tabacos puros hechos rústicamente de una sola hoja. Tabaco que fumaba con exceso que más delante lo llevaría sin escalas de este mundo al otro. A ese propósito, cuando se debatía la visita, López Portillo escribió que parecía absurdo que la fuerza de un jacobinismo decimonónico impidiera que un pueblo mayoritariamente religioso no tuviera la libertad de recibir a su jefe espiritual.
A mi juicio estaba en lo correcto tanto éste como aquél. La única diferencia es que uno era Presidente de la República y el otro no. Es verdad que el pueblo en su enorme mayoría profesa la religión católica por otro lado, también es cierto que no había relaciones diplomáticas entre el Vaticano y nuestro país. Si el ejecutivo deseaba restablecer las relaciones diplomáticas debió hacer lo que haría después Carlos Salinas de Gortari y chitón, nadie hubiera dicho esta boca es mía.
Lo que más al país escandalizó, se dice, fue lo que sólo puede pasar tratándose de José López Portillo, su extravagancia o chaladura, por llamarle de alguna manera, de tomar la visita del personaje clerical como un asunto personal, no del Presidente que lo era, sino que con una ligereza más allá de sus atribuciones se atrevió a desviar el rumbo de la comitiva que acompañaba al Papa para cumplir digamos una ocurrencia o antojo de su señora madre, la famosa doña Cuca quien le pidió que llevara al Papa a su residencia de Los Pinos a oficiar una misa privada. Se dijo en aquellos días que fue una inusitada chavacanería la de desviar el plan original de los desplazamientos del Papa en la ciudad, para satisfacer una humorada de la progenitora del mandatario a la que asistió con toda la familia en una improvisada capilla erigida provisionalmente para la ocasión.
¿Qué quedó de todo ello?
Las cosas deben hacerse conforme a la ley. Lo digo por todos los antecedentes puestos en los párrafos que anteceden. Actualmente no hay problemas al entrar en vigor la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto aprobada en el año de 1992. La nota aparecida en El Siglo de Torreón del miércoles pasado no deja lugar a dudas de que los vientos le son favorables al actual gobernador que se encontraba en Roma en espera de ser recibido por el Papa Francisco en el Vaticano, cancelando su encuentro al enterarse del accidente que enlutó a decenas de familias de San Pedro Xalostoc, les llaman salchichas a los tanques-cisternas que van siendo remolcados por un tractor. Los peritos deberán deslindar lo que aconteció. ¿Las carreteras nacionales son seguras para esta clase de vehículos? ¿Es conveniente que crucen o rocen caseríos en sus caminos? ¿Hay controles seguros para evitar excesos de velocidad? ¿Los choferes están calificados para conducir estos armatostes? Ésta y otras preguntas de cajón se formulan los que de una manera u otra resultaron afectados.